ÁMSTERDAM / Triunfo de Marina Rebeka como Anna Bolena
Ámsterdam. National Opera & Ballet. 10-V-2022. Donizetti: Anna Bolena. Marina Rebeka, Raffaella Lupinacci, Cecilia Molinari, Ismael Jordi, Frederik Bergman, Adrian Sâmpetrean. Director musical: Enrique Mazzola. Director de escena. Jetske Mijnssen.
La Ópera Nacional de Holanda ha dado comienzo con Anna Bolena a un ciclo de las ‘óperas Tudor’ de Donizetti, en puestas de la directora de escena Jetske Mijnssen dirigidas musicalmente por Enrique Mazzola. En la primera noche, el trabajo de ambos se vio eclipsado por la sobresaliente actuación de la soprano Marina Rebeka, que asumirá el papel protagónico en las tres óperas. Para la escena final, Mijnssen situó a la condenada reina en un escenario vacío, convirtiendo a los demás personajes del drama en voces que ella escucha en su mente alucinada. Tan sólo los sonidos festivos que enmarcaban la boda de Enrico VIII con Giovanna Seymour se visualizaron como un estilizado sueño, creando un conmovedor contrapunto a la ira y la desesperación de Anna.
Desde el punto de vista estrictamente musical, este final resultó aún más impresionante. Aquí, incluso después de haber cuajado una arrebatadora interpretación en las escenas previas, Rebeka superó todas las expectativas por su combinación de dolor y resignación, su emocionante súplica de paz y su encendida denuncia contra los recién casados en la cabaletta final. Tras una radiante frase conclusiva, la tensión fue liberada por una desbordante ovación que se antojaba la descarga emocional de un público que durante tres décadas se ha visto privado de interpretaciones escénicas y vocalmente estimulantes del bel canto decimonónico.
También fue esencial para esta reacción el hecho de que la ópera más larga de Donizetti no se presentara como un espectáculo centrado en una sola mujer, sino como una fastuosa obra de conjunto, demostrando que el bel canto puede realmente ofrecer un teatro musical de alto nivel. Después de que una breve pantomima durante la obertura anunciara la tragedia y la soledad del personaje principal, el primer recitativo dramático de Giovanna Seymour mostró una alta temperatura emocional que impregnó toda la representación.
En el sobrio decorado diseñado por Ben Baur, las puertas y paredes correderas enmarcaban un escenario amplio y poco profundo: un óptimo soporte acústico para las voces y, al mismo tiempo, un símbolo de la atmósfera fría e impersonal en la que se desarrolla el drama. Aquí se reúnen los distintos personajes en escenas en las que el amor y el odio, la hipocresía y el oportunismo van marcando alternativamente la atmósfera. Algunos detalles menos lógicos se antojaban nimiedades en comparación con la tensión que impregnaba el conjunto de la representación. Los colores sombríos de los elegantes trajes se adecuaban a la atmósfera de la puesta en escena de Mijnssen, pero hubiera sido deseable que la apariencia de Enrico VIII se aproximase más a la de un gobernante autocrático, tanto en su vestuario como en su presencia vocal. El bajo rumano Adrian Sâmpetrean es un excelente cantante, pero carece del encanto, así como del oscuro y rudo legato que demanda el Barbazul de Donizetti.
En el foso, Mazzola supo mantener un delicado equilibrio —aparte de algunos acentos verdianos— logrando que una inspirada Orquesta de Cámara de los Países Bajos se compenetrara perfectamente con los solistas, mientras que los dramáticos recitativos y el colorido apoyo de las cantilenas contribuyeron en gran medida a caldear la atmósfera. Así y todo, al final la representación giró en torno a los solistas, con Rebeka en el centro como una torturada pero inquebrantable Anna Bolena. Con un timbre radiante, un gran virtuosismo y unas frases vocales perfectamente perfiladas, la soprano letona derrochó intensidad dramática y vocal en lo que acabó siendo una soberbia actuación.
Tras un comienzo menos convincente, la mezzosoprano Raffaella Lupinacci devino una rival creíble, conmovedora en su conflicto entre el amor femenino por el rey y la amistad por la reina. Por su parte, la voz de Ismael Jordi pareció al principio demasiado ligera para Lord Percy, pero en el segundo acto la cosa cambió y el tenor español exhibió un canto seguro de sí mismo, con un timbre algo más amplio, como si de repente se sintiera mucho más a gusto en la tesitura. En el papel del paje Smeton, la mezzosoprano Cecilia Molinari combinó el brillo juvenil con un dominio maduro del estilo belcantista, mientras que el barítono Frederik Bergman brindó un sólido Lord Rochefort.
Paul Korenhof
(Foto: Ben van Duin – Dutch National Opera)