VALLADOLID / Thierry Fischer se hace grande en la OSCyL
Valladolid. Auditorio Miguel Delibes. 13-IV-2023. Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Ensemble de metales de Brass for Africa. Dir.: Thierry Fischer. Obras de F. B. Price, G. Barker-A. Fernie y Dvorák.
Un programa distinto, de notable novedad respecto a la línea general de las temporadas en España, verdaderamente interesante y cuya programación arroja un balance positivo para la OSCyL por diferentes motivos.
En primer lugar, porque la presencia del colorido sexteto de metales de Brass for Africa crea un clima de jovialidad y exótica extraversión que nunca viene mal en el auditorio, como quien se toma un dulce de vez en cuando. En segundo lugar, porque se trata de repertorio en estilos diferentes no interpretado anteriormente por la orquesta ni escuchado antes por el público. Por último, porque de este modo se contribuye a considerar que la música sinfónica está viva y que el repertorio tradicional programado para la segunda parte del concierto (Dvorák, en este caso) siga no solo pleno de vitalidad, sino que suena tan actual como si fuese de hoy mismo.
Dicho lo cual, desde el punto de vista estrictamente musical, la obra de Florence Beatrice Price (1887-1953), La sombra de Etiopía en América (1932) es una partitura desigual en cuanto a interés, en la que algunos fragmentos muestran innegable destreza compositiva y orquestadora y otros resultan un tanto insulsos en inspiración. En ella destacan el sentido narrativo, sugestivo e interesante, con protagonismo de una melodía caracterizadora del negro que ha sido llevado a América, y determinados momentos en los que se aprecian préstamos estéticos de la escuela norteamericana anterior al jazz, así como del propio Gershwin y de los músicos de ragtime.
Con la obra Kisoboka (Todo es posible) comenzada, irrumpió en el escenario el desfile de los integrantes de Brass for Africa, llamativamente ataviados con ropas típicas africanas. Se trataba de un estreno absoluto como obra de encargo de la OSCyL y el conjunto ugandés en colaboración con la Orquesta Sinfónica de la Región de Murcia y la Sinfónica de Bilbao. Un comienzo introductorio (Amanecer) sin un estilo definido, con pinceladas de estéticas que van desde Ravel hasta John Barry y la música de El rey León, dio paso al colorido rítmico y simpático del desfile, de intensidad acumulativa y de alegre efecto de cara al público por el movimiento y baile de los músicos en escena. Unos bonitos textos en los que se expone cómo la práctica musical ofrece esperanza a los niños de Uganda en una especie de programa similar al Sistema de José Antonio Abreu, fueron recitados por ellos mismos sin ahorrarnos el tonillo un tanto cargante de lo políticamente correcto, ese de las cosas que se dicen para provocar el aplauso inmediato del público. Ambiente festivo, improvisaciones africanas no jazzísticas y una música viva y participativa, trajeron la conclusión de que el valor de esta partitura no está tanto en lo musical como en el producto del espectáculo total.
La Sinfonía del Nuevo Mundo de la segunda parte, contagiado el auditorio de la sensación de vitalidad de la música, surgió así como una partitura de absoluta actualidad en la que se reafirmó a Thierry Fischer como un director que ha sabido ganarse a los miembros de la orquesta. Su labor destaca en que es capaz de convencerlos de que los muy cuidados fraseos clarísimamente indicados desde el podio son los más convenientes en cada momento. Los músicos confían en él porque saben que está lleno de criterio, buenas ideas y hace fácil lo que evidentemente no lo es. Gran diálogo con los músicos y excelente trabajo en las cuerdas, en las que se vio cómo se multiplica de forma exponencial el beneficio expresivo de que toda la sección, especialmente en violines primeros, efectúe una digitación unificada en determinados pasajes melódicos.
Enrique García Revilla