VALLADOLID / OSCyL: fauvismo de timbres y ritmos
Valladolid. Auditorio Miguel Delibes. 25-VI- 2021. Dominique Vleeshouwers, percusión. Directora: Elim Chan. Obras de MacMillan y Shostakovich.
Un concierto para percusión siempre trae un colorido variado al escenario y alguna que otra anécdota curiosa como puede ser el jaleo de ver desplazarse al solista varios metros de un instrumento a otro o incluso el creer haber visto una sordina de tuba saltar por los aires desde su pabellón. Los percusionistas son gente especial y con sus interpretaciones los conciertos suelen salirse de lo ordinario, de eso no hay duda.
El Concierto nº 2 para percusión de James MacMillan es una obra bien construida tanto en el discurso lírico como en la ponderación del efecto y de los efectos. Dominique Vleeshouwers anduvo de acá para allá todo el concierto entre la marimba, los cencerros, el vibráfono y tropecientos instrumentos más. Una ventaja de la música contemporánea consiste en que, cuando uno no conoce la obra, como era mi caso, ignora cuántas de las notas pueden ser erróneas o cuáles no están tocadas a tiempo. No obstante, las intervenciones solísticas, camerísticas y a tutti permitieron admirar una interpretación coherente con una obra que se mueve entre el cálculo matemático y la intuición artística. No debió de ser fácil para los profesores de la OSCyL coordinar sus intervenciones y homogeneizar el sonido dentro de cada sección. Posiblemente el sonido de orquesta se mantuvo alejado de la perfección que, sin duda, alcanzaría si la formación se ejercitase en la interpretación de obras de este estilo con mayor frecuencia, pero las dificultades de la partitura, espléndida, de MacMillan quedaron superadas con solvencia por parte de todas las secciones, en virtud del logro principal de la obra: la búsqueda de un efecto bien traído.
Muy grande la presencia de la menuda directora Elim Chan. Menuda directora, cierto. Tras el original regalo del concierto de percusión, la décima de Shostakovich supuso un trabajo serio desde el podio. Una de las cosas buenas que trae la amplia disposición espacial de la orquesta sobre el escenario cuando la orquesta es numerosa, es que la fuente de sonido está generosamente repartida en lugar de ser un foco concreto. Cierto que esto sólo es posible con una orquesta en la que (aprecio mucho esta cualidad en las orquestas) el sonido no se atenúa en la cuerda de los primeros atriles a los últimos, sino más bien al contrario, cuando el empuje viene de donde hay más instrumentos.
Magnífico trabajo seccional de Elim Chan (poseedora de un gesto direccional nada bello, hay que decirlo), en un Shostakovich que, por momentos, volvió a sonar todo lo expresivo y bárbaro que se pide a los mejores. Con la música contemporánea pudo haber concesiones a un sonido menos cincelado, pero con esta Décima ya no cupo relajación posible. Quizá hubiera deseado un par más de violas para equilibrarlas en sus unísonos con el metal. Por lo demás, además de destacar a los solistas de cada sección, cosa que ya hizo la directora al final, sí me gustaría remarcar el papelón de la sección de chelos y contrabajos en ambas obras, ya que cuando los bajos funcionan con tal empaque, la orquesta tiene todo a favor para pintar sus colores.
Enrique García Revilla