Alma y Oskar: una pasión, un tiempo, un lugar
Alma Mahler, la pasión (Título original: Alma & Oskar). Emily Cox (Alma), Valentin Postlmayr (Oskar Kokoschka), Anton von Lucke (Walter Gropius), Marcello De Nardo (Gustav Mahler). Dirección: Dieter Berner. Guion: Dieter Berner y Hilde Berger. Fotografía: Jakub Bejnarowicz. Música: Stefan Will. Austria. 2022. 88 min.
La viuda por antonomasia, la amante eterna, la femme fatale de los genios: Alma Mahler, una pasión es una película biográfica o biopic del director austriaco Dieter Berner, quien ya tiene experiencia en estas lides, personajes y época, puesto que en 2016 dirigió otra cinta titulada Egon Schiele: la Muerte y la Doncella. En este caso, Berner se centra en los breves años de la relación entre Alma y Oskar Kokoschka, el principal representante del expresionismo austriaco junto al citado Schiele. Cada cual sus obsesiones y no se puede negar que la Viena de ese momento puede obsesionar artísticamente a cualquiera con una mínima sensibilidad.
Protagonizada por Emily Cox (Alma) y Valentin Postlmayr (Oskar), se trata de una película bien hecha y que cuenta con muchos puntos a favor. En primer lugar, es visualmente muy atractiva puesto que la suntuosa ambientación está fantásticamente lograda gracias, en buena parte, a las ubicaciones elegidas: la Musikverein, el Hotel París y el Café de la Casa Municipal de Praga, la Ópera de Dresde por citar algunos, y otras tantas villas del periodo Sezession e interiores dignos de Joseph Hoffmann o H. van de Velde. El guion nos lleva fácilmente por esta historia intrincada y, aunque no se dude en alterar la cronología de ciertos hechos y hace un poco de historia-ficción con otros, todo está bien hilado y resulta eficaz y desde luego, recrea bien esa relación tormentosa de poder entre los dos personajes. Un ejemplo: según el argumento, Alma y Oskar se conocen porque él va a casa de la viuda para hacer la máscara mortuoria de Gustav Mahler, cosa que no es cierta, pero sirve para reforzar el veraz episodio (ese sí) de la cierta veneración de Alma por dicha máscara y el deseo de Oskar por destruirla. De hecho, parece que fue la real recepción de dicha máscara lo que produjo a la mujer tal conmoción que suplicó a Kokoschka que le permitiera abortar del hijo que esperaban. En este punto sí que chirría la alteración de la realidad, porque se nos cuenta que dicha pérdida se produjo a causa de una paliza que le propina el pintor, de resultas de una enorme discusión a propósito de la dichosa máscara. ¿Era necesario cargarle a él el mochuelo y presentarla a ella como víctima?
La dirección es ágil, con cierta tendencia a los planos cortos, que evoca en cierto modo esa constante movilidad física y espiritual de Alma, que no paraba quieta ni en un lugar, ni con una persona, ni en una actividad. Por otra parte, resulta interesante la forma de trasladar las diferentes formas de mirar el mundo de cada uno de ellos: en más de una ocasión se nos sugiere que Oskar confunde deseo y realidad o que sus deseos son tan irreprimibles que altera la realidad hasta que confluye con ellos, como una de esas últimas escenas en la que baila un tango con la muñeca hecha a imagen, semejanza y tamaño de la compositora pero que él siente como la Alma de carne y hueso. Sin embargo, cuando se nos presenta la realidad desde el punto de vista de ella, predominan los primeros planos, la luz y una mirada completamente terrenal del mundo.
Los personajes están bastante bien dibujados, incluidos los secundarios, como el padre de la propia Alma (Emil Jakob Schindler), Adolph Loos en sus breves intervenciones o el director Bruno Walter. Mención especial merece el personaje de Gustav Mahler, encarnado por Marcello De Nardo, que en los pocos minutos en que aparece al comienzo ya da muestra clara tanto de su amor dependiente como de su neurosis y de su egoísmo –más que misoginia o machismo, diría yo– en lo que se refiere a esa prohibición de componer impuesta a Alma. También queda patente que lo que ella sentía era una admiración apasionada, probablemente nunca una pasión amorosa. El personaje del joven Gropius es el que quizá esté menos elaborado: resulta un tanto inverosímil que esa mujer se enamorara de un tipo genial, sí, pero un tanto frío y de carácter blando. Quizá se pretende evocar un temperamento edípico con esa presencia constante de su madre al lado, aunque, por evidente, resulta un tanto traído por los pelos.
En cuanto a los protagonistas, hay que reconocer que ambos actores han dado con el punto justo –y seguramente han estado muy bien dirigidos– para caracterizar a unos personajes por un lado muy golosos, pero por otro, difíciles si no se quiere caer prácticamente en una caricatura. Emily Cox, que se dio a conocer al gran público por su intervención en The Last Kingdom, hace un muy buen papel y recrea una Alma realmente convincente: extraordinariamente egocéntrica, consciente de sus capacidades y atractivo, de una seguridad arrolladora en sí misma, que parece no plantearse dilemas morales, salvo en lo que a la obra de Mahler se refiere, o más bien, que los resuelve de manera completamente pragmática. En breves trazos adivinamos su carácter, como esa escena en la que habla con su amiga sobre sus flirteos mientras se ensaya la Novena de Mahler en la Musikverein y, al oír algo que no encaja con la voluntad del compositor, se levanta para dejar claro el asunto y asumir por un momento la batuta. Se non è vero, è ben trovato y sobre todo, nos permite imaginar ese carácter capaz de pasar de la mayor frivolidad a las consideraciones más inteligentes de un segundo a otro. Emily Cox compone muy bien a esa mujer que vive con una naturalidad aplastante –no exenta de un cierto sentimiento de superioridad– el ser objeto de deseo de todo hombre que pasa a su lado y el poder que eso le otorga para hacer de su capa un sayo.
Respecto a Valentin Postlmayr, que firma su primer papel protagonista en el cine, aunque posee un largo recorrido teatral, realiza un ejercicio de contención importante para construir un personaje dado al exceso, de reacciones inmediatas y que rozaba la locura sin que resulte cargante o exagerado. Quizá, lo más interesante de cómo se establece la relación entre los amantes en la película es esa sensación de fragilidad y dependencia que él transmite a pesar de una presencia física poderosa y de un carácter turbulento y un tanto primitivo, frente a la fortaleza y hasta cierta frialdad de ella, incluso dentro de la pasión. Fantástica la escena del hospital en el que se recupera de sus heridas de guerra, cuando recibe la muñeca: Postlmayr consigue que sintamos una mezcla entre conmiseración y repugnancia por su personaje que nos hace plantearnos no pocos interrogantes sobre nuestros sentimientos hacia nuestros semejantes. En definitiva, que el mecanismo de identificación va de uno a otro, y que no hay preferencia ni inclinación ninguna de guionistas y director.
En cuanto a la ambientación musical, está francamente bien. La puramente diegética va más allá de la propia recreación artística del universo sonoro en que vivía Alma, porque nos permite descubrir aspectos caracteriales de los protagonistas: la obsesión por la perfección de Mahler en ese ensayo de la Quinta Sinfonía en que quiere obtener un efecto rítmico concreto; la dificultad de Alma para encontrar una música propia y personal al sentir que todo lo que se le ocurre es música del difunto Gustav (nueva licencia: Alma nunca volvió a componer desde su matrimonio con Mahler); o la citada escena en la Musikverein. Y la compuesta ex profeso por Stefan Will, a pesar de ciertas licencias de inspiración, está bien escrita y es perfectamente eficaz en su recreación: no se puede olvidar que los salones de baile surgieron en Viena y que en aquella época estaban completamente à la page de las novedades en ese aspecto, como esa especie de foxtrot que se marcan Alma y Gropius o el citado tango.
En resumen, es una película que está muy bien resuelta, que mantiene vivo el interés, que recrea con enorme gusto, fidelidad y también una mirada personal una época fascinante y que ahonda en un par de personajes que quizá sólo se explican precisamente en esa época y ese mundo, por mucho que sus conflictos, como dice el director, sean lo humano eterno.
Pido disculpas a quienes hayan llegado hasta aquí porque me siento como una auténtica intrusa dando mi opinión nada autorizada sobre cine. Y como tal intrusa que soy y hablando desde mi punto de vista de músico, me resulta particularmente interesante observar cómo Dieter Berner no ha pretendido resolver esa cuestión sin respuesta que planea sobre la vida de Alma Mahler, sino que nos da más pistas para seguir pensando sin llegar a ninguna conclusión plausible: si aceptó dejar de componer para plegarse a los deseos de Mahler; si aceptó seguir sin componer para complacer a Gropius, cuya misoginia le hizo rechazar a las alumnas mujeres en su escuela de arquitectura; si después, a pesar de que nadie se lo obstaculizaba, no volvió a escribir una nota ¿acaso no preferiría ser musa y descubridora continua de genios? ¿Acaso no era ella misma consciente de que su verdadero y gran talento era ese? Mientras tanto, disfruten de la pasión de Alma Mahler y Oskar Kokoschka.
Ana García Urcola