Vibrante recital lírico checo de Kozená y Rattle
MAGDALENA KOZENÁ:
Canciones checas. Obras de Martinu, Dvorák, Krasa y Klein. Orquesta Filarmónica Checa. Dir.: Simon Rattle. PENTATONE (1 SACD)
La primera vez que oímos hablar de Magdalena Kozená fue a raíz de un álbum de arias de Bach de mediados de los noventa, grabado cuando la mezzosoprano contaba 22 años de edad. Su voz era a la vez luminosa y oscura, como la de Emma Kirkby en una novela de John Le Carre. Dado que Kirkby y compañía habían copado la mayor parte del repertorio Barroco, era difícil saber adónde iría a parar una desconocida de Brno. Kozená trabajó un año en la Volksoper de Viena y eso fue lo más lejos que llegó en su trayectoria profesional convencional, más allá de ocasionales recitales y alguna que otra producción operística. Hoy, a sus 50 años, Kozená es más conocida como artista de grabación que como intérprete de directo. Casada con Simon Rattle, vive en Berlín y elige con extremo cuidado su repertorio.
Mientras escucho su nuevo disco, me maravillo con la forma impredecible en que puede madurar una voz. Partiendo de un instrumento ligero de peso y oscuro de color, el timbre de Kozená ha adquirido una gran profundidad y redondez: ahora me recuerda al de Brigitte Fassbaender, aunque con mayor peso en los graves. Hay momentos en este programa en los que podría ser Jenufa o Katya en las óperas de Janácek. En otros momentos se sitúa casi en la gama de Schoenberg o Berg.
El programa elegido resulta del todo inesperado: un conjunto de canciones japonesas de Bohuslav Martinu (posiblemente el menos interpretado hoy en día de los grandes compositores checos), algunas canciones juveniles de Antonin Dvorák y fragmentos de Hans Krasa y Gidon Klein, dos compositores judíos asesinados en el Holocausto nazi.
Las canciones de Martinu no se parecen en nada a los falsos orientalismos confeccionados por Debussy y Ravel. Son tan checas como la cerveza Pilsen, sin ninguna guarnición de sushi. Martinu dibuja rizos sobre una cultura importada que podría haber visto a través de un escaparate. Su Japón es puramente imaginario, una fantasía que Kozená abraza en toda su plenitud.
Las de Dvorak son melodías bucólicas del tipo que Brahms podría haber utilizado en su Rapsodia Bohemia. La propuesta de Krasa es decididamente moderna, cercana al universo de Lulu. La nana de Klein tiene por añadidura un título hebreo, que significa “duerme, hijo mío”.
La travesía que Kozená realiza desde el imaginario Japón de Martinu, pasando por la Moravia de Dvorák, hasta desembocar en las trágicas historias de dos compositores de Terezin, está admirablemente calibrada. La sorpresa y la tensión crecen a lo largo de la hora que dura el registro. La Filarmónica Checa, dirigida por Rattle, ofrece un intuitivo sustento servido por el inmaculado sonido Pentatone. Se trata del recital discográfico más vibrante que he escuchado en todo el año.
Norman Lebrecht