Muere Ana María Sánchez, la sonrisa del canto
Fue una de las voces más inteligentes y nobles de la lírica española. Ana María Sánchez (1959), soprano de alcurnia y personalidad entrañable, falleció en la tarde de ayer sábado, 17 de septiembre, en Elda (Alicante), su ciudad natal. Contaba 63 años y desde 2019 luchaba contra un cáncer que finalmente ha acabado con su vida, demasiado breve. Desde entonces, vivía prácticamente apartada de los escenarios, con apenas apariciones esporádicas en público. Concentrada en su pasión educacional y en disfrutar de la vida, de cada instante de ella con su inseparable marido, Pepe para todos.
Ana María derrochaba afecto, vitalidad y lucidez. Alumna de Dolores Pérez en Alicante y luego de Isabel Penagos y Miguel Zanetti en Madrid, su debut operístico llegó en 1994, cuando cantó el tremendo rol de Abigaille de Nabucco en Palma de Mallorca. Fue el comienzo de una carrera espectacular, de soprano lírico-spinto, marcada por la agudeza psicológica con que perfilaba cada personaje, el rigor estilístico y la belleza genuina de una voz que se movía como pez en el agua en el repertorio verdiano. Su inolvidable Pace, pace, mio Dio, de La forza del destino, era la la síntesis de sus cualidades vocales y artísticas.
Culta e interesada por todo, licenciada en Filología Hispánica, Ana María estaba siempre dispuesta a aprender de todo y todos. Ella, la más sabia, era también la más receptiva y abierta. Como cuando, poco después de su debut en Palma, cantó en el Palau de la Música de Valencia, en diciembre de 1995, una impresionante Crisotemis de Elektra junto con Éva Marton en el papel titular y Leonie Rysanek como Clitemnestra. Una y otra se quedaron maravilladas con la potencia, inteligencia y belleza vocal de la joven Ana María, que no perdió ocasión de absorber el caudal de información y tradición de aquellas dos leyendas de la ópera.
Fue el definitivo espaldarazo a una carrera rápida y densa, con recaladas reiteradas en los teatros más importantes, desde las óperas de Hamburgo, Múnich, Berlín (Deutsche Oper), Dresde, Zúrich, Florencia, Venecia, Lisboa, Nápoles, o el Colón de Buenos Aires y el MET de Nueva York. Por supuesto, también en todos los grandes teatros españoles, donde sus visitas eran recibidas como acontecimiento. Fue especialmente querida en el Liceu de Barcelona, Real de Madrid, Euskalduna de Bilbao, Palau de les Arts, Campoamor de Oviedo y Maestranza de Sevilla.
Con su arte y ductilidad vocal enriqueció un enorme y variado repertorio, que abarcó casi todos los géneros y estilos. Desde Wagner al Tango de La Menegilda de La Gran Vía, que cantó con desparpajo berganciano. Entre sus grandes roles titulares, Adriana Lecouvreur, Norma, Tosca, Anna Bolena, Lucrezia Borgia, Aida, Gernika, María del Carmen e Ildegonda. También fue Mathilde (Guillaume Tell), Donna Anna (Don Giovanni), Leonora di Vargas (La forza del destino), Leonora (Il trovatore), Elisabetta (Don Carlo), Amelia (Un ballo in maschera), Liù (Turandot), Rosario (Goyescas), Rosa (Maror), Salud (La vida breve), Lady Clifford (Henry Clifford), Desdemona (Otello), Elisabeth (Roberto Devereux), Margarita (Mefistofele) o Elisabeth (Tannhäuser), entre otros muchos roles protagonistas.
Su carrera fue jalonada con numerosas distinciones y reconocimientos. Era Académica Numeraria de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos de Valencia, y había sido galardonada con la Encomienda de número de la Real Orden del Mérito Civil. Apasionada de la enseñanza, fue profesora de Canto en Musikene (Centro Superior de Música del País Vasco), del Conservatorio Superior de Alicante, y, entre 2008 y 2012, del Liceu de Barcelona. Entre los números estrenos en los que participó, destaca el de la ópera Juan José de Pablo Sorozábal,
Su discografía extensa abarca La vida breve de Falla con (Max Valdés); El Pesebre de Pau Casals con Lawrence Foster; Maror de Manuel Palau (con Enrique García Asensio); Le roi de Lahor de Massenet (Marcello Viotti); Ildegonda de Arrieta (Jesús López Cobos); Gernika con José Ramón Encinar y la Orquesta de Euskadi , y Juan José, de Sorozábal, y El dúo de La Africana”, con Jesús López Cobos.
Enamorada del hogar, de la vida doméstica y del sosiego de su Elda natal, nunca, ni siquiera en los momentos de mayor trajín profesional, llegó a dejar su residencia eldense. Apasionada de sus raíces y enamorada de su ciudad, Ana María siempre defendió el canto como expresión artística y paz para el alma. “Y eso es algo que en este mundo hace muchísima falta”, subrayó en su última entrevista. Su sonrisa inolvidable queda tan grabada en el afecto como su arte vocal. En el afecto y en la tristeza, resuena su “Pace, pace mio Dio”.
Justo Romero