VALLADOLID / OSCyL: Cuando el arte se junta con las ganas de trabajar
Valladolid. Auditorio Miguel Delibes. 5-X-2023. Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Director: Thierry Fischer. Obras de Haydn, Beethoven y Berlioz.
Comenzó la temporada de la OSCyL con La descripción del caos que realizó Haydn para su oratorio La creación y marcó con dicha pieza un nivel artístico tanto para emocionar como para impresionar. Casi la única pega del concierto pudo ser una coordinación mejorable de los pizzicati por parte del concertino invitado. Todo lo demás, bajo la mirada de Thierry Fischer, titular de la formación, convence con rotundidad: los golpes y efectos de arco, los pianísimos de vértigo, sin caer en excentricidades, subrayaron un sentido pictórico de modernidad originalísima. Se podrían haber soltado ¡bravos! como para quedarse uno afónico… pero algunas toses groseras, expelidas con tino en el crítico momento final, quisieron desdibujar el encantamiento en la atmósfera.
La primera de Beethoven sonó en una orquesta resorte, con la energía de siempre, mejorada incluso, ligera en tempi, aunque sin exagerar, en la que cada fraseo se muestra como consecuencia lógica de lo anterior y de lo que ha de sonar, porque lo inesperado no aparece nunca como extravagante, sino como un trabajo bien ensayado y razonado en el contexto total. Dos momentos especiales cualesquiera: el trío del scherzo, “el amigo pobre” de la sinfonía, que suele pasar sin pena ni gloria en las mejores versiones, fue una auténtica joya, una preciosidad de fraseo inspirado y diálogos de cámara. Y, en el finale, justo antes de la coda, la entrada en semicorchas en forte de las cuerdas graves, provocó, gracias a su empaste y energía, un efecto espectacular para cerrar la obra y abrir la puerta a la sección final.
Fischer no es sólo el hombre que entra en la oficina con más ganas de trabajar que nadie, sino el que consigue que todos los trabajadores se involucren tanto como él. Y cuando esa diligencia viene motivada por una intuición musical bárbara, el resultado es el de una Sinfonía fantástica perfecta en la forma y espectacularmente expresiva en el fondo, desde el primer compás hasta el último. Sin un instante de relajación. Con el fin de sacar partido a la factura rocosa y heterodoxa de la partitura, incidió en la exageración de acentos, matices y contrastes, pero cuidando los momentos de delicadeza, como el romance inicial en violines, sedoso e inspirador. Un poco más de presencia de las arpas quizá hubiera sido más deseable en el vals, lo que no impidió que supusiera este un momento de felicidad gloriosa. Respecto a la Escena en el campo, llamó la atención la forma de extraer lo mejor de timbres que suelen cobrar menos importancia, como la entrada inicial en trémolo en las violas con ese sonido grupal maravilloso que siempre deja boquiabierto al auditorio. Y, entre todos los solistas, de modo particular, la intervención de Carmelo Molina, clarinete solista de la OSCyL, como para provocar lágrimas de emoción. Pudo sorprender un muy acertado tempo no ligero de la Marcha al cadalso, con empaque y peso poco habituales hoy, subrayando lo grotesco con ese gran recurso que es el cuarteto de fagotes. Y, por último, ¡qué bárbaro, Fischer!, ¡qué barbaridad la OSCyL!, la intensidad agotadora y orgiástica del Aquelarre, instalada en la perfección, muestra exacta de lo que debe ser un buen Berlioz: cuando el sentido de cataclismo general se encuentra perfectamente calculado en cada uno de sus terremotos.
Enrique García Revilla