Arrepentidos los quiere el Señor

Quizá a algunos les parezca una eternidad, pero tampoco ha pasado tanto tiempo. Me refiero a la polémica que aún se mantenía en los primeros años de este siglo entre quienes reivindicaban que la música barroca —en general, toda la música que se entiende por ‘antigua’, desde el Medievo hasta el Clasicismo—debía interpretarse con instrumentos originales (o réplicas) y criterios historicistas, y quienes defendían a capa y espada la procedencia de interpretarla con instrumentos modernos y criterios decimonónicos. Por extraño que pueda sonarles a quienes se han sentido atraídos por la música antigua solo en los últimos años y no saben a qué polémica me refiero, lo cierto es que entonces había muchos de los segundos (los romanticistas) que de los primeros (los ‘talibanes’, como eran despectivamente calificados).
Si he de ser sincero, hace ya mucho tiempo que no tengo ni que molestarme en razonar mi supuesto ‘talibanismo’, porque aquellos romanticistas se han ido extinguiendo como se extinguieron los dinosaurios (aunque alguno queda todavía, y escribiendo de vez en cuando en medios de comunicación). Pero he de reconocer que he rememorado esta divertida controversia gracias a una foto.
En las dos últimas décadas de la pasada centuria había un oboísta alemán muy prolífico en grabaciones discográficas. Se llamaba (y se sigue llamando, porque vive) Ingo Goritzki. Nacido en el Berlín del III Reich justo en el año del estallido de la II Guerra Mundial (1939), empezó estudiando flauta y piano en Friburgo, pero lo dejó para dedicarse al oboe (al moderno, por supuesto, porque entonces el barroco no existía más que en la iconografía). Completó sus estudios con un director y oboísta (moderno) llamado Helmut Winschermann (también muy prolífico grabando música barroca con los Deutsche Bachsolisten, formación que él mismo había fundado en 1960) y después marchó a París para asistir a los cursos que impartían Sander Vegh y Pablo Casals en la capital francesa.
Goritzki era como el perejil de todas las salsas: tocaba con infinidad de orquestas y grababa para algunos de los sellos más importantes de aquel entonces, como Claves, MDG, Capriccio o Hannsler. Y lo compaginaba con la docencia: al principio, en el conservatorio de Hannover y más tarde, en el de Stuttgart. Enseñaba, claro, oboe moderno. Y, además, daba clases magistrales por medio mundo.
A Goritzki le había perdido la pista hasta hace solo unos días, cuando me topé con una grabación de un ensemble trompetero llamado Wolfgang Bauer Consort. Lo primero que me llamó la atención es que el Wolfgang Bauer Consort ya no tocaba trompetas modernas de válvulas, sino naturales. Pero luego me quedé de piedra al ver una foto de un Goritzki ya entrado en la setentena tocando un hermoso oboe barroco. En fin… ¡nunca es tarde si la dicha es buena! O aplicando la frase que pretendía explicar cómo San Pablo vio la luz cuando se cayó del caballo cuando se dirigía a Damasco… ¡arrepentidos los quiere el Señor!
Eduardo Torrico
(Nota: Ingo Goritzki es quien aparece en el centro de la foto que acompaña a este artículo. Acaba de cumplir 80 años y sigue en activo, pero ya solo toca el oboe barroco).