BADAJOZ / El caso Asier Polo

Badajoz. Palacio de Congresos. 18-III-2021. Haydn, Concierto para violonchelo en Do mayor. Beethoven, Séptima sinfonía. Asier Polo, violonchelo. Orquesta de Extremadura. Director: Andrés Salado.
Ocurre que hay artistas de gran valía que por motivos de muy diversa índole no llegan a cristalizar la carrera puntera que correspondería a su entidad artística y virtuosa. Y viceversa. El de Asier Polo (Bilbao, 1971) es uno de estos casos. Profesor en el Conservatorio de Lugano y poseedor de un arte violonchelístico de primer rango -como se revela también en su recientísima grabación de las suites para violonchelo solo de Bach-, el jueves dejó en Badajoz nuevo testimonio de su excelencia en una versión del Concierto en Do mayor de Haydn cuya transparencia y sonoridades resultaron parejas a esa musicalidad desbordante y nunca desbordada, contagiosa y franca, que siempre ha distinguido su ya veterana carrera sin ambición.
Músico feliz y feliz hacedor musical, Asier Polo vuelca su vitalidad sustanciada en una manera personalísima de tocar y de entender el arte y la vida. En su arco generoso y sobre las cuatro cuerdas de su excepcional Francesco Rugieri (Cremona, 1689), que él hace expansivas, pero también íntimas y sobrias. Instrumento e instrumentista fusionados en una única realidad sonora. Asier desarrolla así una estilización expresiva que es consustancial a su naturaleza y resulta moldeada por años de experiencia y convivencia con la partitura.
Han transcurrido ya casi dos décadas desde que el crítico le escuchara este mismo concierto de Haydn (en Sevilla, en abril de 2002, con la Sinfónica hispalense y Christian Badea). El mismo artista, el mismo músico que se entrega sin reserva a la partitura para revivirla y hacerla llegar inflada de calidad, calor, verdad y virtuosismo. Fue un Haydn pleno de luz y fuste, de alegrías e introspecciones. Indemne a un acompañamiento ajeno al solista y a piñón fijo, con momentos tan fallidos como el desbarajustado comienzo de la cuerda en el comienzo del Allegro molto conclusivo. El preludio de la Tercera suite de Bach fue la guinda que completó fuera de programa tan sobresaliente actuación.
Luego llegó una rarísima Séptima de Beethoven en la que Andrés Salado pareció más empeñado en resultar original que en servir el pentagrama. El Allegretto, ralentizado hasta la ruptura en un intrépido discurso sin línea ni argumento, edulcorado con detalles pretendidamente preciosistas. Este segundo movimiento fue el reflejo de una versión en su conjunto desajustada y rancia -¡esos resonantes timbales!-, de trazo más gordo que grueso, en la que la Orquesta de Extremadura no fue ni sombra de la entonada formación sinfónica que solo una semana antes había firmado una luminosa y pulida Sinfonía Italiana de Mendelssohn-Bartholdy de la mano invitada de Manuel Hernández Silva. El público, encantado, aplaudió y braveo de lo lindo. ¡Cosas de la vida!
Justo Romero