ARANJUEZ / Rodríguez de Hita refulge en manos de La Real Cámara
Aranjuez. Capilla del Palacio Real. 24-IX-2022. XXIX Festival de Música Antigua de Aranjuez. Aurora Peña, soprano. La Real Cámara. Director y violín: Emilio Moreno. Obras de Antonio Rodríguez de Hita.
¿Se puede conocer en lo que dura un único concierto toda la trayectoria profesional de un compositor? Obviamente, no. Pero hay programas que están tan bien hilvanados que sí nos pueden proporcionar una visión aquilatada de la obra del compositor en cuestión. Antonio Rodríguez de Hita nació en 1722, es decir, hace justo trescientos años, en la villa madrileña de Valverde de Alcalá. Aunque hoy sea solo nombre más en esa nebulosa musical que es el siglo XVIII español, en vida fue muy respetado por tres facetas: la de autor, la de intérprete (era, a decir de las crónicas, un extraordinario organista) y la de tratadista. Podríamos añadir un cuarto mérito a su currículum: el de haber sido el precursor de la zarzuela tal y como la entendemos hoy. Es decir, de la zarzuela popularmente castiza (o castizamente popular), no de la zarzuela mitológica del Barroco, que era la que cronológicamente le debería haber correspondido, por mucho que su estilo se acerque más al Clasicismo o al Rococó que al Barroco.
Emilio Moreno —que es ‘perro viejo’ en esto de confeccionar programas coherentes y, en buena medida, didácticos— ofreció anoche, al frente de su grupo, La Real Cámara, un concierto que recalaba en todas y cada una de las facetas de Rodríguez de Hita: la de compositor de música religiosa, la de compositor de música para la escena y la de compositor teórico. Etapas desarrolladas como maestro de capilla en la Catedral de Palencia (con cuatro canciones instrumentales de la extraordinaria colección Escala diatónico-cromático-enarmónica, de 1751) y en el Real Monasterio de la Encarnación de Madrid (con dos lamentaciones de Semana Santa de los años 1762 y 1771), y como activo compositor de zarzuelas para el Teatro del Príncipe de la capital , en colaboración casi siempre con el ingisne libretista Ramón de la Cruz (oberturas y arias de Las labradoras de Murcia, de Las segadoras de Vallecas y de La Briseida, escritas entre 1768 y 1769).
Aunque no lo es oficialmente, Moreno también ejerce de musicólogo, y aprovecha los viajes que la brinda su intensa actividad internacional como intérprete para visitar bibliotecas y archivos de medio mundo. Fue así como se topó hace algunos años varias arias y un dúo de Las segadoras de Vallecas, zarzuela costumbrista de la que se conserva íntegramente el libreto, pero cuya música está extraviada, por desgracia. En esta ocasión, Moreno las localizó en un cuaderno de música, quizá procedente de la casa de Benavente-Osuna, que se halla depositado en la Biblioteca Nacional de Francia (París), al que el violinista madrileño ha rebautizado cariñosamente como ‘cuaderno del emigrante’.
No voy a descubrir ahora a La Real Cámara, fundada hace justo treinta años al calor de los fastos que vivió España en 1992 (en este caso, al calor de la capitalidad cultural europea que le fue concedida a Madrid). Han sido muchos los conciertos que he tenido el privilegio de escuchar a este grupo. Y muy buenos. Sin embargo, he de reconocer que pocas veces lo he visto brillar tanto y con tanta energía como anoche en la capilla del Palacio Real de Aranjuez. A veces se crean ambientes especiales en determinados conciertos, que acaban tenido algo de mágicos. Y esta fue una de esas veces. El sonido ofrecido por el grupo fue cálido y aterciopelado, y la música de Rodríguez de Hita se me antojó magnífica (cosa que no he podido decir otras veces, cuando la he escuchado en manos de otros grupos). La Real Cámara ha adquirido, sin duda, un sello distintivo, quizá gracias a eso que es tan difícil de conseguir en el freelancismo de la música antigua: la continuidad. Desde hace varios años, junto a Moreno aparecen siempre el violinista Ignacio Ramal, el violista Antonio Clares, la violonchelista Mercedes Ruiz, el tiorbista Pablo Zapico y el clavecinista Eduard Martínez, con apenas modificaciones (ayer, con el añadido de la contrabajista Silvia Jiménez). Y eso es lo que en buena medida le ha dotado de un sonido particular e inconfundible.
La guinda del pastel la puso la joven soprano valenciana Aurora Peña, por la que siempre —lo confieso— he sentido devoción. Estuvo tan arrolladora como en ella es habitual, pero con ese poso de experiencia y saber estar estar que va proporcionando el paso del tiempo. Si en las lamentaciones de Rodríguez de Hita se mostó dulce y afectiva, en las jacarandosas arias zarzueleras sacó a relucir todo su arsenal canoro y su encanto artístico y personal. Ah, y se le entiende todo lo que dice, virtud que, lamentablemente, tampoco es muy frecuente entre los/las cantantes de hoy.
Eduardo Torrico
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