A propósito de ‘Tránsito’, de Jesús Torres: Trasterrados, más una coda

“La vida no es sueño ni teatro: el teatro es sueño” (Max Aub)
Tránsito es una pieza teatral muy breve que en el volumen de Teatro completo de Max Aub, de Aguilar aparece junto con otras tres, todas ellas tituladas como Los trasterrados. Este volumen apareció en México, en 1968; esto es, se publicó con la supervisión del propio autor, este valenciano que es una de las plumas más importantes de la historia de nuestro idioma y que vivió entre 1903 y 1972.
Tránsito desarrolla uno de los temas principales de la poética de Max Aub, el que podríamos denominar precisamente el del trasterrado, el individuo o el pueblo en el exilio, el que piensa y sueña con España, tras la Guerra Civil. Ninguna guerra es una “guerra cualquiera”, pero esta fue demasiado traumática por lo que destruyó el bando vencedor. Una guerra ganada, para los llamados nacionales, por Italia y por Alemania, con satisfacción de la Gran Bretaña de Chamberlain, perdedor de paraguas, y de Churchill, que más tarde tragó quina de su propia botica mientras bombardeaban a su pueblo los mismos que él vio con agrado bombardear a los españoles inermes (gente inferior, es sabido). León Felipe supo cantar esto: ahora os toca a vosotros, vino a decir. No olvidemos el beneplácito de la Francia gobernada por el despiece de su propio Frente Popular, por muy desgarrador que fuera para Léon Blum y algún que otro político honesto de la Francia del momento (los había, aunque pocos), antes de que ellos mismos entregaran su país al III Reich; al fin y al cabo el verdadero enemigo era la clase obrera francesa, ¿o no?
La Guerra Civil alcanza, en Max Aub, su punto artístico culminante en las seis novelas (una de ellas, más bien un guion cinematográfico) de El laberinto mágico, todo un monumento que no llegó a España hasta la Transición (aquellos seis tomos de Alfaguara). José Ramón Fernández asumió la tarea de reducir cinco de aquellos libros a una función de unas dos horas. Más que tarea, proeza.
Tránsito plantea el sueño del trasterrado, que habla con su imaginada, entrevista esposa, Cruz (precisamente Cruz), mientras vive en México con una mujer bella y generosa que se llama Tránsito (precisamente Tránsito). Cruz vive la cruz de la España de la venganza y el exterminio, y así la entrevé Emilio. Pero Tránsito, Virgen del Tránsito, Madonna del Tránsito, no es tránsito, sino destino. El sueño se amplía con el sueño del hijo, Pedro. Ese sueño se tuerce con la presencia de Alfredo, el amigo que no soporta el exilio y que en aquellas fechas peligrosas va a encarar el regreso (la obra es de 1947, momento en que la prisiones estaban abarrotadas de ‘rojos’ y los cementerios acuchillados por ejecuciones y enfermedades). Max Aub comprende la nostalgia, porque lo suyo es algo más que eso.
Recuerdo un texto de Max, el de su ficticio ingreso en la Real Academia; se supone que no había estallado la guerra y en la Casa hay un plantel de académicos que tan solo hay que comparar con la fauna que poblaba el recinto amurallado de la lengua en 1956, año en que Max ‘ingresa’ en la casa, y no tanto como escritor, puesto que se supone que no ha escrito gran cosa en esos años, sino sobre todo como animador (¿animador?) teatral. Como muestra, baste la referencia a García Lorca, vivo y académico, presente allí mismo, autor de obras que su asesinato impidió nacer. En 1996, Antonio Muñoz Molina vindicaría a Max Aub en su propio ingreso de la Academia. En la fantasía de Max, a este le respondía Juan Chabás, que en 1956 llevaba muerto dos años. Es decir, Juan no hubiera muerto de no haberse exiliado; Juan no hubiera sido objeto de olvido, pese a la excelencia de su pluma, de no hallarse en el enorme grupo de los vencidos. La Guerra Civil y el sueño o ensueño de España, que es pesadilla; más la invención del apócrifo como base de una narrativa, como casa en que habita lo ficticio: las dos mayores inspiraciones de la poética de Max Aub, narrador originalísimo, dramaturgo de amplia vocación, ensayista con erudición y con retranca. No crean, el texto es de 1970, no de 1956. Y creo que fue en 1972 cuando se atrevió a publicarla la revista Triunfo. No hubo prohibición, pero las represalias posteriores dirigidas por el ministro Sánchez Bella, de nefasta memoria para los pocos que lo recuerdan, pusieron al semanario contra la pared. El apócrifo se titulaba El teatro español sacado a la luz de las tinieblas de nuestro tiempo. Este es Max, nuestro Max Aub, que consiguió mantener su vocación teatral, aunque las tablas solo a veces le fueron propicias. Con Tránsito no hace sino una variación sobre el tema, su tema, eso que algunos consideramos nuestro tema, aunque no tengamos derecho a ello, ni moralmente, ni por edad, ni por sufrimiento.
Coda: Recuerdo un encuentro con Max Aub en 1969. En el salón del Teatro Fígaro, de la calle Doctor Cortezo, de Madrid. Era un homenaje y una presentación. Yo era demasiado joven, estaba intimidado por Max Aub, y allí había gente que me inspiraba mucho respeto, desde Núria Espert a José Monleón, y creo que estaban Pedro Altares y otros que se escaparon a mi conocimiento de entonces. El caso es que no me atreví a hablarle en medio de tantas personas adultas, yo era más corto que la manga de un chaleco, como dicen en tierra de mi madre. Me hubiera gustado pedirle detalles de las gentes del exilio, me hubiera gustado presumir un poco porque había interpretado, junto con mis amigos Manuel Fogué y Paco Aguinaga, su pieza breve Los excelentes varones (1966, éramos unos niños, fue en la Casa de la Moneda de Madrid; sí, no se rían). La había publicado la revista Cuadernos para el diálogo. Y había sido Primer Acto, la revista animada por Monleón, la que se atrevió en fecha muy temprana (1964) a publicar su espléndida obra teatral San Juan, de veinte años antes; fue a instancias de José María de Quinto. San Juan hacía referencia a otros trasterrados, los judíos que huían de la Europa en manos del III Reich y que no eran admitidos en ningún puerto. Monleón siempre le dedicó atención y estudio a Max Aub, al menos desde que fue posible sin prohibiciones, y fue él quien propició estudios de otros. Juan Carlos Pérez de la Fuente, otro estudioso de Aub, estrenó San Juan con el Centro Dramático Nacional, en 1998, en coproducción con Teatres de la Generalitat Valenciana (el estreno fue en Valencia). La publicó Renacimiento en su Biblioteca del exilio, en edición de Manuel Aznar Soler (2006).
Aquella visita de Max Aub en 1969 provocó expectación, mas también rabietas. Emilio Romero dedicó un artículo en Sábado gráfico a nuestro escritor, toda una descalificación que no carecía de aparentes elogios (¿hipocresía?). Una de las perlas del maestro de periodistas: “Regresa un día Max Aub, y otros que vendrán, y aquí empezamos a adoptar un aire de mierdecillas devotos, esperando el juicio severo y definitorio de quienes arriban procedentes del túnel del tiempo”. Cuenta José Angel Ezcurra que Aub se dirigió a él, como director de Triunfo, porque le parecía difícil dirigirse a Sábado gráfico. Con palabras de fina ironía, se despachaba Aub con pocas palabras, para qué más. Más tarde escribió La gallina ciega, una especie de amplio diario de su visita, en la que no dejaba en buen lugar a una buena mayoría de colegas y artistas de la España que se encontró. Se quejaba, entre otras cosas, de la escasa curiosidad de colegas y comensales por la vida que habían llevado los exiliados. Vaya por Dios, me la perdí.
N.B.: Tomo las citas de Max Aub de Aforismos en el laberinto, editados por Javier Quiñones a partir de numerosas obras de nuestro escritor. Lleva prólogo de José Antonio Marina (Edhasa, 2003).
Si teclean Max Aub en el buscador encontrarán escritos de mucho interés sobre Max Aub: José Monleón, Miguel Signes, José María de Quinto, José Angel Ezcurra, Antonio Carreira, Juan A. Ríos Carratalá y muchos otros. Y pueden encontrar información sobre la impresionante edición de las Obras completas de Max Aub por la Institució Alfons el Magnánim. Max Aub ya no es un desconocido, y sin embargo…
Santiago Martín Bermúdez