ARANJUEZ / Cuando Versalles hablaba español

Aranjuez. Teatro Real Carlos III. 16-X-2021. XXVIII Festival de Música Antigua de Aranjuez. André Lacerda, haute-contre. Ludovice Ensemble. Director y clave: Miguel Jalôto. Obras de Couperin, Lully, Curbois, Boësset, Charpentier, Campra y Desmarets.
Hubo un tiempo en que España no solo fue la gran potencia política del mundo, sino en que también los gustos artísticos por lo español inundaron un buen número de cortes. Principalmente, la de Francia y la de Portugal. En la corte de los Braganza el español se utilizaba como lengua oficial, y en la de París (y más tarde, en la de Versalles) era señal de distinción tener a este como segundo idioma. Luis XIV lo hablaba a la perfección, pues era hijo de una española, Ana de Austria, y estaba casado con otra española, María Teresa de Austria. Al Rey Sol le complacía tanto España (menos tener que estar litigando con ella por la hegemonía europea) que hasta aprendió a tocar la guitarra, introducida en aquel país por quien luego sería su maestro, Luis de Briceño. Y numerosos compositores galos, desde Lully a Charpentier, pasando por Campra, Couperin, Boësset, Courbois, Boismortier o Bataille, compusieron en nuestra lengua o dedicaron obras a personajes (reales o ficticios) como El Cid o Don Quijote.
Yo era de los que consideran que, al ser tan idiomática, la música barroca francesa solo está bien concebida si son franceses (o, al menos, francófonos) los que la interpretan. Hace diez años cambió por completo mi percepción al escuchar un disco, en el sello Ramée, de un joven grupo portugués llamado Ludovice Ensemble. Aquel CD (Amour, viens animer ma voix!), que contenía obras de Dornel, Campra, Clérambault y Courbois, me sirvió para comprobar cuán equivocado estaba. Luego, vinieron grupos españoles como La Bellemont, Impetus o La Reverencia, que, al igual que el Ludovice Ensemble, demostraron ser tan duchos en el Barroco francés como los propios franceses.
El Ludovice Ensemble ha estado en Aranjuez, que viene a ser como una pequeña sucursal de Versalles, pues no deja de ser también un invento Borbón. Y ha presentado, en el Festival de Música Antigua, un programa de música francesa de inspiración española. ¡Con la cantidad de buenos grupos españoles que tenemos y a ninguno se le había ocurrido algo así! Al margen de cualquier otra consideración, adelantemos las conclusiones: el programa no solo funciona a las mil maravillas, sino que confirma la excelencia del Ludovice Ensemble, constituido en esta ocasión por el clavecinista Miguel Jalôto, la traversista Joana Amorin (ambos, fundadores del grupo), la violinista Ayako Watanabe y la violagambista Marjolaine Cambon, además del haute-contre André Lacerda.
El programa lo vertebra la suite L’Espagnole, de Les Nations de François Couperin. Entre movimiento y movimiento de esta, el Ludovice Ensemble inserta piezas de Lully (Sé que me muerto y El dolor solicita el que al dolor se da, de Le Bourgeois Gentilhomme), Boësset (Frescos ayres del prado), Charpentier (aires de Sur les stances du Cid), Campra (Sommeil, qui chaque nuit joüissez de ma belle y El esperar, en amor, es merecer, de L’Europe Galante) y Courbois (extractos de la cantata para voz sola Dom Quichote). También figura en el programa Henry Desmarets, que no compuso, que se sepa, música de inspiración española, aunque es probable que lo hiciera: Desmarets pasó tres años en la corte de Madrid al servicio de Felipe V.
Merece especial mención el joven tenor André Lacerda, un auténtico haute-contre, de esos que tanto escasean y que tan necesarios son para hacer Barroco francés. Su voz es terciopelo puro, su estilo es el más idóneo posible y su dicción tanto del francés como el español es perfecta. Lacerda no tardó nada en meterse al público del Teatro Real Carlos III en el bolsillo, pero el culmen llegó con su desopilante lectura (eructo incluido) del ebrio Don Quijote de Curbois. En los últimos años, Portugal ha alumbrado voces extraordinarias que se adaptan como un guante al repertorio Barroco: las sopranos Ana Quintans y Joana Seara, el tenor Fernando Guimarães, los barítonos Hugo Oliveira y André Baleiro o el bajo João Fernandes. A esos nombres habrá que unir ahora el de Lacerda y el de la fascinante soprano Ana Vieira Leite, que, pese a su juventud, concita ya la atención de los principales directores especializados en este repertorio (William Christie o Christophe Rousset, sin ir más lejos).
El concierto fue, al mismo tiempo, toda una lección de rigor historicista: el Ludovice empleó el diapasón francés de la época (392 Hz), gracias a lo cual Amorin pudo existir una preciosa réplica de un traverso de Hotteterre (impresionante por su envergadura), que no solo fue compositor, sino también el gran teórico de la flauta travesera de aquel periodo (junto a Quantz, claro).
Eduardo Torrico