VILABERTRAN / Lirismos excelsos y fantasmagorías
Vilabertran. Canónica de Santa María. 24-VIII-2022. Canónica de Santa María. Konstantin Krimmel, barítono. Wolfram Rieger, piano. José Vicente Castelló, trompa. Lieder de Schubert y Loewe.
Como siempre, o casi siempre, Schubert otra vez presente en este singular festival gerundense, que acaba de cumplir treinta años y que hace unos días homenajeó a su fundador, Jordi Roch. Algunas de sus más magistrales canciones del vienés se contenían en el prieto programa, entre ellas las extensas Des Fischers Liebesglück y Auf dem Strom, esta última con trompa obbligato; una pieza de clara influencia beethoveniana, ya que Schubert heredó una serie de poemas de Rellstab (varios de ellos aparecen ilustrados en el ciclo Canto del cisne) que había de poner en música el gran Sordo. La muerte lo impidió.
Una impronta que, si se penetra en los intríngulis de la composición y se analiza su estructura, es reconocible. Pudo apreciarse gracias a la excelente interpretación que se nos ofreció. Desde el piano, el maestro Wolfram Rieger mostró de nuevo su clase: sonido lleno, aquilatado hasta la infinitud, fraseo pulquérrimo, respeto a la línea vocal (e instrumental en este caso). Un acompañante de excepción, con el que ha contado desde su nacimiento la Schubertíada. La trompa fue manejada en este caso por José Vicente Castelló, pese a su juventud curtido ya en mil batallas en todas partes y actualmente solista de la Mahler Chamber Orchestra.
El trompista hizo gala de su sonido muelle, de su fraseo ceñido, de su flexibilidad y se su capacidad dialogante a lo largo de este hermoso lied que tuvo el protagonismo vocal de Krimmel, quien puso nuevamente de manifiesto sus atributos: voz de barítono lírico timbrada y cálida, extensa y de emisión muy natural, sin ensombrecimientos artificiosos, sin apoyos espurios, sin gangas. Canto noble, fraseo bien cincelado. En la franja superior no existen para él problemas en el pasaje y el aire circula libremente, aunque determinadas notas altas no queden del todo cubiertas. No importa: el sonido sale redondo, sin destemples. En la línea de un Gerhaher, aunque con espectro algo más baritonal. Más de Kavalierbariton.
A la muy buena interpretación de este lied, D 943, quizá podríamos haberle pedido un balance más cuidadoso de volúmenes: en ocasiones las líneas de la voz y de la trompa se solaparon en exceso. Lo que no fue óbice para que disfrutáramos de la muy bella música, de tan infrecuente programación. Antes habíamos seguido atentos la recreación de otras páginas maestras del compositor, como Der Wanderer, en la que tras la delicadísima introducción del piano por parte de Rieger escuchamos la voz sin peso de Krimmel, que ya en la primera estrofa nos mostró sus credenciales al jugar sutilmente con las dinámicas, engrosando el sonido primero y llevándolo a un falsete inconsútil después. Al final, en la frase dort ist das Glück, puso de manifiesto que a pesar de lo lírico del instrumento sabe apoyarse en las notas de pecho de forma muy natural.
No podemos extendernos en la interpretación de todas las canciones, Señalemos a vuelapluma las distintas coloraciones y la panoplia de registros de Am Bach im Frühling, el latido plano y la exuberancia final de Nachtstück o los pianos delicados de Des Fischers Liebesglück. Tras el lied con trompa, entró en juego la procelosa música de las baladas de Loewe, con la titulada Odins Meeresritt, cantada dos días atrás por Kränzle y vista por Krimmel de manera menos caricaturesca, aunque no dejó por ello de acentuar con destreza los puntos esenciales y de resaltar los extremos marciales. Siempre con el apoyo magistral de Rieger desde el teclado.
En Erlkönig, sobre el mismo poema de Goethe empleado por Schubert en un lied aún más logrado en su fantasmagoría, el barítono acertó a servir con inteligencia y recursos las voces de los cuatro protagonistas: el narrador, la muerte, el niño y el padre. En Geisterleben la voz practicó estratégicos silencios y resaltó la espiritualidad de texto y música apoyada en el variado juego de Rieger. El ritmo ternario de DerTotentanz fue bien destacado por ambos intérpretes, que alcanzaron el clímax dramático perseguido y los acentos marcados adecuados.
Krimmel expuso delicadamente, con sonoridades angélicas, Die Überfahr, cerrada con la frase Waren geistige Naturen (Sonido de la naturaleza espiritual). Como colofón, la muy extensa balada Archibald Douglas, “un wanderer con nombre propio”, como lo califica en sus notas al programa Yolanda Quincoces. La obra se inicia con unos atmosféricos acordes de la mano izquierda, poderosamente expuestos por Rieger. Krimmel tuvo ahí, en esa página durchkomponiert (de desarrollo continuo) ancho campo para el lucimiento, que aprovechó a conciencia, lo que no fue suficiente para eliminar lo que de fatigoso y repetitivo tienen esos pentagramas., en los que no faltan ni el parlato ni la danza. Interesante la detención, tan dramática, en la frase Aber fallen lieber nicht.
Muchos aplausos y, como regalos, el más conocido lied de Loewe, El reloj, presentado graciosamente por Rieger y bien regulado por Krimmel, y el schubertiano Wilkommen und Abschied, Bienvenida y adiós, expuesto con apasionado calor. Sin perder el norte de la corrección musical. Algo que quedó claro a lo largo de toda la sesión. En la que pudimos leer la excelente traducción de los textos al catalán del incombustible Manuel Capdevila
Arturo Reverter
(Foto: Silvia Pujalte)