Wim Mertens, el vanguardista que no quería serlo

Sevilla. Teatro Lope de Vega. 1-II-2020. Wim Mertens Ensemble. Wim Mertens, piano y voz. Ruben Appermont, contrabajo. Lode Vercampt, violonchelo. Liesbeth de Lombaert, viola. Liesbeth Baelus, violín. Tatiana Samouil, violín.
Lleno absoluto en las tres ciudades españolas (Madrid, Barcelona y Sevilla) que Wim Mertens ha elegido, en esta primera parte de su gira, para presentar el recopilatorio Inescapable, en el que vuelve su mirada atrás, a 40 años de constante creación. Un vistazo que tiene poco de nostalgia, porque en abril saca nuevo disco –The gaze of the west– y porque ya, en estos conciertos, ha adelantado temas de ese álbum.
Siempre he pensado en Mertens como un vanguardista. Si se quiere, a la contra. Pero tampoco tanto. Desde luego al belga no le gusta el adjetivo. Porque él mismo lleva años, en unas entrevistas que insisten en preguntarle una y otra vez por lo mismo, instalado en la desafectación hacia la música de sus colegas contemporáneos. A todas luces la música de Mertens es más interesante que su parecer sobre este asunto.
En Sevilla, una vez más, y ante un teatro jubiloso por su presencia, demostró que sí, que su música y su manera de ser y estar en el escenario es la de un artista plenamente inserto en la modernidad. Y que, desde luego, tiene poco o nada que ver con el de otros mediocres próceres de la música para yuppies; pienso en cierto turinés…
Mertens es un enorme melodista. Seguramente el mejor de toda la segunda mitad del siglo XX. Por eso se le consiente -y por eso le ha ido tan bien- ser quien es. Crea con muy pocos elementos, insiste una y otra vez en los mismos patrones, sus obras parecen escritas con tiralíneas, con toda la estructura ahí, al aire. Piezas que se engarzan unas con otras formando un edificio que alguien hubiera dejado abandonado con los andamios puestos. No cincela sus partituras, no las adorna. Antagonista de lo barroco, prima el ritmo, la desnudez, lo obstinado y solo de vez en cuando se permite alguna veleidad un poco más dramática.
Comenzó su concierto -de dos horas y media de duración- con In lieu of, una obra austera y repiqueteante, incisiva, agreste en su amplificación. Muy cercana al espíritu de su opus magnum Qua -ese que debería presentarnos alguna vez, ese Mertens para connaisseurs-. Le faltó gustarse más, quedarse más tiempo habitando los tonos parcos del tema. Pero a Mertens no le interesa provocar, en esto es un artista plenamente pop, sabe lo que quiere su público y está encantado de dárselo.
Hay algo muy orgánico en cada presentación de Mertens, y esta vez no fue una excepción. Sus conciertos no son un engranaje perfecto; no todo está en su sitio, no todo ocurre de la misma forma que la vez anterior. Él dice que sus (muchos) discos son como las maquetas de los conciertos. Que lo de verdad, lo fetén, sucede en el directo. Vino esta vez acompañado por un ensemble de cuerdas que vaya como lo arropó en un tema, casi un himno para esta Europa triste en la que unos pueblos se marchan y a otros no se les consiente ser, European grasses. La violinita Tatiana Samouil forma parte ya de la piel de estas músicas; pero en esta noche también sobresalieron las voces graves del chelo de Lode Vercampt y del contrabajo de Ruben Appermont.
Uno se pregunta por qué Mertens no es más generoso en el color de sus conciertos. Sus discos son, tantas veces, un dechado de tímbrica, de ritmos superpuestos y voces que parecerían antagónicas. Pero él, por ejemplo, rara vez mezcla en sus directos vientos con cuerdas. ¿Por qué no presentar algunos temas con un teclado eléctrico, por qué no contar alguna vez con arpa y percusión; dos instrumentos tan cercanos a muchos de sus trabajos?
Pero, en fin, Mertens, ese aguerrido vanguardista de obras espartanas y emocionantes; ese grande de la música contemporánea (sí, como Reich, Glass o Lachenmann) siguió su programa intercalando clásicos –La fin de la visite, Maximizing the audience…- e incorporando, como séptimo instrumento, una voz que ya es más balbuceante que atiplada, pero que sigue ahí, inyectando nervio y extrañeza a unos pentagramas tan maleables.
Su capacidad para ir del pasado (Not at home) al presente (Earmarked) le siguen delatando como un artista en constante ebullición. Con una extensa tanda de bises (Struggle for pleasure y Close cover incluidos) y con reiteradas ovaciones del público se abrochó su nueva presentación; la de este titán de la modernidad al que seguir admirando y tolerando en su contestataria heterodoxía.