Arabella y las incertidumbres (II)
Un detalle: Hofmannsthal conocía bien el teatro español del Siglo de Oro, es autor de La torre, sobre Segismundo y La vida es sueño; además de El Gran Teatro del Mundo de Salzburgo (fue él uno de sus fundadores del festival) y otras obras calderonianas, como una variante de La dama duende (Dame Kobold). Hay un episodio muy de aquel teatro: la relación íntima de un hombre y una mujer en completa oscuridad, cuando la total oscuridad era posible; uno de los dos se hace pasar por otro. Así seduce Don Juan de la primera obra a él dedicada, y con esa influencia pretenderá seducir Don Giovanni a Donna Anna al principio de la ópera de Mozart; así sucede en la poco conocida El ofensor de sí mismo de Cristóbal de Monroy y Silva, apogeo de este tipo de argumentos, en la que el ufano caballero cree haber deshonrado a oscuras a otra, no a su propia prometida. Hasta el Tenorio de Zorrilla deshonrará así a la dama de don Luis Mejía. En Arabella, Hofmannsthal apunta lo que será culminación de la crisis: Matteo y Zdenka hacen el amor, y ella se hace pasar por su hermana Arabella; así se juntan el deseo y amor de ella con una, digamos, obra de caridad a favor del muchacho, que adora a la hermana mayor. Todo lo arreglará la unión final de las parejas, algo típico también del teatro del Siglo de Oro. Aunque ni entonces ni en esta Arabella tengamos garantía de que esos matrimonios vayan a cumplir lo que promete el aparente final feliz. Cerramos el detalle.
Si se comparan o unen en el recuerdo aquellas dos óperas, Der Rosenkavalier y Arabella no es por capricho o insuficiencia de las muchas plumas que lo hacen. Es que así surgió Arabella, con una petición de Strauss a Hofmannsthal, que venía a decir: hágame usted otro Rosenkavalier, todavía tengo cosas que decir sobre ese asunto. A partir de ahí, ya surgen los lugares comunes, y tanto el libretista como el compositor parecen ignorar los suburbios más que precarios de Viena tanto en el siglo XVIII, Antiguo Régimen, como en el XIX, persistencia del Antiguo Régimen con burguesía y ensayo liberal (pronto fallido); y al ignorarlos, en el sentido hispánico (no saben de ellos, no es solo que desdeñen su presencia). También los ignoran los que sobre ello escriben. Desde luego, se nos dirá, no se trata de eso. En ese sentido, hay que advertir que Hofmannsthal no era en absoluto su colega de generación Arthur Schnitzler, el que, por ejemplo, supo mezclar sexo y clases sociales en Reigen, La ronda (1897), obra teatral de importancia creciente a lo largo del siglo, hasta que Philippe Boesmans hizo una ópera con ese espléndido texto (1993). Un texto que, por cierto, antes había servido para el film de Max Ophüls con un reparto de sueño (1950), y no es el único film que se inspiró en Reigen. Por lo tanto, hay que tener cuidado cuando hablamos sobre la hermosa, insuperable brillantez del Caballero, frente a la deliberada base realista de la Viena de Arabella; si estamos en 1866, falta un año para el compromiso con Hungría, la fundación del Imperio austrohúngaro, que impedirá que el Kaiser se corone en otras naciones del Imperio; por ejemplo, no lo conseguirán nunca los checos, porque los húngaros reclamarán siempre su hecho diferencial. Pero 1866 es sobre todo el año de la batalla de Sadowa, estrepitosamente perdida por Austria ante Alemania, que con tres guerras pretendió unir el mosaico alemán; primero fue la guerra de los Ducados daneses, más tarde será la apoteosis, con la Guerra franco-prusiana; es creencia indemostrable que nada une más que propiciar muertos todos juntos, lo que vale también para los matrimonios en crisis: ¿qué es La Helena egipcia sino una terapia de parejas? Algo tan vienés, y no solo de la parte freudiana. Ahora bien: ¿Hay alguna pareja en la Historia más en crisis que la Helena rescatada de Troya y el Menelao que se parece haberse salido con la suya?
Con Arabella, Hofmannsthal se somete a su propia terapia, aunque al borde de su propia extinción, algo que no podía saber. Y Strauss, que entendía muy bien todo lo que se redactaba en términos teatrales, sabía ponerle música al dolor inagotable del poeta. ¿Y ese dolor…? ¿De dónde, de qué venía? De la patria, claro está, esa patria celebrada en Rosenkavalier y vista con muy otro criterio en Arabella. Que no es realismo exactamente, pero que se acerca mucho al realismo. Ambas obras parecen fingirse operetas, y acaso partan de la opereta para conseguir lo que una opereta nunca quiso lograr. En cualquier caso, sabemos que realismo y ópera son dos mundos que se repelen, pese a Cavalleria, Pagliacci y alguna cosa así que no deja ser exaltación romántica. El mundo de la ópera es el de la estilización del pasado, el de los amores exaltados (a menudo entre jóvenes de bandos rivales), el del sueño y la propia fantasía onírica. Cabe el expresionismo (el Woyzeck de Büchner lo es, ante litteram, para Berg), el simbolismo (Pelléas, Barbazul, Die tote Stadt), pero no el naturalismo. Consulten con Busoni, que lo teorizó.
Der Rosenkavalier había sido una brillante construcción, con una Viena bastante imaginaria, la de la Austria que se supone insuperable en la historia del Imperio. Y Hofmannsthal cuenta esa historia con la música de Strauss como elemento sublimador insuperable que todo lo transforma, y la cuenta en un momento en que se hallan al borde de la catástrofe. Esa catástrofe que se venía anunciando, y que los contemporáneos no podían interpretar (solo nosotros, desde la insolente posteridad), que venía ya de la crisis del liberalismo austriaco, de los nacionalismos de los pueblos del Imperio (especialísimo el caso húngaro; muy especial, el checo; doloroso, el caso croata), del antisemitismo que se instala en la capital del Imperio. Todas estas cosas anuncian que la cuestión es grave.
Los croatas estaban especialmente ofendidos. Siempre habían servido al Imperio con lealtad, y de repente el Imperio los arroja como súbditos de Hungría, que los maltrata e intenta magiarizarlos (normalización lingüística, ay).
Arabella, con base de opereta y desarrollo de ópera que, como ocurre a menudo en Strauss, roza lo sublime, es una comedia menos brillante que el éxito de 1911 (inagotable), con toques amargos, y desarrolla una nostalgia. Esa nostalgia viene a decir: miren ustedes la década de 1860, por mucho que sea la de Sadowa (que supone que Austria ha perdido ya la carrera para encabezar la nueva Alemania, que será cosa de una casa real advenediza, la de esos prusianos que han conseguido quedarse incluso con la Renania), mírenla ustedes: eso es lo que tendríamos que haber hecho para conservar esta patria que es el Imperio, ¡eso! Había que esperar la redención, la salvación, y éstas tenían que venir de la periferia. Del croata Mandryka, simple, buenazo, colérico, el fiel súbdito de siempre frente a la intriga vienesa, la de esa Viena que ignora lo mejor de sí misma (son tantos los nombres de gente excelsa y ajena a la Viena brillante y oficial, entre ellos el mismo Hofmannsthal, que la lista sería abrumadora); y frente a las trampas permanentes de Hungría, que bien caro lo pagará en Trianón. Trianón, Saint Germain o Versalles son tratados imposibles de imaginar en 1911, pero actuantes y muy dolorosos en 1928.
La redención hubiera venido, pues, de las naciones del Imperio, que habrían dejado así de ser un problema para ser una solución. Bismark pensaba que Austria tenía demasiadas historias locales, regionales, nacionales como fardo insuperable, no era buena compañera en el proyecto alemán. Pero de Arabella se desprende, si esta interpretación no les parece abusiva, que todo podría haberse arreglado. Ah, amargura de Hofmannsthal y de toda una generación; como ya dije alguna vez: lo de 1918 para Austria y Hungría es algo mucho más doloroso que le pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas para España.
Es una interpretación posible entre otras varias.
Hofmannsthal era un patriota del Imperio, deseaba ardientemente la conservación de aquel estado compuesto por las once naciones que ya decíamos. Su homenaje de 1911, con Strauss, incluía la invención de una costumbre popular (la rosa de Oktavian) y era un homenaje al borde del abismo, aunque nadie podía imaginar lo amplio y profundo que iba a ser ese abismo
En 1928 el pesimismo del patriota conduce a la historia de ese canto a la mezcla entre los pueblos: sí, la redención vendría de ellos. Karl Kraus, el gran cascarrabias del grupo generacional de la Jung Wien. Que odiaba este grupo y a cada uno de sus miembros, denunció a Hofmannsthal como colaborador en la propaganda de guerra, lo que nos sugiere una crítica como la de La trahison des clercs (Benda) avant la lettre.
Ahora bien, atención a los nombres de los personajes, algunos pensados mucho antes en obritas y apuntes del poeta, pero como otros nombres: Zdenka est un nombre checo, mientras que Matteo es nombre italiano; Mandryka viene de la Eslavonia, es croata, nación ofendida, incluso con un caso sonado, ante de la guerra, que fue amañado torpemente, y que podría haber sido el “caso Dreyfus” de Austria. En fin, atención al nombre de Arabella, ¡con una hermana que se llama Zdenka! No es casualidad, por mucho que Arabella ya existiera en aquel escrito antiguo, si bien era un personaje muy secundario, aunque hermana que quien finalmente se llamaría Zdenka.
Paréntesis: la de Arabella es una familia venida a menos. Tiempos de maximalizar el status, esto es, fingir que eres acomodado; tiempos de euforia bolsística después de la derrota. Pero todavía falta bastante para el crack de la bolsa en Viena, 1873.
Arabella, obra inconclusa; es definitivo, sin duda, el primer acto, pero no los otros dos. Strauss tuvo que apañárselas él solo, no sabemos qué podría haber resultado al final. Ahora bien: ¿sería esta otra Arabella aún más perfecta que la que conocemos? Reproches de libreto aparte, Strauss dio con una espléndida solución. Dentro del sentido de la mezcla de pueblos, incluyó unas canciones de los eslavos del sur. Sí, los croatas lo eran, los fieles croatas que podrían habernos salvado, ¿no es así, Hugo? Ah, los eslavos del sur. Ya existía Yugoslavia: nosotros los austriacos nos separábamos y ellos se unían, esto puede llamarse injusticia poética. ¿Es que los croatas y los serbios van a entenderse? Me sorprendería, dice el ciudadano de la Pequeña Austria, y no lo dice solo por resentimiento o por deseo de que la unión de los eslavos del sur fracase, es que parece cantado ese fracaso, antes o después. Hoy lo vemos con perspectiva (arrogante, sí). Entonces, muchos lo vieron como algo de improbable funcionamiento. Mientras, esos cantos se entreveran en la ópera de conversación que es Arabella. No son adorno ostentoso, son canto que se incluye en el discurso de manera sutil, sin bullicio folclorista. Y ahí cumplen su función, la que hubiera querido Hofmannsthal: ellos podrían haber salvado el Imperio. Y de paso, señor Hofmannsthal, hubieran salvado a Europa. Como se ha dicho, esos cantos no están ahí como en las operetas, para dar sabor local; están para dar sentido a la trama, si es cierto lo que aventurábamos, la posibilidad de que Austria-Hungría hubiera permanecido como estado federal, con lo cual las nacioncitas de 1918 no habrían sido presa de Alemania, primero, y de la URSS, después. ¿Trata Arabella de esa ucronía, o se aventura uno demasiado?
Santiago Martín Bermúdez