‘Alcione’ de Marais: Savall, más brioso que nunca
MARAIS:
Alcione. Lea Desandre, Cyril Auvity, Marc Mauillon, Lisandro Abadie, Antonio Abete, Hasnaa Bennani, Hanna Bayodi-Hirt. Le Concert des Nations. Director: Jordi Savall. ALIA VOX 9939 (3 SACD)
La tragedia Alcione, estrenada en 1706, supuso el debut operístico de un Marin Marais enormemente prestigioso en el campo de la música instrumental, quien compuso una obra extraordinaria, llena de innovaciones que superan con mucho a Lully —sin dejar de ser lullista—. Tras un prólogo de circunstancias, los cinco actos de rigor desarrollan una historia muy bien trabada, plena de dramatismo, con unos personajes finamente delineados, en particular el torturado Peleo, un magnífico rol cuya ambivalencia alcanza su cénit en los espléndidos monólogos Ô mer, dont le calme infidèle y Ô nuit! Redouble tes ténebres, y la heroína epónima, con su tremendo monólogo del acto III.
Los divertissements no van a la zaga, en particular el marinero del acto tercero, donde se sitúa la Marche pour les Matelots, basada en una canción popular; y, naturalmente el sommeil y la Tempête del cuarto, en que Marais compone por primera vez en Francia expresamente para contrabajo, sacando el máximo partido —seguramente de la mano de Montéclair—. Los detalles orquestales llegan hasta el límite de exigir en este último pasaje que la cuerda esté permanentemente redoblada por un tambor poco tensado, creando así un aire terrible y amenazante.
Esta grabación —versión híbrida— supera en casi todos los aspectos la pionera de Minkowski (Erato Musifrance, 1990), empezando por un reparto extraordinario, no sólo el soberbio trío protagónico, sino también los comprimarios, salvo Sebastian Monti, con una voz poco agraciada, y mi admirado Antonio Abete, cuyos días de gloria han pasado largamente. A Jordi Savall le ha pasado lo que a tantos otros directores del repertorio, como es el caso de William Christie: con los años, ha abandonado el preciosismo y la —por qué no decirlo— sosería que le caracterizaba y se decanta por el vigor, el fulgor, la viveza y la teatralidad —para bien, a mi parecer (no hay más que comparar esta lectura integral con los fragmentos orquestales grabados en 1993 para Astrée)—.
En el debe, no queda más remedio que anotar el abuso de la percusión marca de la casa, signo de nuestros tiempos y abominable costumbre cuyo origen se halla justamente en el tándem Estevan/Savall —timbales completamente fuera de lugar en la obertura; máquina de viento y plancha de truenos cuya inclusión en la tormenta desdibujan la orquestación meticulosamente anotada por el compositor—.
Muy buena toma en vivo debida, como siempre, a Manuel Mohino, que, no obstante, favorece en exceso la abundante cuerda pulsada.
Javier Sarría Pueyo