Agustín González Acilu: nos ha dejado un grande
En la madrugada del 15 de agosto, a los noventa y cuatro años, se nos ha ido una de las últimas grandes voces de ese grupo de la vanguardia musical que Cristóbal Halffter llamara un día ”Generación del 51”, término tan universalmente criticado como usado.
González Acilu creó una obra absolutamente propia, de una gran personalidad, que para muchos ha quedado ligada a la profundidad de sus búsquedas sobre las relaciones entre música y fonética, terreno en el que fue más lejos que ninguno de sus compañeros de promoción pero que no es el único en el que investigó y consiguió excelentes resultados compositivos.
Navarro ejerciente, había nacido en Alsasua el 18 de febrero de 1929, de manera que era del mismo año que Bernaola y un año mayor que Halffter o De Pablo. Su formación musical la había comenzado con Luis Taberna, organista de su localidad natal, a quien siempre mencionaba al hablar de sus maestros, aunque luego estudiara en el Conservatorio Superior de Madrid con Julio Gómez o Francisco Calés y recibiera en su tierra los consejos de otro ilustre compositor navarro, Fernando Remacha, uno de los miembros más importantes de la generación sonora del 27. Luego, ayudado por la Fundación Príncipe de Viana, ampliaría estudios en Roma, París y Darmstadt. En 1978 ingresaría como profesor de armonía del Conservatorio Superior de Madrid donde realizaría toda su carrera docente hasta su jubilación. El centro le otorgó también su Medalla de Oro en 2009. Y durante todo ese tiempo alternó las clases con una labor compositiva siempre indagadora y personal.
A principio de los años sesenta empieza a destacar entre los mejores compositores españoles. Ya en 1963 llamó la atención el estreno de Sucesiones superpuestas, el primero de sus ocho cuartetos de cuerda, que revelaba una voz indiscutiblemente propia, siendo también uno de los primeros en investigar más allá de la escala cuando en 1965 compone Estructura para 24 sonidos, en la que utiliza una guitarra en cuartos de tono a la que volvería después con otras piezas.
Es entonces cuando se pone de manifiesto su interés por las relaciones entre fonética y música con una obra de primera importancia, Dilatación fonética, para voz y conjunto sobre un texto de Theilhard de Chardin en la que ya en 1967 aplica los resultados que le sugiere el estudio de los estudios fonéticos de Tomás Navarro-Tomás que él investiga a fondo. Inmediatamente le sigue otra importante obra para voz y conjunto, Aschermittwoch (Miércoles de ceniza) en torno a un texto de Hans Magnus Enzensberger que Anna Ricci pondría en pie con gran éxito bajo la dirección musical de Arturo Tamayo.
Pero sin duda su mayor esfuerzo lo constituye una obra inmensa a la que no se ha tratado nada bien, el Oratorio panlingüístico de 1970, con un texto polilingüe de Ambrosio Zatarain. La obra obtuvo el Premio Nacional de Música en 1971, cuando ese ese galardón era un concurso, pero no llegó a estrenarse, aunque ha sido muy estudiada por especialistas. Por cierto, cuando el Premio Nacional se modificó y se entrega desde entonces por el conjunto de méritos, González Acilu lo volvió a obtener en 1998, siendo uno de los escasos autores que lo ha recibido en las dos etapas.
Otra obra importante en el campo fonético es Interfonismos de 1971, además de algunas otras para diversas combinaciones de voces e instrumentos, pero una rotunda llamada de atención fue una pieza para voz sola, Hymne an Lesbierinende de 1972 sobre un texto de Gerhard Rühm, un encargo de la Radio de Hungría para el 50 aniversario de Béla Bartók que su dedicataria, Lily Greenham, llevó en triunfo por todo el mundo. Pero si hay una obra vocal famosa del compositor, esta es Arrano Beltza (Águila negra) que utiliza un texto de Antonio Artze sobre la historia de Navarra y que la Coral de Cámara de Pamplona lleva muchas veces como gran pieza de convicción en sus conciertos por todo el mundo, habiéndola en gravada en diversas ocasiones.
Pero la aportación de González Acilu no se ciñe en exclusiva al terreno vocal. Su música instrumental, investigativa y muy expresiva, muestra ejemplos de notable valor y en ella las obras concertantes tienen presencia desde el primero de sus dos conciertos para piano y orquesta de 1977, a los que siguieron uno para violonchelo, otro para violín y un triple concierto para esos tres instrumentos y orquesta. Eso además de sus cuatro sinfonías y otras obras orquestales.
En 2009, el Gobierno de Navarra le otorgó el Premio Príncipe de Viana y dos años más tarde fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad Pública de Navarra. Es cierto que su obra ha sido tocada de forma irregular; aunque algunos títulos han circulado bastante, hay otros que merecerían hacerlo más. La aportación de Acilu ha despertado interés crítico y musicológico, y no son pocos los artículos y ensayos que su obra ha suscitado, entre los que sobresale la tesis doctoral de Marta Cureses, Agustín Gonzalez Acilu: en la frontera de la música y la fonética, publicada en1993 por la Universidad de Oviedo. La misma autora publicaría en 2001 El compositor Agustín González Acilu: la estética de la tensión.
González Acilu ha sido un compositor de primer nivel y como a tal hay que considerarlo en el futuro que ahora se abre y que no tiene más remedio que preservar su obra y darla a conocer. Nos ha dejado un grande.
Tomás Marco