VIENA / Martha Argerich y Sophie Pacini arrancan de forma brillante la temporada de piano del Konzerthaus
Viena. Konzerthaus. 15-XI-2024. Martha Argerich, Sophie Pacini, pianos. Obras de Mozart y Liszt.
Pasan los meses, pasan los años, y si hablamos de piano, la figura de Martha Argerich permanece inalterable, impertérrita en lo más alto del escalafón. Su capacidad de convocatoria sigue invariable, y en ésta, la primera de sus tres visitas de esta temporada a la gran sala del Konzerthaus de Viena, donde debutó en 1959, hace la friolera de 65 años, con Karl Münchinger y la Orquesta de cámara de Stuttgart, la argentina lo volvió a llenar a reventar, con tres filas adicionales de sillas en el escenario, las butacas del coro habitualmente cerradas, y otras dos filas completas con 40 butacas delante de la primera fila de la platea incluidas. Abría el ciclo anual de piano de la institución, que este año consta de 7 conciertos, con nombres importantes como Krystian Zimerman, Nikolai Lugansky o Grigory Sokolov entre otros.
En esta ocasión, Argerich nos traía a su vera a Sophie Pacini, pianista bávara formada en Salzburgo con Karl-Heinz Kämmerling y Pavel Gililov, a la que lleva asesorando desde hace unos años. Participó en el Progetto Martha Argerich Lugano, y desde entonces, la argentina se convirtió en su mentora. Varios conciertos juntas y la publicación de un Blue-Ray en el sello Arthaus, son los antecedentes de este concierto, donde interpretaron su programan estándar con obras de Mozart y Liszt. Pacini demostró tener los papeles en regla, articulación ágil, sonido cuidado y muy atractivo, e incluso un buen temperamento, pero como casi siempre hemos visto en el pasado con casos similares, hay una importante diferencia de nivel entre ambas. Además, solo tocaron juntas la Sonata para dos pianos en re mayor K.375a de Mozart, y las imponentes Reminiscencias de “Don Juan” que Franz Liszt compuso sobre la ópera mozartiana. El resto del programa, también del húngaro –las dos primeras consolaciones más el arreglo para piano de la Obertura de Tannhäuser– estuvieron a cargo exclusivamente de la –no tan– joven pianista alemana. Está por ver, si el público hubiera llenado la sala para verla solo a ella.
Para la sonata mozartiana, la única obra del género que nos ha llegado de su autor, Pacini se colocó en el primer piano, y la música fluyó y fluyó. Han tocado la obra juntas es muchas ocasiones, y se vio en la complicidad que mostraron. Pacini creó un sonido algo más suave que el intenso y redondo de Argerich, y en el Allegro con spirito inicial, los diálogos fueron chispeantes y luminosos, y la conjunción muy apropiada. El Andante, bien cantado, fue precioso, elegante y sosegado, para concluir el Molto Allegro final de manera brillante y muy viva, que provocó, rara avis, una amplia sonrisa en la cara de la argentina. Estaba contenta del resultado final, y nosotros, obviamente también.
Tras el descanso, Pacini se relajó algo más y consiguió un sonido más refinado si cabe en la brevísima Consolación en mi mayor, S.172 nº 1, un andante con moto hermoso que la pianista unió con la nº2, también en mi mayor, de la que expuso su bella melodía con gran sensibilidad y a la que dotó del carácter otoñal que destila. Casi sin dar un mínimo respiro, la bávara se enfrascó en la versión “lisztiana” de la popular obertura wagneriana, página de bravura para la que se necesitan unos medios técnicos de primera, y que, sobre todo en parte inicial, cuando se escuchan tanto el tema de la peregrinación como el del perdón, en el que Liszt es capaz de recrear toda la gama cromática que Wagner compuso, la puso en serios aprietos. Más tranquila en la segunda sección, con el motivo de Venus, Pacini se fue asentando y todo mejoró hasta el tema de la bacanal, para encaminar una parte final reamente atractiva.
Pero lo bueno estaba por llegar. Argerich volvió a salir al escenario y esta vez, se situó en el primer piano. En los atriles, las Reminiscencias para dos pianos de “Don Juan”, obra virtuosística, flamígera, una de las más complicadas de su autor, en la que Liszt, de una manera totalmente subjetiva, retrata magistralmente el alma y el espíritu de Don Giovanni, licencioso, alegre, extrovertido, y lejos de condenarle al fuego del infierno, parece indultarle sin el más mínimo problema. De Argerich, como siempre, esperábamos lo mejor, pero aquí Pacini la siguió de mil maravillas. Imponente el tema inicial cuando Don Juan parece enfrentarse a las llamas del infierno, y excelente, encantadora, liviana a más no poder la transición que hicieron ambas al alegre tema de “Là ci darem la mano”, cantado con la gracia y el encanto que la melodía destila. Ambas se fueron creciendo y en las posteriores variaciones del tema siguieron sorteando todo tipo de dificultades hasta que, tras una preciosa introducción de Pacini, ambas llegaron al memorable tema del aria del champagne, con el que finaliza el dúo con Leporello en la ópera. Es difícil de explicar lo que Argerich hizo aquí, más allá, que cuando mirabas a sus manos, no las veías. Era una especia de nebulosa entre acordes de décimas, tocados a una velocidad increíble, y saltos interválico teclado arriba, teclado abajo. Impresionante. Y en honor a la verdad, hay que decir que la segunda voz de Pacini, aquí sí estuvo a la altura.
De nuevo, una amplia sonrisa en la cara de la argentina nos indicaba que estaba muy satisfecha con lo que habían hecho. Tras la tempestad viene la calma, y ambas repitieron fuera de programa el Andante de la Sonata mozartiana, y concluyeron de manera plácida, muy delicada y con un sonido precioso la versión a cuatro manos que György Kurtag hizo de la Sonatina de la cantata Actus Tragicus de Bach, excelente colofón a la enésima lección de la pianista argentina.
Pedro J. Lapeña