VIENA / Anna Vinnitskaya deslumbra en el debut de Petr Popelka en el Konzerthaus
Viena. Konzerthaus. 18-IX-2024. Wiener Symphoniker. Anna Vinnitskaya, piano. Director musical: Petr Popelka. Chaikovski: Concierto para piano y orquesta nº 1 en Si bemol menor, op.23. Bartók: Concierto para orquesta
Si la semana pasada, con sus más y sus menos, hablábamos de unos notables Gurrelieder en el homenaje de la Sinfónica de Viena y el Musikverein al aniversario de Arnold Schönberg, en esta ocasión, en el primer concierto de su abono en el Konzerthaus, junto a su nuevo titular, Petr Popelka, las cosas no salieron tan bien. Es difícil que todo vaya sobre ruedas cuando en una obra tan popular y conocida como el Concierto para piano y orquesta nº 1 de Chaikovski, en la entrada solemne de la obra, las trompas fallan. Y no fue el único caso, las maderas tampoco estuvieron finas, y el nerviosismo pareció contagiar a la orquesta. Sí, hasta las mejores pueden tener un mal día. Afortunadamente, al piano teníamos a Anna Vinnitskaya.
La rusa, ganadora en 2007 del prestigioso Concurso de Piano Reina Elisabeth de Bruselas, una de las cumbres del género, fue un prodigio al teclado. La sucesión de acordes con que fue definiendo el tema inicial fue toda una declaración de principios. Hondos, profundos, redondos con un sonido brillante y homogéneo, de igual volumen en ambas manos, como echándose la obra a la espalda. A partir de ahí fue sorprendente la facilidad con la que solventó una tras otra todas las espeluznantes dificultades técnicas – Nikolái Rubinstéin, el dedicatario inicial de la obra y uno de los pianistas estrellas de la época, lo consideró intocable, aunque años después cambió de opinión y lo incluyó en su repertorio- y sobre todo fue fascinante la naturalidad con que iba desgranando una melodía tras otra. La entrada del Andantino semplice fue preciosa, la flauta desgranó el tema de manera muy bella, y la entrada de la Sra. Vinnitskaya se contagió de la misma. La orquesta, mucho más entonada aquí, fue acompañando el delicado viaje que nos propuso la rusa, hasta desembocar ambos en el rondó final, un Allegro con fuoco que la pianista se tomó al pie de la letra: flamígero, virtuosístico a más no poder, con poderío, toda una tormenta de sonidos plenos, redondos, broncíneos, todo ello sin perder nunca un equilibrio y un control casi perfecto. En el mejor momento de la velada para la orquesta y el director, Popelka acompañó esta parte final con esmero, sacando un sonido brillante y denso, dando una adecuada respuesta a la rusa. Mientras tanto, ella a lo suyo, hasta llegar a una coda donde ya abandonó el control y se tiró a tumba abierta, con un sonido inmaculado, brillante y espectacular, donde nos puso al borde del infarto. Los aplausos y vítores no se hicieron esperar y, tras varias salidas, se sentó de nuevo al piano para mostrarnos una faceta más delicada y danzarina, la primera de las Danzas de las muñecas de Dmitri Shostakovich, un vals lírico al que dotó de gracia, ritmo preciso y musicalidad exquisita.
El legendario director Sir Georg Solti definía el Concierto para orquesta como un gran fresco sinfónico donde Bela Bartók confrontó los dos movimientos pares -una especie de divertimento en el caso del segundo y un claro scherzo en el caso del cuarto con ritmos folklóricos búlgaros- alegres y hasta grotescos- con los movimientos impares -la Introducción inicial en forma sonata muy clásica, un adagio nostálgico en el centro de la obra y el gran Finale donde la orquesta tiene que dar el do de pecho- más serios y formales. Popelka y la orquesta empezaron emitiendo buenas vibraciones, con la cuerda sonando empastada, muy musical, y creando un ambiente misterioso en la larga y evocadora introducción. Con tempi lentos, adecuado para destacar ese contrapunto a veces disonante que tiene la obra, la orquesta respondió de forma notable. Por el contrario, en el Allegretto scherzando posterior tuvimos mejores planteamientos que resultados. Popelka buscó más intensidad y humor, pero no terminó de ajustar el balance orquestal y algunos de los preciosos dúos de las maderas quedaron enmascarados por las cuerdas. En la Elegía central, muy bien fraseada, sí sacó fuego de las cuerdas, pero de nuevo en el segundo Scherzo, ni las danzas ni las melodías posteriores llegaron a alcanzar el carácter grotesco y burlón que destilan. En el Finale, mucho más virtuosístico y rápido, donde se entremezclan melodías populares con pasajes fugados de diabólica dificultad, Popelka, intenso y buscando un discurso expresivo, se lanzó muy decidido, buscando más la brillantez y el efecto que la claridad o el detalle, lo que provocó cierto barullo y varios desajustes evidentes que nos dieron a entender que quizás hubieran necesitado algún ensayo más, y que orquesta y director, con cinco años de contrato por delante, necesitan trabajar más tiempo juntos.
Pedro J. Lapeña Rey