VIENA / El Cuarteto Hagen cierra su temporada de abono en el Konzerthaus
Viena. Konzerthaus. 18-VI-2024. Hagen Quartett. Franz Joseph Haydn: Cuarteto de cuerda op. 76 nº 4 “La Aurora”. Maurice Ravel: Cuarteto en Fa mayor. Ludwig van Beethoven: Cuarteto de cuerdas nº 16, op. 135.
De los varios abonos de música de cámara de la programación anual del Kontzerhaus –tríos, cámara en general con formaciones poco habituales, o cuartetos–, el del “Cuarteto Hagen” es uno de los más destacado. Fundado en 1981 como un conjunto familiar, cuarenta años después siguen en el candelero con tres de sus miembros originales –Lukas, Veronika y Clemens– y con cambios únicamente en el puesto del segundo violín. Sin embargo, también podríamos considerar casi como miembro original a Rainer Schmidt, ya que lleva con ellos desde 1987. Prácticamente desde su origen se convirtieron en cuarteto residente, y con más de 200 conciertos entre las Salas Mozart y Schubert, es sin duda uno de los puntales de la programación.
En los cuatro conciertos de esta temporada, los Hagen han contrastado los cuatro primeros Cuartetos Erdődy –los op. 76– de Haydn con los últimos cuatro de Beethoven, en presencia de obras clave del impresionismo y el modernismo clásico. En este último, el elegido ha sido el maravilloso Cuarteto en Fa mayor de Ravel. Dedicaron este concierto a la memoria del recientemente fallecido Hatto Beyerle, viola fundador del Cuarteto Alban Berg, antecesor del malogrado Thomas Kakuska, y profesor del cuarteto, quien se según sus propias palabras, “fue un maestro muy importante para todos nosotros, e incluso décadas después, le estamos muy agradecidos no solo por los conocimientos transmitidos, sino por su intensa implicación en nuestra carrera musical”.
Joseph Haydn compuso su última colección completa de cuartetos –de los “Lobkowitz”, su op. 77 solo compuso dos, y el último quedó incompleto– tras su segundo viaje a Inglaterra, que le proporcionó fama y dinero. En él había encontrado una fórmula mágica: “No solo de forma, equilibrio o musicalidad vive el hombre. El espectáculo también es importante para atraer nuevos públicos”. Y en concreto en este Cuarteto en Si bemol mayor, Hob. III-78, Haydn da un papel predominante al primer violín, que ya desde el primer compás del Allegro con spirito inicial, es el encargado de tocar la melodía ascendente que describe la aurora o el amanecer sobre los acordes tónicos de sus tres compañeros. Lukas Hagen, el primer violín, marcó un tempo reposado, primando más la melodía y el fraseo lánguido que el espíritu, algo que se mantuvo en el Adagio posterior e incluso en el Menuetto, con buen estilo y bien conjuntado aunque algo parco rítmicamente. Tuvimos que esperar prácticamente hasta la fuga del Finale para que la interpretación cogiera vuelo gracias en parte al empuje que le pusieron tanto Veronika a la viola como Clemens al violonchelo. Una interpretación que pareció estar mirando más a un Beethoven, que solo 5 años después de la gestación de este cuarteto revolucionará la música para siempre con su Sinfonía Heroica, que al propio Haydn.
Esa revolución beethoveniana tuvo su cúspide en sus años finales, en los que sordo y aislado de casi todo y de casi todos, compone un testamento musical tras otro que hacen avanzar la música a territorios desconocidos. Entre ellos figuran con letras doradas sus últimos cuartetos. De todos ellos, el último, el op. 135 en Fa mayor, es quizás el que podríamos considerar –sin serlo– más conservador. Es posible que Beethoven, tras los excesos de sus op. 130 a 133, necesitase en parte volver al equilibrio y a la armonía, entre otras cosas, por el golpe que le supuso el intento de suicidio de su sobrino Karl. Es una obra resplandeciente, una auténtica delicia llena de diálogos entre los instrumentistas. Los Hagen lo llevan interpretando desde sus inicios y la dominan como pocos. El Allegretto inicial tuvo un lirismo encomiable, con sus cuatro miembros haciendo esas preguntas y respuestas cálidas y divertidas, fraseadas deliciosamente. Más atractivo si cabe fue el Vivace posterior, con sus continuas alteraciones de ritmo, y sus amenas carreras. Pero el punto culminante fue un movimiento lento fabuloso, intenso, pleno de emotividad, donde los cuatro a una cantaron con emoción el precioso tema principal, y donde cada una de las tres variaciones nos hicieron tocar el cielo con los dedos. Intensa y decidida la breve introducción del Finale –la famosa y enigmática “Muss es sein?” “Es muss sein! Es muss sein!” / “¿Debe ser? ¡Debe ser! ¡Debe ser!– seguida del Allegro final, dinámico, poderoso, brillante, de fuertes contrastes –no excesivos–. Los cuatro se mostraron a un alto nivel, con Veronika dando indicaciones una y otra vez desde su posición central en la viola. Aunque en los otros tres conciertos del ciclo no habían dado ninguna obra fuera de programa, en esta ocasión, quien sabe si por ser el último día, porque este cuarteto da más juego que sus hermanos, o simplemente porque es el aniversario de Giacomo Puccini, los Hagen nos dieron una versión estremecedora y emocionante a partes iguales de sus imponentes Crisantemi, la breve elegía para cuarteto de cuerda que compuso en 1892 tras la muerte de su amigo Amado de Saboya, duque de Aosta y rey de España entre 1871 y 1873.
Con ese interesante dialogo entre Haydn y Beethoven, puede parecer que nos hemos olvidado del Cuarteto en Fa mayor de Maurice Ravel, pero no es así. Ravel, como en conciertos anteriores Debussy o Bartok, podrían parecer a priori meros acompañantes de los gigantes de los cuartetos, pero ya sabemos que no es así. Los Hagen nos dieron un Allegro Moderato inicial pleno refinamiento y color. Los movimientos centrales fueron pulcros, impolutos, con unos pizzicati deslumbrante, unas líneas melódicas musicales, ricas y variadas, y un movimiento final vivo y agitado, como su propio nombre indica. Hubo aplausos y vítores durante un buen rato. Su idilio con el público del Konzerthaus se renueva temporada a temporada, y ya conocemos el ciclo de la próxima. Durante cuatro tardes, Robert Schumann, Leos Janácek y Johannes Brahms acompañaran a ocho de los cuartetos de Joseph Haydn. Hasta entonces.
Pedro J. Lapeña Rey
(foto: Harald Hoffmann)