Balada triste de tranvía
Hablemos de un libro. Y de su música. El título es El lento adiós de los tranvías, y el autor es Manuel Rico, escritor veterano en muchos géneros; lo publica el sello Huso, animado y dirigido por Mayda Bustamante que, según lenguas, es pariente cercana de la Virgen de la Regla. No acabo de creerlo, pero algo hay, porque ese sello exquisito y quijotesco despide aroma de santidad. Pero, eso sí, huyan las personas de decencia colocada en los mandamientos inadecuados.
Pero ¿y este libro? Se publicó en los noventa, y ahora aparece de nuevo, algo cambiado y remozado según se desprende de lo que dice el propio autor.
Los tranvías desaparecen. Todo un síntoma. Recuerdo la existencia de un artículo de Cela, que consideraba que el ayuntamiento de Madrid quitó los tranvías en algún momento en que no tenía cosa mejor que hacer (cita muy de memoria pero que creo que es fiel, incluido eso de que no tenían nada mejor que hacer). Quitar tranvías sirve para que los automóviles privados circulen por esas veredas que eran en exclusiva para el transporte público. Según eso, los tranvías se convirtieron en una utopía. Solo que en muchas partes permanecieron. Y en otras, regresan con una u otra forma. Como el tren ligero.
Un tranvía circulaba por Arturo Soria y García Noblejas, en medio eso que se llamaba (¿se llama aún?) la Cruz de los Caídos (solo los caídos de una parte, claro). Esta novela recuerda ese tranvía, y en ese tranvía viaja el protagonista y viajan sus especulaciones y sueños. También recuerda los caídos de la otra parte. Queda la inquietud de la utopía.
La utopía de Arturo Soria: utopía quiere decir “no hay tal lugar”, a menos así lo tradujo Quevedo, y lo compruebo en uno de los volúmenes de las Obras completas de Aguilar. Pero lo de Arturo Soria no era una utopía. Lo fue más tarde, porque la maraña (llamémosla así) lo convirtió en otra cosa. No asoló el proyecto, pero lo asaltó y lo dejó de manera que apenas lo reconocería don Arturo y los utopistas realistas.
Un artista ve quebrado, de repente, su camino creativo. Su vía. Su tranvía. Ha desaparecido. Es un fracasado. O un olvidado. O un represaliado. Pero si nadie se acuerda de él, es que no ha existe. Es él mismo un utopos. Esta novela consiste en su búsqueda. Quién es, dónde está, si es que aún está… La guerra pudo con el país, con la sociedad, con la utopía y con la irresponsabilidad de muchos de los de “ese otro lado”. Lo que cometieron esos “muchos” lo pagaron artistas como él. Los protagonistas de esta novela investigan el pasado y se preguntan qué fue de aquel artista. Tan aplastado y tachado que nadie recuerda siquiera su nombre. Los protagonistas (un joven no muy brillante, su esposa sagaz y un plumífero de sucesos, miope y lúcido) buscan a ese artista. El primero de ellos, además, tiene un secreto. Si la pregunta es qué fue de ese artista, qué está pasando con la Ciudad lineal a mediados de los sesenta, otra cuestión que se manifestará es “qué oculta ese chalé deteriorado de la zona”.
¿Los misterios de Madrid? Ya los escribió alguien. Estos son los del cruce de Arturo Soria y López, los de la línea hasta la Cruz, los de los chalés misteriosos, los de segunda línea, los ocultos.
Recuerdo –también de memoria- algo de Borges, pues uno cita a Borges, como todo el mundo. El poeta menor dice: el destino es el olvido / yo llegué antes. Nassin Taleb lo diría de otro, más complejo: los más recordados tienen tras de sí los caídos que carecieron de sus habilidades, favores, oportunidades. No todo fracasado es menor. No todo menor es un mayor que perdió el tranvía, el último o el más importante. Eladio Vergara, dibujante, pintor, artista plástico vio truncada su grandeza. Pero hay quien vela por el rescate de su memoria.
En la novela hay tramas de relato negro, de crónica policial. Y un fondo y un trasfondo. El referéndum de la Ley Orgánica que se celebró en diciembre de 1966. La reconstrucción de esos hechos. Contra ese decorado y esos días se dibujan las peripecias de la detection y las epifanías. El referéndum como algo que se pretende inicio tras la culminación, pero que es, como la desaparición de los tranvías, el comienzo del fin. Eso lo sabemos hoy, tal vez desde hace algún tiempo. Pero no a finales de 1966. Parecían eternos, Dios mío. Lamentablemente, dejaron simiente. Y herencia. Y eso que nunca se les muere: la codicia para aumentar la herencia.
¿Esto es un cantar de ciego en varias jornadas o una balada triste que se sirve, como excusa, de los inocentes tranvías desvanecidos?
Santiago Martín Bermúdez