Adiós a Farinello (en la muerte de Antón de Santiago)
A Antón de Santiago, alto, corpulento, sonriente, irónico, tristemente fallecido hace pocas horas, tuve oportunidad de conocerlo en una sesión musical madrileña en casa de la pianista Rosa María Kucharski. Hace de ello puede ser que 40 años. Él andaba en esos momentos puliendo su técnica, dando forma a su voz, suave y bien torneada, de barítono lírico. Le escuché un par de romanzas; y unas canciones gallegas, que tan bien entendía y pronunciaba, pues era un gallego de pro, auténtico, enxebre.
Pasaron los años y poco a poco iba sabiendo de sus andanzas, de sus actuaciones, de sus premios, de sus aventuras en distintos frentes; de sus concursos, de sus estudios; y de sus composiciones líricas. Fue primer premio en el Concurso de Canto de Logroño de 1984 donde hizo valer las enseñanzas recibidas de María Luisa Nache y más tarde de Ana María Olaria y Marimí del Pozo. Y también de pianistas como Félix Lavilla y Miguel Zanetti. Saberes que fue acumulando, no solo como base para la interpretación vocal, sino como impulso para adentrarse en el estudio de los intríngulis de su profesión, lo que le sirvió para introducirse más adelante en el mundo de la enseñanza.
Con esos galones accedió en 1991 a la jefatura del Departamento de Canto del Conservatorio de La Coruña. No hace tanto, en 2018, ingresó en el Instituto José Cornide de Estudios Coruñeses. Sin abandonar la interpretación, fue durante mucho tiempo magnífica guía para voces jóvenes, a las que sabía llevar por los mejores caminos; y comenzó a depositar sus inquietudes y conocimientos en una serie de textos de agradable lectura, siempre abonados con su gracejo e incorruptible humor galaico. Fue básica en su momento, y guía para aficionados y estudiosos, su monografía sobre la insigne soprano gallega Ofelia Nieto; un libro sincero, veraz, bien trabajado y urdido; ameno y documentado.
Más tarde inauguró en Radio Voz de La Coruña un programa, “Allegro de domingo”, que ya era señero y que informaba e ilustraba sobre todas las esquinas de la música, un fiel testigo de la actualidad, y no solo coruñesa, que incluía muy documentados comentarios, entrevistas de postín y ejemplos musicales ad hoc. Tocaba todos los palos y se hizo imprescindible en la radiodifusión gallega. Informaba cumplidamente, enseñaba y comentaba. Hasta una semana antes de su muerte ahí estaba De Santiago, al pie del cañón enhebrando con su bonhomía de gallego ilustrado anécdotas y sucedidos bañados en las mejores músicas.
Conversador nato, comunicativo, hacía gala de su retranca en esas tertulias a la que tan aficionados son los gallegos; e imponía su sapiencia y conocimiento de experto en tantos temas, enhebrando anécdotas y dando soluciones. Y ello sin dejar sus actividades docentes, en las que siguió de manera particular tras su jubilación. Y mantenía su pluma de literato enhiesta. Tenía en cartera una extensa narración, Si yo fuera Farinelli, llena de hallazgos, fantasiosa y no exenta de humor, una especie de autobiografía en la que el personaje principal, quizá un trasunto de él mismo, era el protagonista de una reflexión sobre el mundo del canto desde la memoria de un contratenor.
No hacía mucho había presentado en la Fundación Paideia, un curioso libro titulado Melofíos. Alma das musas, espello de heroínas, un texto en el que daba cuenta de sus experiencias como oyente culto y reflexivo, “fruto de toda una vida dedicada a escuchar lo más posible y aprender lo máximo posible de las grandes ideas musicales, bien sean instrumentales, bien sean cantadas. Los músicos son una inspiración, de manera que voy pasando por Bach y otros grandes compositores –la mayor parte alemanes del siglo XIX– hasta llegar a Manuel de Falla, que no podía faltar”.
Nos acordaremos mucho y durante tiempo de este ilustre gallego.
Arturo Reverter