VILABERTRAN / Suaves y encantadoras volutas
Vilabertran. Canónica de Santa María. 23-VIII-2022. Johanna Wallroth, soprano. Malcolm Martineau, piano. Lieder de Schubert, Backer Grondhal, Grieg, Debussy y Mahler.
De nuevo en la acústica reverberante y acogedora de la Canónica de Santa María asistimos al alumbramiento entre nosotros de una voz, una tradición de este festival schubertiano, que nos ha dado a conocer algunos artistas de valía. Le tocaba el turno esta vez a la muy joven (29) sueca Johanna Wallroth, menuda, gentil, cimbreante, expresiva; una joven llena de encanto que contó con la colaboración desde el piano del veterano, acreditado, conocedor e infalible Malcolm Martineau, capaz de adaptarse a cualquier solista y a cualquier repertorio.
La voz de Wallroth es la de una lírico-ligera, más lo segundo ahora mismo que lo primero. Es clara, de tinte luminoso, de pátina levemente gutural, extensa, fácil, maleable y bien apoyada. Exhibe una estupenda afinación, sabe respirar con discreción y ligar, apianar y acrecer sin problemas. Facultades que le permitieron cantar, por ejemplo, una Die junge Nonne de Schubert llena de encanto, de sigiloso lirismo. En los otros cuatro lieder del vienés mostró su musicalidad, aunque faltó algo de amplitud en la emotiva Ganymed y de oscuridad en la solemne Nacht und Träume.
Vinieron a continuación cuatro canciones de la noruega Agathe Backer Grondahl (1847-1907), nueva en esta plaza, seguidora de Liszt y de su compatriota Grieg. Música la suya de signo melódico, de suave y lírico trazo, que fue desgranada con suavidad por la soprano, siempre concentrada y pulcra. En lógica progresión, se incluían después Seis lieder alemanes op. 48 de Grieg que, curiosamente, murió el mismo año que su compatriota. Wallroth los expuso con convicción y variedad de acentos.
La segunda parte se inauguraba con las cuatro y tan variadas canciones de juventud de Debussy. Cuatro páginas delicadas y modulantes, llenas de contrastes e inesperados relieves, destacados en sus excelentes notas al programa por Albert Ferrer, que resalta por ejemplo la larga y teatral vocalización de catorce compases de la última, Pantomima, perfectamente modelada por la voz sopranil, que exhibió una muy saludable pronunciación del francés. Y para terminar, Mahler, con dos páginas del Wunderhorn. La primera, Das irdische Leben, La vida terrenal, que días antes había entonado Mercedes Gancedo en el concierto que cerraba el curso impartido por Matthias Goerne, y que en la voz de Wallroth resultó quizá en exceso liviana, alejada de la entraña dramática del niño que pide pan a una madre incrédula.
La segunda, Das himmlische Leben, La vida celestial, viene conformada por un texto y una música que el propio Mahler empleó en el cuarto movimiento de Sinfonía nº 4 y que alberga dos partes claramente contrastadas, rítmica, armónica y melódicamente y que la soprano sueca supo diferenciar inteligentemente. En el cierre se dejó ir morosamente arrullada por el piano exquisito de Martineau cerrando un concierto ameno, bien planteado, con puntos de mucho interés y con pasajes más propios de una voz con mayores hechuras; que problablemente habrán de llegar. Hubo dos bises, también envueltos en suaves volutas, el segundo una canción del sueco Alfven. Muchos aplausos de una concurrencia que colmaba la nave de la iglesia.
Arturo Reverter
(Foto: Silvia Pujalte)