BADAJOZ / Maestro de cabecera
Badajoz. Palacio de Congresos. 25-II-2021. Strauss, Concierto para trompa y orquesta nº 2. Poulenc, Sinfonietta. Javier Bonet, trompa. Orquesta de Extremadura. Director: François López Ferrer.
Estadounidense, español, suizo, cubano y universal. ¡Y no es Joaquín Nin-Culmell!, sino su pluripaisano François López Ferrer (1990). El joven y plurinacional director de orquesta recaló el jueves en la Orquesta de Extremadura para dirigir un nada fácil programa que reunía dos obras disímiles a pesar de haber nacido en un lapsus de apenas cuatro años: el Segundo concierto para trompa y orquesta de Strauss (estrenado en el Festival de Salzburgo de 1943 dirigido por Karl Böhm) y la Sinfonietta de Poulenc, escrita en 1947. Como veterano solista straussiano, Javier Bonet (1965) defendió la comprometida partitura del creador de El caballero de la rosa con la dignidad y cualidades propias de quien es desde muchos años activo baluarte de la trompa en España.
A pesar de su juventud, François López Ferrer es un maestro hecho y bien derecho. Cargado de talento y cerebro para administrarlo. Ha heredado, además, muchas de las cualidades de su padre, el inolvidable Jesús López Cobos. Su parecido físico es asombroso. Aún más lo es su modo de dirigir, su gestualidad, versatilidad y honestidad ante la partitura. También la memoria, capacidad de trabajo y rigor musical, que él tiñe con chispa latina derivada de sus cubanas raíces maternas. Ayer jueves, precisamente el mismo día en que su padre hubiera cumplido 81 años, revalidó en Badajoz, en el Palacio de Congresos y junto a la Orquesta de Extremadura, su condición de maestro de cabecera de su joven su joven y nueva generación. Española y universal.
Hubo, sí, desajustes en un Strauss cargado de trampas y vericuetos agazapados entre nostálgicas pinceladas y referencias a un pasado que incluye glorias como la Sinfonía Alpina, Till Eulenspiegel o el propio Caballero de la rosa. López Ferrer desde el podio y Bonet desde su trompa virtuosa hicieron asomar y recrear, como hicieron hace exactamente hace seis años –en febrero de 2015- Jesús López Cobos y Radovan Vlatkovic junto con la Sinfónica de Castilla y León-, los mil recovecos y secretos de una obra en la que, como en el Concierto de oboe o los Cuatro últimos Lieder, Strauss mira más al pasado quizá imaginado que a un futuro no deseado o a un presente del que él se siente ajeno.
Si la interpretación de Bonet fue notable, no lo fueron menos algunas intervenciones solistas escuchadas en la orquesta, cuidadosamente señaladas desde el podio por López Ferrer. Muchos bravos y aplausos al final de este Strauss último de vuelta de todo. Bonet respondió a tanto entusiasmo con el regalo vistoso y virtuoso de Happy Blues, brillante divertimento en solitario del trompista y compositor húngaro Nagy Zsolst.
Las nuevas restricciones y limitaciones de espacio están provocando un significativo cambio de repertorio. Con la pandemia, corren malos tiempos para las multitudinarias orquestaciones de Wagner, Bruckner o Mahler, mientras que afloran páginas de plantillas orquestales más reducidas. De Mozart a Schubert o Beethoven. También de algunas obras importantes del siglo XX, como la Sinfonietta de Francis Poulenc, cuya reducida plantilla orquestal (maderas a dos, 2 trompetas, 2 trompas, timbales, arpa y cuerda) permite su espaciada distribución casi en cualquier escenario. Una pequeña gran obra maestra muy en la línea desenfadada y afrancesada tan característica de su creador. López Ferrer estratificó de modo meticuloso los cuatro movimientos de la Sinfonietta, matizó los episodios más líricos y subrayó su equilibrio formal con el mismo talento alquimista tan distintivo de su padre. El cantable Andante se escuchó claro en las coloreadas texturas y regodeado en su cálido lirismo, y supuso, en las manos cuidadosas del maestro y de los músicos extremeños, preludio perfecto del desenfadado movimiento final. Fue, una versión cargada de intención, detalles, entidad y registros. Propia de gran maestro. François López Ferrer lo es.
Justo Romero