VALLADOLID / Pablo Ferrández: recuerda que solo eres un hombre

Valladolid. Auditorio Miguel Delibes. 12-III-2022. Pablo Ferrández, violonchelo. Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Director: Thomas Dausgaard. Obras de Mozart, Saint-Saëns y Nielsen.
Thomas Dausgaard, director invitado de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, comenzó el concierto con la interpretación fuera de programa de una pequeña y hermosa pieza para cuerda que presentó, en sus palabras, como del “gran veterano de los compositores ucranianos”: Serenata de la tarde de Valentin Silvestrov (1937). Obra de carácter meditativo, como quien entona una sencilla oración, como recuerdo, homenaje, pensamiento pío… En tiempos de guerra, que cada uno lo denomine a su manera.
Acto seguido, el brillante Re mayor de la Sinfonía Haffner de Mozart abrió un programa de enorme dificultad. La música de Mozart es, en ocasiones, mucho más complicada de lo que parece en la partitura. El autor tiene a los violines primeros, grandes y certeros protagonistas en esta ocasión, continuamente tocando en la cuerda floja y sin red, exigiendo una pureza sin mácula, pues el mínimo medio paso en falso de cualquiera de sus cuatro atriles provoca el desvanecimiento de toda magia. Ese fino y frágil cristal tuvo su momento de joya perfecta en el segundo movimiento que la OSCyL hizo tan bonito, tan bien expresado y tan puro, que en la escucha parece hasta fácil de tocar. Un poco más de trompas en las fanfarrias en forte del finale habrían ayudado a cerrar la obra con cierto efecto, pero Dausgaard lo vio perfecto como estaba y todos estuvimos de acuerdo sin discusión.
Algo más relajada pudo estar la orquesta cuando, con el concierto de Saint-Saëns en los atriles, Pablo Ferrández y su Stradivarius salieron al escenario, por la sencilla razón de que el foco de atención apenas puede desviarse de la mencionada pareja. Con una OSCyL ideal como acompañante, en el sitio que le corresponde, el gigante bendijo con su sonido todos los decímetros cúbicos del vasto auditorio. Sus ataques sobre la cuerda, ora mordidos ora blandos, sus fraseos tan generosos en microgiros y matices inesperados, su maravilloso portamento descendente que hace derretirse el escenario, sus varios tipos de vibrato en el agudo y en el grave… sus mil características como solista de época permiten admirarlo como un portento en la técnica, un milagro expresivo capaz de extraer con la mayor naturalidad el máximo de belleza de cada compás y tomarlo como punto de partida para ir mucho más allá, a regiones que los mortales ni sospechamos.
Con la Sinfonía nº 4 de Nielsen en la segunda parte, tan dificilísima como inextinguible, la OSCyL volvió a su sitio, quizá sin alcanzar su nivel óptimo, pero mostrando una solvencia apabullante en la extrema complicación de la obra. Thomas Dausgaard dirigió de forma sonora y amplia, con unos violines primeros un poco menos precisos en la arriesgada afinación del movimiento inicial, pero nobles con el resto de la cuerda, un viento espectacular, como siempre, y una sección de contrabajos imperial, que demanda a cada concierto que se hable de ella con admiración en otras orquestas.
Enrique García Revilla