Armonía y melodía

En su Tratado de armonía (Sección ulterior, II) observa Ezra Pound que con las ocho notas de la escala tonal se pueden componer 40.360 frecuencias, las cuales se pueden a su vez multiplicar por nueve si se añaden los correspondientes semitonos y hasta agregando un cuarto de tono. Siempre ha fascinado el panorama de la música occidental en el que con las siete notas de la gama tonal y las doce de la atonal se pudiera ir desde Guillame de Machaut hasta Arnold Schoenberg. Los números de Pound, que doy por buenos porque nada sé de su intimidad, sugieren que dentro de unas pocas cifras hay un enjambre prácticamente innumerable de combinaciones. A ese tupido velo se lo puede denominar capacidad armónica del arte musical, su talento para hacerse obra, opus. A la vez, cabe tener en cuenta que ninguna combinación armónica, la verticalidad de la música, su pilar, se da sin su horizontalidad, la melódica, techumbre de toda partitura.
En este encuentro, Pound, que fue un teórico pero asimismo un doctrinario de cierta vanguardia — ¿hay teoría estética sin doctrina? – inserta su cuña crítica. Ataca la asociación necesaria de ambos elementos, una herencia fuerte de la tradición, sea modal o tonal, antigua o moderna. Especialmente le molesta que los músicos modernos la sostengan. Le parece que ellos han caído en un estado de atrofia total (sic).
Pound está quizá pensando en el atonalismo y lo hace en plena efervescencia de la Escuela Vienesa. Pero lo que dice va más allá: podría haber una armonía carente de melodía porque ambas están, en principio, disociadas, al menos como concepto, ya que en la historia de la música han venido siempre tomadas de la mano. O, quizás, en algo más complejo y sutil: una partitura atonal leída cabalmente, cuyos acordes resulten tonales, si se leen como tales. Es el encuentro que a menudo propone Alban Berg, cuyo concierto para violín – copio lo dicho por Adorno – acaba cadenciosamente en un acorde de sexta, muy propio de los impresionistas franceses.
La cuestión es seductora y puede llegar a ser acuciante. No estoy en condiciones de resolverla en favor o en contra de Pound. Simplemente invierto los términos. Si es posible una armonía sin melodía, también lo es una melodía inarmónica. Más aún: estructuralmente, toda sucesión de sonidos es una frase o un esbozo de frase, simplona o complejísima. A las cortas cláusulas de Boccherini se le pueden oponer las prolongadas de Massenet, por ejemplo. ¿No hay estructuras melódicas en el citado Schoenberg, aunque sus tensiones nunca se resuelvan porque, sencillamente, no existen o porque si todo es tensión, nada lo es? Las vanguardias tuvieron respuestas para todo porque trabajaban con postulados. Después viene la obra y cada opus es singular, radicalmente singular. Aquí trazo las barras conclusivas para evitar el riesgo de ponerme a emitir, por mi cuenta, algún que otro postulado.
Blas Matamoro