ÁMSTERDAM / Christof Loy y Marc Albrecht recuperan la ópera de Humperdinck ‘Los hijos del rey’
Ámsterdam. National Opera & Ballet. 9-X-2022. Humperdinck: Königskinder. Olga Kulchynska, Doris Soffel, Kai Rüütel, Daniel Behle, Josef Wagner, Sam Carl, Michael Pflumm, Roger Smeets. Netherlands Philharmonic Orchestra. Director musical: Marc Albrecht. Director de escena: Christof Loy.
En su ópera Königskinder (Los hijos del rey), que apenas se representa hoy en día, Humperdinck y su libretista Ernst Rosmer (Else Bernstein-Porges) describen las tristes consecuencias de los prejuicios, la discriminación, la avaricia, la hipocresía, el oportunismo y la brecha generacional, problemas eternos todos ellos que, después de más de un siglo, todavía deberían enardecer al público. Sin embargo, este cuento de hadas para adultos sobre dos jóvenes que encuentran un destino trágico por el inhumano comportamiento de la gente que les rodea, fue olvidado muy pronto, y la nueva producción de la Ópera Nacional Holandesa apenas se muestra capaz de conmover a un público moderno. Humperdinck escribió una música hermosa, llena de pequeñas gemas musicales y de atmósferas espléndidamente orquestadas que a veces recuerdan a Wagner, pero la partitura se ve sustancialmente lastrada, en especial durante los dos primeros actos, por un libreto ayuno de dramatismo y de acción convincente. En el tercer acto, cuando el drama suscita finalmente la compasión y la identificación, la tensión se ve socavada por torpezas dramatúrgicas en torno a personajes secundarios y por una evidente falta de lógica. En general, casi todas las escenas de esta ópera tienen muy poca sustancia y son elongadas en demasía por un libreto sin apenas tensión teatral.
Al mismo tiempo, sus cualidades musicales justifican plenamente el entusiasmo del director musical Marc Albrecht, cuya enorme dedicación para insuflar vida a esta partitura se antoja la mayor baza de esta producción. Como antiguo director titular de la DNO, Albrecht está plenamente familiarizado con la acústica del teatro, y ha sido un placer disfrutar del equilibrio que supo establecer entre el foso y la escena, permitiendo que los cantantes fueran no sólo escuchados, sino entendidos, al tiempo que extraía de la Orquesta Filarmónica de los Países Bajos un brillante colorido y un delicado fraseo.
Königskinder no es una verdadera ópera para cantantes. Lo esencial es que todos los papeles (más de una docena) sean encarnados por solistas que los hagan creíbles, y en este punto la interpretación resultó casi ideal. El tenor Daniel Behle posee exactamente la voz ligera y juvenil para el hijo del rey, mientras que la soprano Olga Kulchynska convence con su lírico y esbelto registro como la muchacha-gansa que se libera del hechizo que la bruja ha lanzado sobre ella y accede poco a poco hasta la edad adulta. La propia bruja, presente sólo en el primer acto, pero el personaje más potente de todos fue encarnado de forma escalofriante y sin la menor afectación por la mezzosoprano Doris Soffel. Como su contraparte y protector de los “niños reales”, el barítono Josef Wagner fue un juglar vivaz y muy convincente, al que tan solo se le podría haber pedido un poco más de lirismo schubertiano, especialmente durante la escena final, cuando llora a la infeliz pareja.
El director de escena Christof Loy, bien secundado por el escenógrafo Johannes Leiacker, ha optado por imágenes estéticas en un escenario prácticamente vacío, con tan sólo algunos elementos necesarios: un enorme árbol y una cabaña de brujas en el primer y último acto. En este espacio casi desnudo, el elegante vestuario blanco de casi todos los personajes contribuía a crear una atmósfera romántica. Todo muy bello visualmente, pero que parecía atenuar la crítica del libretista y el compositor sobre el comportamiento inhumano de la población de Hellastadt, el pequeño pueblo que se niega a aceptar a los ‘extranjeros’ que no tienen el aspecto y el comportamiento al que están acostumbrados. Durante el preludio del tercer acto, un cortometraje mudo en blanco y negro que nos retrotraía al cine expresionista alemán evocaba un mundo diferente, mostrando la mentalidad de los habitantes de Hellastadt y sus horribles consecuencias con un crudo realismo, incluyendo la tortura del juglar y la muerte en la hoguera de la bruja. Al mismo tiempo, iniciaba un tercer acto en el que la luz del sol era sustituida por la oscuridad y la alegría y la felicidad eran reemplazadas por la tristeza y el dolor. De repente, el mensaje de la obra quedaba dolorosamente claro. Pero demasiado tarde.
Paul Korenhof
(Foto: Monika Rittershaus)