ALICANTE / Gran “Pájaro de fuego”
Alicante. Auditorio de la Diputación. 18-X-2019. Alexander Ullman, piano. ADDA-Simfònica. Director: Josep Vicent. Obras de Beethoven, Stravinsky y Chaikovski.
Como un pequeño homenaje a Beethoven ante el próximo doscientos cincuenta aniversario de su nacimiento, Josep Vicent ha elegido la Obertura “Coriolano” op. 62 para inaugurar con ADDA-Simfònica la temporada de conciertos más interesante de los últimos años del Auditorio de la Diputación de Alicante. En esta dramática pieza orquestal, el compositor plantea una dialéctica entre sus dos temas: anhelante y angustioso el primero e implorante y resignado el segundo. Estos sentimientos fueron adecuadamente calibrados por el director cargando de dramatismo su ejecución. La exposición inicial de la obra la expresó de manera semejante a esa carga emocional que tienen las cuatro notas del “destino llamando a la puerta” con las que se abre la universal Quinta Sinfonía. La hondura expresada por la orquesta en los acordes de apertura predisponía al oyente a descubrir cómo esta formación, con gran entusiasmo y absoluta entrega a la música, va subiendo peldaños en resultado estético, como se pudo apreciar en el encaje sonoro alcanzado en el desarrollo de la conclusión de la obra.
Mucha expectación había despertado la presencia en esta velada del joven pianista británico Alexander Ullman, último ganador del prestigioso Concurso Internacional de Piano Franz Liszt de Utrecht, interpretando el famoso Primer concierto para piano y orquesta op. 23 de Piotr Ilich Chaikovski. Dotado de una gran técnica digital, además de producir algunos golpes improcedentes con los pies en el “tablamento” del escenario, no logró el fluctuante efecto que supone la utilización del pedal en esa función tan necesaria de prolongar el sonido del instrumento, que debe funcionar de tal modo que el oyente crea estar escuchando la verdadera valoración métrica de cada nota así como el realce del aporte resonante del discurso. Este músico no activó con imaginación musical este mecanismo, emborronando en algunos momentos el protagonismo de frases importantes de la obra, paradójicamente, preocupado como estuvo constantemente por descubrir y destacar nuevas respuestas a los enlaces armónicos de estructura de cada pasaje. Sin duda, este aspecto como inquietud innovadora fue interesante, pero se percibía que tal pretensión se encuentra en fase experimental.
El mensaje que contiene el segundo movimiento no permite tal versatilidad, quedando en un ajustado diálogo con la orquesta, manejada con precisa concisión rítmica por parte de Josep Vicent, ocupado en dialogar con exactitud métrica ante los insustanciales staccati del piano que significan, de algún modo, una carencia de inspiración pianística en el compositor.
La importancia del director se acrecentó en el fogoso Allegro final al convertir su función concertante en verdadera ayuda ante un pianista que empezaba a sentirse incómodo como quedó reflejado en un lapsus de memoria en un pasaje de transición que, si no llega a ser por la musicalidad del maestro Josep Vicent, se hubiera convertido en un problema mayor para el solista que, durante varios segundos estuvo al borde del abismo. Con todo, el público agradeció el espectacular proceder de Ullman, quien respondió con la interpretación de una transcripción para piano, posiblemente del pianista Vyacheslav Gryaznov, de la Marcha que abre la Suite Cascanueces de Chaikovski donde dejó otra vez constancia de su mecanismo virtuoso.
La simbiosis alcanzada entre director y orquesta llegaría en la segunda parte del concierto con la interpretación de una de los trabajos instrumentales más sustanciales de Igor Stravinsky: la Suite El pájaro de fuego en la versión de 1945. Desde sus tres números primeros englobados en una imaginaria escena de presentación, se pudo apreciar el cuidado dado por el director, indicando con detalle el sentido descriptivo de cada pasaje en un ejercicio preciso de hilvanado musical, en el que sonido y ritmo eran las puntadas necesarias para su urdimbre. En la primera Pantomima alcanzó ese grado mímico que hacía al espectador imaginar el sentido de este arte gestual convertido en sonidos. En el grado de tensionada elegancia alcanzado en el pas de deux entre el pájaro y el zarévich, demostró Josep Vicent hasta qué punto conoce las posibilidades de sus músicos pidiéndoles lo mejor de su técnica puesta al servicio del mensaje estético. La apoteosis llegó con la Danza infernal, con la que ADDA-Simfònica ofreció todo su poderío demostrando una conjunción propia de una orquesta de mayor experiencia, lo que no deja de sorprender muy gratamente a quien la siga en su corta trayectoria de menos de un año. Los contrastes alcanzados en el Himno final dejaban claro cómo el director está en esa retadora y difícil senda de moldear un instrumento a su gusto y sentir estéticos con la exclusiva vitola de ser su fundador y haber escogido a cada uno de sus componentes, asumiendo con sentido y profesionalidad una clara responsabilidad artística de proyección hacia el futuro. El crescendo que cierra esta apasionada suite, nunca mejor dicho, enardeció al público en una atronadora ovación que, una vez más, dejaba estupefactos de emoción a los oyentes.
Como agradecimiento y entrega a los aficionados que llenaban el auditorio, director y orquesta hicieron una sensitiva interpretación del Vals triste op. 44 del compositor finés Jean Sibelius, lejos de cualquier patetismo gratuito y adopción de un tempo exageradamente lento, lo que no fue un impedimento para llegar al declive del morendo final con un exquisito sentimiento de melancolía.
De segundo bis, con un claro deseo de recomponer el ánimo general, se interpretó el Allegro vivace con el que termina la Quinta sinfonía de Chaikovski. De nuevo, ADDA-Simfònica brilló en todo su esplendor dejando la sensación de que con ella se está produciendo un milagro musical en Alicante, que más pronto que tarde, desde una política de difusión nacional e internacional, sorprenderá muy gratamente a crítica y aficionados. Es deseable que empiece a ser más conocida en España dada su calidad y el optimismo existencial que, en tiempos de crisis, irradian Josep Vicent y sus músicos.
José Antonio Cantón