Arrivederci, Ennio
Cuando pienso en mi infancia, el primer recuerdo que me asalta la mente es el de acercarme a la televisión del salón de mi casa y quitarle el sonido mientras mis padres veían Cinema Paradiso. Yo les decía que aquella música era mágica y que con mi pequeño piano yo también lograría emocionarles algún día. Mis padres asentían complacidos y me animaban, sin saberlo, a dar mis primeros pasos como compositor de bandas sonoras. Ennio Morricone se convirtió de esa manera en mi primer mentor. Yo tenía seis años, la misma edad a la que él ya había compuesto su primera obra para trompeta.
Han pasado ya treinta años desde entonces y aún hoy el maestro italiano me inspira a diario a la hora de componer. Y es que Ennio no pasa de moda. Auténtico camaleón musical, supo adaptarse a todo tipo de géneros cinematográficos haciendo de la versatilidad su bandera. Pop, jazz, incluso electrónica… nada le asustaba, todo parecía salir de su inspiración con la misma naturalidad con la que consiguió terminar cuatro años de armonía en el conservatorio en tan sólo 6 meses.
Valiente en sus composiciones, incluso arriesgado a nivel orquestal, pero sin perder un ápice de elegancia, alcanzó el Olimpo de la música gracias a su magistral dominio de las emociones. Morricone hace reír, hace llorar, ilusiona, atemoriza y vuelve a hacer reír. Su música trasciende el intelecto para llegar al alma del espectador removiéndolo en lo más profundo y proporcionándole una experiencia catártica.
A sus 91 años hacia gala de un carácter infatigable, seguía trabajando en su Italia natal, que nunca quiso abandonar, y continuaba cosechando éxitos sobre los escenarios.
Creo que puedo decir, con cierto alivio, que Morricone sólo nos ha dejado a medias. Se ha ido su persona, su cuerpo, pero su esencia y su energía permanecerán vivas en muchos de nosotros para siempre. Seguiremos disfrutando cada compás de su obra, seguiremos emocionándonos con su sensibilidad y, en definitiva, le mantendremos vivo en nuestros corazones.
Lucas Vidal