VALLADOLID / Roberto González-Monjas: criterio y personalidad
Valladolid. Auditorio Miguel Delibes. 11-I-2024. Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Violín y director: Roberto González-Monjas. Obras de Respighi, Mozart y Vaughan Williams.
Regresó Roberto González-Monjas a su verdadera casa (recuerden aquello tan traído y tan cierto que escribió Rilke sobre la infancia de uno) después de la enorme expectación creada a raíz de anteriores visitas. Y lo hizo como director y como solista de violín. Sobre el podio, un derroche de sintonía con los profesores de la OSCyL y, con el instrumento en ristre, una personalidad especial forjada sobre un poderoso criterio propio al margen de modas y corrientes interpretativas.
Fuentes de Roma, ese precioso paisaje sonoro en tecnicolor que gana tanto en efecto potencial cuando se interpreta junto a los Pinos de Roma como deja de ganar cuando es pieza independiente, fue tratado por González-Monjas con su habitual cuidado de disección, con la intención de ofrecer claridad en la escucha y de añadir a esto homogeneidad en recursos expresivos en cada sección, especialmente en los arcos, con sus portamentos y fraseos bien cuidados. Mucho más difícil de interpretar es el Concierto para violín nº. 4 de Mozart, en el que todo se oye y cuya límpida superficie no arrancó con el máximo extremo de transparencia orquestal que deseábamos y esperábamos. R. G.-M. transmitió a la OSCyL reducida a plantilla clásica su criterio de eliminación de ruido blanco, en busca del sonido puro del paso del arco sin golpeo ni mordisco en la cuerda (salvo en momentos escogidos de las cadencias). El resultado es una base de sonido etéreo compartido entre solista y tutti, sobre el cual construye su personal visión de Mozart, de elegancia auténtica y nunca forzada que, con su dosis pertinente de vibrato y su no adscripción a los aspavientos “históricamente informados”, recrea la música compuesta por un sabio y abierta en infinidad de posibilidades a la intuición de intérpretes de criterio.
Ese mismo tiro de arco desprovisto de ruido se adecuaba a la perfección a la atmósfera sutil y volátil de La alondra elevándose, obra con la que R. G.-M. logró hacer callar al pérfido tosedor de conciertos, quien acudió al Delibes acompañado de sus sumisas hordas, envalentonadas todo el concierto, pero en actitud pusilánime ante el autoritario silencio impuesto por un solo violín (por el contrario, ya da fruto la maravillosa fantasía de la gerencia de la OSCyL para evitar los teléfonos móviles). La delicadeza interpretativa, surgida de forma natural de ese sonido impalpable de arcos que parecen no rozar la cuerda, se tradujo en una versión extática, pero no estática, es decir, sin pretender colorido ni narración pictórica, sino plena de movimiento interno irreal e incorpóreo. R. G.-M. regaló una joya delicada y extremadamente rara con La alondra elevándose.
Pinos de Roma, partitura con la que se cerró el concierto, posee el gran efecto de masa que espera una parte del público y del que adolecen las tres obras previas, tal como pudo apreciarse en la reacción de parte de los asistentes al Delibes. Con un director al que es imposible arrebatar la concentración y una OSCyL a plena caldera, el fluido musical (transmisión de la emoción) es imparable. Gran papel de conjunto, de los solistas, de los unísonos en violines contrastantes tímbricamente con sus intervenciones con sordina en el Gianicolo, de las campanas que repican con discreción sin apabullar, de ese corno inglés milagroso de Juan M. Urbán… En más de una ocasión el director aun demandó gestualmente cosas a la orquesta que quedaron sin respuesta. Quizá no será el mejor concierto de la temporada, pero se disfrutó del lujo de una orquesta que hace pequeña a cualquier otra convocatoria cultural de la región.
Enrique García Revilla