BADAJOZ / Fernández Rueda y el recitar cantando
Badajoz. XXIX Festival de Música Antigua y Sacra. Iglesia de la Concepción. 27-IX-2024. Francisco Fernández Rueda, tenor. Daniel Zapico, tiorba. Obras de Monteverdi, Cavalli y Kapsberger.
Cantar declamando o declamar cantando. O lo que es lo mismo, ¿prioridad de la palabra o de la música? Fue el tema de discusión en la Camerata del conde de Bardi entre los primeros que se plantearon un teatro musical totalmente cantado. Con Monteverdi todo se resolvió: “recitar cantando”. Cantar, ante todo, pero plegando el canto a la palabra, a sus acentos y a su significado afectivo, con toda una nueva panoplia de recursos retóricos que fundían palabras y canto, sin las ataduras formales que encorsetarán la ópera poco más adelante, con su rígida distinción entre recitativo y aria y la estricta clasificación del tipo de arias. En aquellos albores de la ópera, con Monteverdi y Cavalli al frente, el campo creativo estaba mucho más abierto y lo que importaba era la expresión de los afectos sin atender a las estructuras formales.
A este repertorio estuvo dedicado el extraordinario concierto protagonizado por Francisco Fernández Rueda y Daniel Zapico en Badajoz, uno de los puntales de la brillante programación de este festival. El tenor estepeño es, sin lugar a dudas, el mejor especialista monteverdiano español de la actualidad, como lo corroboran sus múltiples actuaciones fuera de España a las órdenes de directores del calibre de Gardiner o Christie. En este exigente programa mostró su dominio del estilo del “recitar cantando”. Con “Tempro la cetra”, del séptimo libro de madrigales de Monteverdi abriendo plaza, el cantante plegó su voz a las sinuosidades del texto, desde un sotto voce inicial muy delicado a la voz plena posterior, pasando por todos los grados intermedios de articulación. Su atención al texto y a sus acentos, recurriendo a figuras retóricas siempre en estilo, combinada con la claridad de su dirección, desembocó en unas interpretaciones plenas de sentido expresivo. La voz posee cuerpo y relieve, plenamente audible en las dinámicas más delicadas merced a una cuidada técnica de proyección que hace del vibrato un recurso expresivo puntual, pero sin por ello sonar como una voz plana, blanca y sin relieve. Todo lo contrario. Sus monólogos de Il ritorno d’Ulisse in patria (“Dormo ancora”) o de La Didone de Cavalli (“Dormi, cara Didone”) se materializaron en un continuo fluir de canto que giraba sobre sí mismo, con una gama de colores perfectamente ensamblada con el texto mediante el uso de diversas gradaciones de la media voz o de la voz plena y con una ornamentación nunca gratuita o superflua, siempre al servicio del texto, en una exacta de correspondencia de efectos retóricos y afectos emocionales. Todo ello tuvo su momento culminante en “Possente spirto”, el canto con el que Orfeo pretende apaciguar la furia del Cancerbero para acceder al Hades y rescatar a Eurídice. Recurrió aquí Fernández Rueda a la versión ornamentada por Monteverdi publicada con posterioridad a la primera edición de La favola d’Orfeo. Aquí se fusionó la declamación y el canto de manera exquisita y perfecta, en un fluir continuo de una voz que se abría y cerraba y que usaba la compleja coloratura concitata en su justa medida.
No pudo tener mejor cómplice que a Daniel Zapico. Siempre atento a la definición y nitidez del sonido de su tiorba, que sonó con claridad y brillantez diamantina, el asturiano aportó a sus acompañamientos una enorme riqueza de voces y texturas, realizando arreglos muy en estilo como transiciones o puentes entre las piezas vocales, como el que condujo de “Nigra sum sed formosa” a “Dormo ancora” de manera sutil y natural. Intercaló entre las intervenciones del cantante diversas piezas de Kapsberger. Sobresalió aquí en la claridad (nada sencilla dada su complejidad armónica) en la exposición de las tocatas y, sobre todo, la riqueza de su fraseo en las piezas estructuradas sobre ostinati, en los que la figura del bajo era siempre reconocible sobre la filigrana ornamental superpuesta.
Andrés Moreno Mengíbar