VALLADOLID / OSCyL: la orquesta en majestad
Valladolid. Auditorio Miguel Delibes. 17-12-2021. Wagner, El anillo sin palabras. Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Director: Giancarlo Guerrero.
El Anillo sin palabras no es otra cosa que una síntesis sinfónica de hora y diez minutos de duración del Anillo del nibelungo. Simplemente es una obra que debía existir. Alguien tenía que realizar dicha síntesis y fue Lorin Maazel en 1987 quien lo llevó a cabo. Cuando afirmo que debía existir una partitura como esta quiero decir que no existe otra similar. Una sinfonía posromántica posee sus movimientos, su arquitectura, su forma, con sus adagios y sus allegros. Este Anillo es pura narración, pero no como una sinfonía programática, sino como una película de acción trepidante con la que uno puede hacerse a la idea de cómo es el libro en el que se basa. Nos gusta más el libro que la película, sin duda, pero aquí hablamos de un peliculón.
Los fragmentos orquestales ofrecen libertad a la formación sinfónica (el instrumento favorito de Wagner), sin necesidad de esconderse en el foso de Bayreuth o de reprimirse para no tapar a los cantantes, de modo que la enorme orquesta wagneriana ‘desparramada’ sobre un extenso escenario supone un gigantesco foco sonoro, el bafle más perfecto, insuperado por la tecnología actual. Y, evidentemente, la intensidad tanto dinámica como en la expresión son constantes, sin apenas momentos para el sosiego. Nada de extensos adagios mahlerianos, nada de minutos y minutos elegíacos como los de Rachmaninov: todo aquí es acción, casi siempre trepidante y brutal. Por esto, como no existe otra obra similar, alguien tenía que crearla. Lorin Maazel pasaba por allí.
El director nicaragüense-estadounidense Giancarlo Guerrero empuñó la lanza de Wotan transmutada en batuta y guió la OSCyL a ritmo trepidante para descubrir al público de Castilla y León este ‘poema del éxtasis’, esta ‘sinfonía sin reposo’. Su dirección, soberbia, enérgica y cargada de autoridad, extrajo de la OSCyL un sonido de epopeya, de ciencia ficción, desatado y brutal que, no obstante, nunca cayó en el cataclismo. Quizá no fue el mejor día de algunos solistas del metal, ni de ciertas secciones de cuerda, pero la OSCyL, en términos generales, juzgando como si fuera un solo instrumento (lo que es en realidad), sonó en toda su majestad, como si no fuese posible una orquesta mejor. ¡Qué orgullo para cada uno de sus miembros saberse parte de ella en ocasiones así!
Cuando se desvanezca en mí, como oyente, la borrachera wagneriana (que sin duda tiene perturbados mis sentidos, no me tomen en serio los wagnerianos que lo sean mucho más que yo), seré capaz de discernir de nuevo la grandeza de las grandes voces de los Windgassen, de Birgit Nilsson, etcétera, pero mi opinión actual es que no existe ningún Sigfrido más heroico que el sinfónico… y qué decir de Brunilda, la más noble heroína operística de la historia (con el permiso de la Casandra de Berlioz), sublimada ayer en sentimiento puro, sin palabras. Se dice que la música instrumental expresa y se interna en las regiones donde no alcanzan las palabras. Ya Ludwig Thieck, uno de los padres del Romanticismo, reflexionaba así sobre la música instrumental: “¿Hay algo, después de todo, que pueda decirse con palabras?”.
El motivo final del Anillo, el de la redención, con el que Giancarlo Guerrero convenció la OSCyL para que mostrase su sonido más suntuoso, vino a clausurar una hora y cuarto de felicidad absoluta como la más hermosa combinación de tan solo ocho notas concebida por mente humana, pues al fin y al cabo la de Wagner lo fue.
Enrique García Revilla