VIENA / Concierto de Año Nuevo: que sirva de inspiración

Viena. Sala dorada del Musikverein. 1-I-2022. Concierto de año nuevo de la Orquesta Filarmónica de Viena. Director: Daniel Barenboim. Obras de la familia Strauss, Hellmesberger y Ziehrer.
Octogésimo segunda edición del evento que a mucha parte de la humanidad le alegra el comienzo del año y que, según parece, a algunos otros se lo amarga, lo que no es óbice para que en un ejercicio de insistente masoquismo continúen viéndolo para aderezar el despotrique subsiguiente. Algunos humanos son así. Se subía al podio por tercera vez para el concierto Daniel Barenboim (las dos anteriores en 2009 y 2014), quien, según nos recordaba ayer Norman Lebrecht (con su punto viperino), había debutado como pianista con la orquesta en 1965 pero había tenido que esperar hasta 1989 para su debut como director al frente de la formación vienesa.
Con realización televisiva de Michael Beyer y entusiasta presentación en nuestro país a cargo de Martín Llade, se antojó raro de entrada, aunque ya se sabía, ver las galerías laterales superiores vacías (hasta 700 localidades fueron anuladas por restricción de aforo). Dicho sea con todos los respetos para los colegas vieneses, la restricción de aforo, si sirve para distanciar a los asistentes (es decir, para distribuir con más amplitud la audiencia), puede tener sentido. Pero que la audiencia esté como siempre en el resto de las localidades y haya galerías enteras vacías, o espectadores al lado mismo de los vientos (que naturalmente no portan mascarilla) no tiene, sanitariamente hablando, demasiado sentido, sobre todo cuando sin una PCR negativa… no entras.
Anécdotas víricas aparte, el programa comprendía 15 obras de los Strauss (Josef, Eduard y los dos Johann), Josef Hellmesberger hijo y Carl Michael Ziehrer, dos compositores estos que en los últimos años parecen formar parte del menú con bastante frecuencia. Naturalmente se contaba con la consabida ración de primicias no presentadas anteriormente en el concierto. En este caso la Marcha de Fénix op 105, la polca-mazurca La sirena op 248 y la polca francesa Las ninfas op 50, todas de de Josef Strauss, la polca rápida Pequeña crónica op 128 de Eduard Strauss, el vals Los noctámbulos op 466 de Carl Michael Ziehrer, y la llamada pieza de carácter Duendes, sin número de opus, de Josef Hellmesberger hijo.
Junto a ellas, piezas más conocidas de Johann Strauss hijo, como los valses Periódicos matutinos, Las mil y una noches o la música de las esferas, la Marcha Persa o la Obertura de El Murciélago (estas tres últimas presentadas por Carlos Kleiber en la última de sus dos inolvidables contribuciones, en 1992).
¿Qué decir de Barenboim? Comenté hace unas semanas, con ocasión de su última visita madrileña, que el gesto se ha economizado mucho. Casi al extremo. Hoy, francamente, me pareció que, además, estaba muy cansado. Tal vez la intensidad de estos días (dirigió ayer por la tarde el mismo evento) y la edad (cumplirá 80 en el tramo final de 2022) hayan pasado factura. Lo cierto es que se le vio no solo parco en el gesto, sino con el rostro fatigado, muy pendiente (algo rarísimo en él) de la partitura. No son estos reproches, sino simples apuntes informativos.
Digo esto porque si en el plato se tiene una orquesta como la Filarmónica de Viena, que suena como los ángeles, y para la que este repertorio es el pan de cada día, y se pone al frente a un músico con la solidez y conocimiento de Barenboim, que sabe perfectamente que lo mejor que se puede hacer es interferir lo justo (en este caso, además muy ayudado por el primer atril, de lujo, con los concertinos Rainer Honeck y Albena Danailova), el cocido musical va a ser bueno sí o sí. Otra cosa es que de lo bueno se pase a lo excepcional, con esas gotas de vibración especial que se degustan en las grandes ocasiones.
El argentino sabe dónde poner los énfasis, dónde hacer las inflexiones y dónde crear efectos. Tal ocurrió casi desde el principio, porque en la segunda de las piezas dedicadas a la figura del ave Fénix (la evocación de lo que esas dos primeras piezas del programa sugiere en tanto que referidas a la necesidad de resurgir tras la debacle pandémica no es, sin duda, casual), el vals Las alas del Fénix de Johann Strauss II, lo mejor se alcanzó en el tramo final, donde los chelos cantaron de manera primorosa y se alcanzó la vibración que pareció demasiado contenida en buena parte de la pieza.
Contención, o si se quiere falta de cierto desenfado, que salpicó aquí y allá, con variada distribución, el por lo demás notable concierto (por lo dicho, con una orquesta excelsa y un músico sólido es difícil que la cosa no funcione a un nivel mínimo necesariamente muy alto). Sin la trepidante chispa de Kleiber, lo mejor fueron tal vez las piezas rápidas, desde el Pequeño boletín de Hellmesberger a la Pequeña crónica de Eduard Strauss, en la que, con una sonrisa, el maestro argentino se permitió casi el único gesto desenfadado de todo el concierto, un guiño a los segundos violines.
El vals Periódicos matutinos (un favorito de Harnoncourt) comenzó con acierto en su carácter de delicada marcha rústica, y tuvo un rubato plausible en el vals propiamente dicho, aunque pudo haber destilado algo más de sonriente chispa. En televisión se aderezó con imágenes de una pareja paseando por Viena en una especie de mezcla de actuación muda y semicoreografía.
Muy bien delineadas, con levedad, elegancia y sugerente calma, las polcas Saludos a Praga de Eduard Strauss y la mencionada De las ninfas de Josef Strauss (que contó con una peculiar pero bella contribución de hermosos corceles filmada en la Escuela Española de Equitación de la capital austriaca). También bellamente dibujada otra primicia: Duendes, de Hellmesberger, una pieza de tintes orientalizantes, de toque ligero y desenfadado, en la que la cuerda de la Filarmónica vienesa lució una vez más unos arcos de envidiable levedad y precisión.
Entre las primicias, creo que merece lugar distinguido el vals Los noctámbulos de Ziehrer, que, en muchos aspectos, conecta con otro vals del mismo autor, Muchachas de Viena, que dirigió el llorado Mariss Jansons en 2016, año de su última comparecencia en este concierto. Como aquel, el vals se hace esperar lo suyo tras un comienzo de marcha… y tras demandar de la orquesta prestaciones extra instrumentales. Si en el ejecutado por Jansons nos dejaron los filarmónicos sin habla con una forma de silbar de asombroso empaste y precisión, en esta ocasión nos regalaron, además de otra prueba de silbido, un bien ajustado coro. Pieza tal vez no inolvidable, pero sí encantadora. Y demostrativa de que estos músicos son capaces de todo, o casi.
La obertura de El murciélago, como en los valses Las mil y una noches (con un ballet coreografiado por el director del ballet de la Staatsoper, Martin Schläpfer, muy en la línea de la diversidad que tanto se lleva ahora, en el palacio de Schönbrunn) o Música de las esferas, además de la Marcha persa, contaron con ejecuciones sobresalientes (si bien el comienzo de la obertura no fue todo lo preciso que se esperaría), aunque uno no puede dejar de echar de menos las mágicas, vibrantes y exaltadas interpretaciones de Carlos Kleiber en aquellos conciertos memorables de 1989 (la primera de las obras, que, vaya casualidad, y debido al cambio de programa de última hora, escuchamos también ayer en Berlín a la Filarmónica de esa ciudad) y 1992 (las otras tres). Algo parecido puede decirse de la Polca champán (ofrecida por Prêtre en su concierto de 2010; en esta ocasión la pieza incluyó la única broma de la mañana: un tapón de botella de Champán propulsado por un artilugio, con dos de los músicos brindando al final) o de la propina, la polca rápida A la caza (ambas de Johann Strauss II), que apareció también como propina, creo que con más chispa, en el precitado concierto de Jansons.
Sorprendió, en cierto modo, la felicitación del nuevo año. Comenzó como siempre, el trémolo de la cuerda en el Danubio azul. Sonaron tímidos aplausos, que se cortaron. La música continuó, y por un momento pareció que seguiría, y que no tendríamos la habitual felicitación. Barenboim paró entonces la ejecución, enunció la felicitación estándar (“La Filarmónica de Viena y yo les deseamos un feliz año nuevo”) para después pronunciar un pequeño discurso en el que destacó que la pandemia no sólo ha sido un desastre médico, sino también humano, llamando a que actuemos como una comunidad unida, como lo es la Filarmónica de Viena, a la que puso como ejemplo inspirador en tal sentido. Sabe el argentino como nadie agenciarse el favor del público, y hoy no fue la excepción. Se llama carisma.
Después del parlamento, vino el vals, traducido con más precisión (excepto el final, un punto confuso) que encanto, y la marcha Radetzky, en la nueva (desde el pasado año) edición de la Filarmónica de Viena, que a quien esto firma le suena bastante parecida a la anteriormente conocida, y en la que el argentino dirigió con precisión a un público que respondió con rara perfección y ajuste a sus indicaciones.
En el intermedio, se nos ofreció un video (que ha sido despellejado por los amargados de turno en redes sociales) dedicado al 50 aniversario (que se cumple este 2022) de la fundación del “Patrimonio cultural de la humanidad” de la Unesco. El realizador Georg Riha (con el efecto especial de una mariposa que actuaba como motivo conductor y que probablemente se podía haber ahorrado) nos llevó con bellas imágenes a los lugares austríacos declarados como patrimonio cultural de la humanidad, desde los cascos históricos de Viena o Salzburgo al paisaje del Wachau, con el bello monasterio de Melk, o el lago Neusiedler, siempre aderezado por los músicos de la Filarmónica, en diferentes combinaciones de cámara, con música de Schubert, Mozart, Schönberg, Fux y el guitarrista de jazz Schneeberger.
No ha sido el mejor de los conciertos de año nuevo, y por tanto tampoco de esos que uno guardará especialmente en la memoria. Pero, como señalé al principio, una orquesta excelsa en un repertorio que lleva en la sangre, con un gran músico al frente va a ofrecer, seguro, algo que va a rayar del notable para arriba. Conciertos de año nuevo los ha habido mejores, sin duda. También, y no quiero señalar, mucho peores. El de hoy ha sido un evento muy disfrutable en muchos aspectos, un comienzo más que grato para este año 2022. Y cabe esperar, como dijo Barenboim, que sirva de inspiración. Que así sea. Feliz año nuevo.
Rafael Ortega Basagoiti