Adiós a la mezzosoprano sueca Kerstin Meyer
Hace unos días dábamos el adiós en estas páginas a la mezzosoprano austriaca Hertha Töpper, desaparecida a los 95 años. Casi tan anciana era la sueca, de su misma cuerda, Kerstin Meyer, fallecida ayer en su país natal a los 92. Venida al mundo en Estocolmo el 3 de abril de 1928, Meyer comenzó muy pronto, a los 14 años, llevada de una precoz vocación, los estudios de canto. Dos más tarde frecuentaba las aulas de ópera del Real Conservatorio de Estocolmo, en donde se formó con importantes profesoras como Arne Sunnegaard, Adelaide von Skilond y Britta von Vegesack. Enseguida –acreditan los estudiosos Kutsch y Riemens- se trasladó a Milán, más tarde a Viena y después a Nueva York, lugares en los que completó su estudios con nombres fundamentales de la lírica: Eric Werba, Giorgio Favaretto y Paola Novikova.
Su debut de produjo en 1952, cuando contaba 24 años, abordando una parte tan exigente y espinosa como la de Azucena de Il trovatore de Verd en la Real Ópera de Estocolmo. Muy pronto la encontramos en la Ópera de Roma y, poco a poco, en los mejores teatros europeos. A lo largo de las siguientes temporadas la localizamos en el Liceo de Barcelona, en la Ópera de Hamburgo, la Staatsoper de Viena, la Scala, en donde se luce como Princesa de Eboli de Don Carlo. Es el inicio de una carrera ya imparable que la lleva a todos los grandes coliseos del planeta. Por supuesto el Covent Garden, Salzburgo, Munich, Copenhague… Naturalmente al Metropolitan de Nueva York, al Colón de Buenos Aires (en un histórico Caballero de la rosa con Régine Crespin, Annelise Rothenberger, Kurt Moll y nada menos que Fritz Wunderlich como tenor italiano: hay grabación, 1961).
En 1965 se le abren las puertas de Bayreuth en el que, poco después, interviene, al lado de Birgit Nilsson y Wolfgang Windgassen, en una de las históricas representaciones del Tristán e Isolda dirigido por Wieland Wagner y Karl Bóhm. Su Brangania sienta cátedra. En los años setenta la vemos en Glyndebourne y Drottningholm, cuando ya había tomado plaza como docente en la Academia Musical de Estocolmo, en la que se muestra como experta y convincente profesora. Era gran conocedora además del más estricto repertorio contemporáneo. Hay que señalar que intervino en los estrenos de varias óperas importantes: Die Bassariden de Henze (Salzbugo, 196), Arden muss sterben de Goehr (Hamburgo, 167), Hamlet de Searle (Hamburgo, 1968), The Rising of the Moon de von Maw (Hamburgo, 1970), Le Grand Macabre de Ligeti (Estocolmo, 1975). En sus años maduros fue participando cada vez en mayor medida en oratorios y se entregó más de lleno a su labor como profesora, ocupando una plaza en la Escuela de Música Dramática de Estocolmo. En 1969 B. Berthelson publicó su biografía: Kerstin Meyer. Hantam i stora värdle.
Pudo haber grabado más Meyer, aunque su voz la encontramos en interesantes registros en vivo, como el de ese Caballero de Buenos Aires. Tenemos asimismo una Elektra salzburguesa de 1957 (Elektrola). En Decca firmó un magistral OEdipus Rex de Stravinski, en EMI una Lulu de Berg y en BIS una Maddalena de Rigoletto en sueco (1959). En youtube se pueden hallar algunas joyas, como una curiosa Habanera de Carmen, asimismo en sueco; o el espléndido dúo que, como Zia Principessa, mantiene con Pilar Lorengar en Suor Angelica de Puccini (Ópera de Viena). A resaltar su buen arte como liederista, bien palpable en su grabación para BfN de canciones de Brahms, Sibelius y Rangstrome y De Frumerie, con la excelente Jacqueline Bonneau al piano. Poco a poco irán apareciendo, de seguro, más registros dignos de escucha.
Para servir con fortuna los personajes asignados a su cargo de óperas tan variadas y en muchos casos extremadamente complejas, Meyer contaba con medios vocales y musicales importantes. Su timbre era, efectivamente, el de una mezzo, pero el de una mezzo fornida, próxima a lo dramático, de tinte oscuro eventualmente cercano al de una contralto, aunque sin el empaque de las pertenecientes a este tipo canoro. Lo pudo demostrar, por ejemplo, a través de recreaciones de figuras de gran carácter, como Klitaemnestra de Elektra de Strauss, donde ese caudal bien conformado, sostenido por unas relevantes dotes de actriz, encontraba adecuada salida.
No era especialmente brillante su color, algo desvaído y exento de lo satinado y refulgente de otros instrumentos de su cuerda, así el de una Christa Ludwig o el de una Brigitte Fassbaender. En tal sentido podría aproximarse más al de una Töpper, pero su superficie era menos rugosa y la sonoridad menos cavernosa, la emisión más regular y no tan apoyada en las resonancias nasales, bien que las utilizara para dar cuerpo y volumen a un fluido que ella sabía amoldar, adelgazar y engrosar con extrema habilidad técnica. Hasta el punto de encontrarse a gusto en una parte como la de Octavian de la también straussiana Der Rosenjavalier. O de salvar las dificultades expresivas y la zona aguda de la mencionada Eboli de Don Carlo, en donde sabía ejecutar con solvencia las agilidad esde la Canción del velo, trinos incluidos.
Pudo haber grabado más Meyer, aunque su voz la encontramos en interesantes registros en vivo, como el de ese Caballero de Buenos Aires. Tenemos asimismo una Elektra salzburguesa de 1957 (Elektrola). En Decca firmó un magistral OEdipus Rex de Stravinski, en EMI una Lulu de Berg y en BIS una Maddalena de Rigoletto en sueco (1959). En youtube se pueden hallar algunas joyas, como una curiosa Habanera de Carmen, asimismo en sueco; o el espléndido dúo que, como Zia Principessa, mantiene con Pilar Lorengar en Suor Angelica de Puccini (Ópera de Viena). A resaltar su buen arte como liederista, bien palpable en su grabación para BnF de canciones de Brahms, Sibelius y Rangstrome y De Frumerie, con la excelente Jacqueline Bonneau al piano. Poco a poco irán apareciendo, de seguro, más registros dignos de escucha.
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