Arthur Nikisch, cien años después
El 9 de enero de 1922, Arthur Nikisch se subió por última vez al podio de la Filarmónica de Berlín. Durante el ensayo matinal había padecido un dolor en el pecho y por la noche sufrió varias convulsiones. Pero, al día siguiente, partió a primera hora hacia Leipzig. Allí dirigió a la Gewandhaus, en el Instituto de Formación Obrera, con un aspecto enfermizo que preocupó a los músicos de su orquesta. Se rehizo con la música. No faltó la frescura cantable en el Concierto para piano, de Schumann, ni el poderío expresivo en la Sinfonía Inacabada, de Schubert. Y terminó moldeando con tono festivo la obertura de Los maestros cantores de Núremberg, de Wagner, que era una de sus piezas favoritas. Fue su último concierto.
Poco después se supo que Nikisch tenía gripe. Aunque superó la enfermedad, la convalecencia agravó sus afecciones cardiacas. Y falleció el 23 de enero, a los 66 años. La noticia de su muerte conmocionó al mundo musical, desde Estados Unidos hasta la antigua Unión Soviética. En Alemania, Wilhelm Furtwängler asumió la batuta en los principales homenajes, con sendas interpretaciones de la Eroica de Beethoven, tanto en Leipzig como en Berlín. Era su heredero musical y ese mismo año asumió las titularidades de la Gewandhaus y la Filarmónica berlinesa.
En los meses sucesivos, la noticia de la muerte de Nikisch suscitó una ola de reverencia y admiración en la prensa internacional. La revista Music and Letters contó, en abril, con una colaboración del director de orquesta Adrian Boult. Un ensayo acerca de su experiencia personal con el director húngaro, tras su etapa de estudiante en Leipzig y haber asistido a muchos conciertos suyos. Aspiraba a explicar su poderío al frente de una orquesta. Y definió su arte como una mezcla de instinto y experiencia, con una técnica que le permitía conseguir la mayor belleza e intensidad con el movimiento más pequeño. Recuerda la incandescencia de su interpretación de la Primera sinfonía, de Brahms, con una larga batuta sujeta con sus diminutos dedos casi enterrados por el puño de la camisa. Y asegura que con ella cubría un círculo bastante pequeño, que jamás elevaba por encima del rostro. Sin embargo, el rango de expresión resultante era inmenso: “Daba la impresión de que si hubiera estirado en algún momento el brazo en toda su longitud podría suceder alguna catástrofe, como un terremoto o la destrucción del edificio”.
Heinrich Chevalley, el editor del hamburgués Musikwelt, recopiló una serie de artículos, en septiembre de 1922, dentro de una monografía titulada Arthur Nikisch. Leben und Wirken (Berlin, Bote & Bock., 1922), que sigue siendo la principal referencia para asomarse al director de orquesta húngaro. Le sigue otra biografía, algo menos ambiciosa, que Arthur Dette publicó en Leipzig, en julio de 1922, titulada Nikisch (Lothar Joachim Verlag). Concretamente, dentro del libro de Chevalley se incluye el extenso retrato redactado por Ferdinand Pfohl, cuya primera versión había visto la luz en 1900 y que se reeditó por separado en 1925. En adelante, apenas se ha publicado nada más sobre su figura. Y el centenario de su muerte acaba de mostrar que Nikisch sigue siendo “memoria de una piedra sepultada entre ortigas”. Un gran músico que habita el olvido.
Nikisch fue el primer director moderno con prestigio mediático y una carrera verdaderamente internacional. Tras formarse en Viena como violinista y compositor, entró a formar parte de la Orquesta de la Ópera Imperial, en 1874, donde tocó bajo la dirección de Brahms, Liszt, Verdi y Bruckner. Pero su principal influencia fue Wagner. Sustituyó por enfermedad a un violinista de la Filarmónica de Viena, en mayo de 1872, en la interpretación de la Eroica, de Beethoven, junto a varios pasajes sinfónicos de Wagner dirigidos por el compositor. Y apenas dos semanas después se unió a los segundos violines de una orquesta con los mejores músicos alemanes que tocaron la Novena beethoveniana tras la colocación de la primera piedra del Festspielhaus en Bayreuth. Su primer nombramiento como director fue en la Ópera de Leipzig, en 1878. Allí ascendió en un año de segundo director a principal. E inició, poco después, una trayectoria internacional como titular de la Sinfónica de Boston, entre 1889 y 1893.
En 1895, tras dos años como responsable de la Ópera de Budapest, sustituyó a Hans von Bülow al frente de la Filarmónica de Berlín y a Carl Reinecke al frente de la Gewandhaus de Leipzig. Mantuvo ambos puestos el resto de su vida, pero les añadió más nombramientos. En 1897 sumó la Filarmónica de Hamburgo y, en 1912, sucedió a Edward Elgar como titular de la Sinfónica de Londres. Precisamente, realizó su primera grabación con esta orquesta inglesa, en la factoría de la Gramophone Company, en Hayes, en junio de 1913. A pesar de la toma acústica, con una orquesta reducida y repartida entre diferentes bocinas de grabación, y con el viento metal de espaldas al director, al que seguían por medio de un espejo retrovisor, podemos apreciar las maravillas de la batuta de Nikisch en la obertura de Egmont, de Beethoven. Es el caso de su pianissimo casi sobrenatural, la elasticidad del fraseo o ese exquisito rubato que aportaba cantabilidad a sus interpretaciones.
De aquella primera sesión de Nikisch se desechó una grabación en dos matrices (una de ellas repetida) de la obertura de Oberón, de Weber, junto a las dos primeras matrices de la Rapsodia húngara núm. 1, de Liszt. Pero mucho más famosa fue su segunda visita a un estudio de grabación. El 10 de noviembre de 1913 (y no el 20 como indican varias ediciones discográficas), el director húngaro grabó con la Filarmónica de Berlín su registro más famoso: la Quinta sinfonía de Beethoven. Lo hizo en dos matrices por movimiento y sin necesidad de repetir ni una sola toma. El principal estudio sobre esta legendaria grabación (que no fue la primera completa de una sinfonía beethoveniana ni tampoco de la núm. 5) lo publicó Lars E. Laubhold al principio de su extensa monografía sobre 135 registros sonoros de esa obra, desde 1910 hasta 2011, titulada Von Nikisch bis Norrington. Beethovens 5. Sinfonie auf Tonträger (Múnich: edition text + kritik, 2014). Nunca se ha realizado un análisis tan sistemático y exhaustivo de esta interpretación, aunque para ello el autor haya utilizado una fuente sonora reprocesada y muy intervenida, como la de Dutton Laboratories (2008).
Laubhold se centra en estudiar sus intensas fluctuaciones de tempo. Y nos revela simetrías y progresiones perfectamente construidas en torno a secciones temáticas que se inician lentamente y avanzan hacia un clímax. Nikisch se comporta como el más conspicuo seguidor de Wagner. Un intérprete que siente tener el derecho a desviarse de las indicaciones de la partitura de Beethoven para mostrar las verdaderas intenciones del compositor. Lo explica el propio Nikisch en el referido retrato de Pfohl: “Si diriges el primer movimiento de su Novena sinfonía literalmente de acuerdo con sus instrucciones, esta maravillosa música sería francamente insoportable. El director debe sumergirse en el espíritu de la obra y, en cierto modo, construirla de nuevo”.
En 1913 también filmó dos breves películas mudas dirigiendo, que vemos recogidas en el documental The Art of Conducting – Great Conductors of the Past (Teldec Classics, 1994). Según recoge el historiador de cine ruso Yuri Tsivian, dentro del número especial de la revista Griffithiana, de mayo de 1994, dedicado al cine del año 1913 (también lo hace en la monografía Silent Film editada por Richard Abel), ambas películas fueron filmadas por el Bat de Moscú. Se trata de un cabaret elitista que solía invitar a celebridades en gira, habitualmente extranjeros, para participar como huéspedes de honor en sus espectáculos. Son dos brevísimas tomas, de 22 y 15 segundos, que permiten verificar la referida descripción de Boult acerca del magnetismo de su técnica.
En junio de 1914, Nikisch regresó a Hayen con la Sinfónica de Londres para grabar otra versión de la obertura de Oberon en cuatro matrices, de las que finalmente HMV publicó las dos últimas. Y le añadió otra de El cazador furtivo del mismo compositor en dos matrices únicas. Para la obertura de Las bodas de Fígaro, de Mozart, optó por publicar la segunda toma y volvió a grabar la Rapsodia húngara núm. 1 en tres matrices, aunque al final HMV utilizó la última de la sesión anterior, de 1913, para completar la edición del disco. En su última visita a un estudio de grabación, en torno a 1921, y con la Filarmónica de Berlín, Nikisch volvió a registrar la misma Rapsodia núm. 1 (la orquestación de Franz Doppler de la núm. 14 para piano revisada por Liszt) ahora dividida en cuatro matrices, pues el director húngaro optó por un tempo más lento y paladeado. La orquesta berlinesa exhibe su virtuosismo y Nikisch su asombroso e instintivo sentido del fraseo y del rubato. Aquella última visita a la factoría de la Deutsche Grammophon Gesellschaft culminó con el registro de la Obertura del Carnaval romano, de Berlioz.
El sello Symposium publicó en CD, en 1991, la integral de los registros orquestales de Nikisch en una transferencia hoy mejorable. Lo demuestra la excelente remasterización de la Quinta beethoveniana que publicó Pristine Classical, en 2011. Nikisch también realizó legendarias grabaciones de Lieder como acompañante de la mezzo alemana Elena Gerhardt y algunos rollos de piano reproductor. Pero nos hemos quedado sin conocer sus interpretaciones sinfónicas de Brahms, Wagner, Chaikovski y Bruckner, a pesar de los elogiosos testimonios escritos que poseemos. Y tampoco registró música de Bach, que nunca faltó en sus programas, pues lo consideraba el más moderno de todos los compositores.
Nikisch también actuó en España, durante la primera gira de la Filarmónica de Berlín por Barcelona, Madrid, Bilbao y Santander, en abril y mayo de 1901. Dirigió tres conciertos en el Teatro Novedades de Barcelona donde fascinó con una inmensa Tercera Suite de Bach y una proverbial versión de la obertura de Tannhäuser. En Madrid fueron cinco los conciertos en el Teatro Real, que se abrieron con la obertura Leonora de Beethoven (Nikisch solía dirigir una mezcla personal de la obertura Leonora núm. 2 y Leonora núm. 3). Asombró al público la belleza del sonido en Los murmullos del bosque, del Sigfrido wagneriano. Pero impresionaron especialmente sus interpretaciones de la Quinta sinfonía y de la Eroica, que culminó el último de sus conciertos.
En mi última visita a Leipzig, en febrero de 2018, coincidiendo con el nombramiento de Andris Nelsons como nuevo Kapellmeister de la Gewandhaus, pude visitar el escueto memorial que hizo la ciudad al gran director. Se trata de un sencillo túmulo de granito ubicado en la plaza que lleva su nombre (Nikischplatz). Aquí vivió, desde 1907, en un bello edificio Jugendstil conocido como el Märchenhaus, dentro de un amplio apartamento de 300 metros cuadrados ubicado en su tercera planta. Y aquí falleció hace hoy cien años. Por desgracia, el Märchenhaus fue destruido durante la Segunda Guerra Mundial y en su lugar se levantó otra construcción prefabricada en la década de los ochenta. El monumento fue inaugurado, el 23 de enero de 1997, en conmemoración del 75º aniversario de su muerte. Hoy se volverá a recordar a Nikisch en la ciudad sajona con varias conmemoraciones. La principal tendrá lugar en la Gewandhaus con la inclusión de su Fantasía sobre motivos de “Der Trompeten von Säkkingen” de Viktor Nessler, junto a la Séptima sinfonía de Bruckner, en el concierto que hoy dirigirá Andris Nelsons. Todavía quedan entradas.
Pablo L. Rodríguez