ALMADA / La eterna juventud de Elisabeth Leonskaja
Almada. Convento dos capuchos. 1-VI-2024. 4e Festival de Musica dos capuchos. Elisabeth Leonskaja, piano; Obras de Mozart, Webern, Schubert y Beethoven.
En su 4ª edición, el Festival de Música dos Capuchos de Almada en Portugal (al otro lado del Tajo, frente a Lisboa), va viento en popa, ganando en reputación e influencia con la llegada de conjuntos y artistas de renombre internacional, gracias al entusiasmo de su infatigable director artístico, Filipe Pinto-Ribeiro. Tal fue el caso del concierto inaugural (29 de mayo), que contó con la joven orquesta sinfónica francesa (fundada en 2020 por el violonchelista Victor Julien-Laferrière), la Orquesta Consuelo, que interpretó sinfonías de Beethoven. Y hasta el 21 de junio, orquestas y artistas de la talla del Ensemble Paganini de Viena (7/6), el pianista ucraniano Roman Fediurko (15/6), la Orquesta de Cámara de Berlín (16/6) y el DSCH – Schostakovich Ensemble (21/6)… y, por primera vez en el festival, una ópera de cámara de Philip Glass: En la colonia penal.
El 1 de junio, en el lugar “histórico” del festival, la gran sala del Convento de los Capuchinos (Covento dos Capuchos), con un aforo limitado a 200 personas (pero perfecto tanto por su acústica como por su proximidad a los artistas, tuvimos la suerte de escuchar a la inmensa pianista ruso-austriaca (nacida en Georgia en 1944) Elisabeth Leonskaja. Leonskaja se dirigió enérgicamente a su piano y comenzó la Sonata para piano en re mayor KV 576 de Mozart nada más sentarse en su taburete, sin esperar el silencio de un público portugués no siempre respetuoso de las “reglas” que se aplican en las salas de conciertos…
La última sonata de Mozart es una página radiante de la obra del compositor austriaco, que reúne además todas las cualidades digitales de la pianista. El diálogo constante entre los diferentes personajes se apoya en un cantabile nervioso que se despliega con garbo y un verdadero sentido teatral, pero la aparente alegría, a veces unida a un toque de humor, reveló también un color más dramático bajo los dedos de la pianista. Siguieron las Variaciones op. 27 de Anton Webern, tan alejadas en el tiempo y en el espíritu de la pieza anterior. Leonskaja comprende esta obra singular, cuya escritura serial da lugar a veces a una lectura árida y abstracta: la hizo expresiva y colorista, y sobre todo nos hizo entenderla y amarla. Bajo sus dedos juguetones, se volvió maravillosamente cadenciosa, poética y espiritual, en particular en la apertura del tercer movimiento, particularmente “bailable”. A continuación, volvió a su pasión por Schubert, con una interpretación de sus Klavierstücke D 946, una celebración del idilio privado y de un cierto placer de vivir. Vivaz y mordaz, esta pieza en tres movimientos estuvo interpretada de forma incisiva, pero también con cierta ligereza, a veces aérea e incluso bailable.
El intermedio no fue suficiente para dar tiempo al público a recuperar el aliento, y tras la pausa fue el turno de la última Sonata de Ludwig van Beethoven (la 32ª, Op. 111). Comenzó con un Maestoso oscurecido por el pedal y la digitación relativamente “martilleada” de la pianista, antes de una avalancha de arpegios, rápidamente cortada en su impulso… sólo para reactivarse aún más rápido. El tratamiento de las variaciones del segundo movimiento puso el broche de oro a este concierto de una inteligencia inusual, con el añadido de dos bises de Claude Debussy, el preludio Feux d’artifices y La plus que lente, que fue como un momento de eternidad que nos llevaremos con nosotros… Ojalá los pianistas veinteañeros se inspiren en esta leyenda viva del piano, y sigan sus huellas de auténtica juventud.
Emmanuel Andrieu
(foto: Rita Carmo)