Bach, ¿el bwana?
El pianista chino Lang Lang, treinta y ocho años le contemplan, y ya con una biografía a las espaldas escrita cuando apenas contaba veintiséis, es un fenómeno mediático indiscutible… y un fenómeno artístico discutible. Hace muchos años, más de los que quiero recordar, cuando se publicó el DVD de su debut en el Carnegie Hall, se me cayó el alma a los pies cuando aprecié que los grandes medios técnicos y el talento indiscutible de Lang no se encaminaban a construir una propuesta artística sólida, sino a brillar como un elemento más, muy necesario, eso sí, de un proyecto de ambiciosas dimensiones comerciales. El entonces joven Lang confesaba en un documental acompañante a la grabación que estudiaba frente a un espejo para analizar y modificar su lenguaje corporal. En otras palabras: importaba mucho, muchísimo, la imagen. De hecho, era casi lo único que importaba. El contenido del DVD me resultó decepcionante, y por eso comencé mi crítica diciendo que la razón de ser de aquel DVD era… que había muchos chinos en China. La afirmación fue en exceso cruda, quizá (y me trajo más de un disgusto), pero me temo que era muy cierta.
Desde entonces, he hecho mis esfuerzos por escuchar periódicamente sus registros, con la esperanza de encontrar una progresión, un crecimiento que le llevara a abandonar la senda del amaneramiento, el capricho y la intrascendencia que había apreciado en sus primeras grabaciones, y a mí, por ende, me hicieran cambiar de opinión. Desgraciadamente, no encontré tal progresión, y la impresión dejada fue, sistemáticamente, muy pobre. Como la maquinaria de marketing que se mueve tras él es poderosísima, Lang ha tenido la ocasión de estar cerca de grandísimos artistas, desde Barenboim a Harnoncourt, pero por desgracia no parece habérsele pegado nada de ellos (la clase magistral de Barenboim a Lang Lang con Beethoven de por medio es para verla…).
Pero como en nuestros días esa poderosa máquina comercial lo puede todo, lo cierto es que Lang está encumbrado como figura pianística mediática a la que casi todo el mundo conoce, tristemente muy por encima de nombres muy ilustres que están en la mente de todo buen aficionado. Y hete aquí que la maquinaria se ha puesto en marcha otra vez, con ocasión, ay señor, de la nueva grabación que el chino acaba de editar en el sello amarillo, nada menos que de las Variaciones Goldberg. Las entrevistas en medios generalistas no se han hecho esperar, porque al final, la actualidad manda.
Y aquí llega el inevitable Darío Prieto, en El Mundo, obsequiando otra de sus joyas, que empieza con preguntas convencionales como “¿qué nos dice una pieza como las Variaciones Goldberg del mundo en que vivimos?” y, de repente, se descuelga con otra que casi me hace caer de espaldas. No debería, porque Prieto tiene un largo catálogo de meteduras de remo en sus artículos (?) sobre el Concierto de Año Nuevo, y servidor debería estar ya vacunado. Pero hasta las vacunas tienen limitaciones, y para esto confieso que no estaba preparado. Al loro con la pregunta, que en realidad era más una ‘entrada’, una patada a seguir (nunca mejor dicho) por el pianista: “Una de las cosas fascinantes de Bach es su interés por la música africana”. La dejó botando a ver por dónde salía Lang. Toma nísperos, Mariana, ahí es nada, el cantor y la música africana. Y nosotros, con estos pelos y sin enterarnos.
Como pianista gustará o no (a mí va a ser que no), pero no cabe duda de que el chino, con tanto baño mediático, ha desarrollado una habilidad singular para el regate y la larga cambiada. Así que, cuando te preguntan qué hora es y piensas “qué gilipollez me está preguntando este”, lo mejor es la clásica contestación de “manzanas traigo”. Le contestas “manzanas traigo” y el interrogador, atónito y desconcertado, no tiene más cáscaras que cambiar de tema.
Y tal cual. Vete a saber dónde se le ocurrió a Prieto la peregrina pregunta (igual, como me comentaba un colega de SCHERZO, es que ha oído las Goldberg interpretadas con marimba, porque el registro en cuestión existe), pero la respuesta de Lang es un regate perfecto. Otro (se me viene a la cabeza Pogorelich) igual le manda a la porra o le contesta una inconveniencia, pero Lang, hace una finta, amaga por la derecha y se va por la izquierda. Hace como que ha entendido otra cosa y le contesta: “A los grandes músicos siempre les ha encantado otras culturas y las han respetado. Porque un gran artista respeta al ser humano y la civilización, da igual que sean de África, de la India o de donde sea”, conectando a continuación con que eso explica por qué él, como chino, interpreta música occidental. Toma castaña. Como sé que te gusta el arroz con leche, por debajo de la puerta te va un ladrillo. Y tan anchos. Claro que queda la duda inquietante de si Lang respondió así por si acaso Bach hubiera tenido, en efecto, interés por la música africana y quedaba como la Charito… Sea como fuere, Prieto, no se sabe si impasible o directamente trasladado a Babia, cambia de tercio y le pregunta a continuación cómo lleva no salir de gira. Y aquí paz, y después gloria.
En fin, regates aparte, el asunto amerita contactar con el gran experto bachiano Christoph Wolff para preguntarle si emprenderá, a la luz del asombroso descubrimiento de Prieto, una línea de investigación sobre el interés de Bach por la música africana. Vaya tela. ¿Mira que si descubrimos que a Juan Sebastián le ponían los ritmos de los masáis? El Bach bwana, qué cosas. Nos íbamos a caer de aquella manera. Menudo hematoma en el antifonario.
Rafael Ortega Basagoiti