VALLADOLID / Liadov: la OSCyl adopta a un héroe
Valladolid. Auditorio Miguel Delibes. 26-I-2024. Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Steven Isserlis, violonchelo. Director: Thierry Fischer. Obras de Liadov, Kabalevski y Beethoven.
La presencia del violonchelista Steven Isserlis atrajo a la sala sinfónica López Cobos del Auditorio Miguel Delibes a una enorme cantidad de alumnos de violonchelo de los conservatorios de la región. Todos ellos querían ver a un ídolo ciertamente mediático con quien pudieron fotografiarse y que, incluso, les ofreció una clase magistral. Pero antes de pisar el escenario Isserlis, lo haría Thierry Fischer con cada uno de los músicos de la OSCyL.
Fischer tuvo la felicísima idea de programar tres breves poemas sinfónicos de Anatoli Liadov (1855-1914) e interpretarlos como un solo cuerpo. De este modo, esas tres pequeñas partituras crean un todo mucho más poderoso artísticamente que cuando se interpretan por separado. El oyente actual, que puede quedarse frío ante una sola de ellas (Baba-Yaga, El lago encantado y Kikimora), consigue entrar en calor y emocionarse cuando se le ofrecen como movimientos de una misma pieza de unos veinte minutos. Con la suntuosa orquestación de Liadov, la formación lució su sonido de empaste en la cuerda desde el comienzo, ese sonido especial que es uno de los elementos que la están haciendo grande y que provoca una enorme satisfacción en el oyente. Baba-Yaga finaliza demasiado pronto, sobre todo si no tiene El lago encantado a continuación para crear su efecto en la memoria por el contraste entre ambas partituras. La orquestación ahora se aleja de Rimski y, además de citar al Siegfried wagneriano, se acerca a Ravel en un ambiente nocturno lleno de matices con los que la OSCyL se siente cómoda. Kikimora arranca con las sonoridades graves de manera perfectamente orgánica respecto a los movimientos anteriores y finaliza con un presto de fantástico efecto en el que el compositor revela el magisterio de Dukas. El tríptico resultante no solo funciona a la perfección, sino que permite que una gran formación, como es el caso, que destaque todos los elementos de ensamblaje, ofrezca un resultado artístico espectacular.
Isserlis arrancó el Concierto para violonchelo nº 2 de Kabalevski con unos pizzicatos de vibrato enorme, quizá exagerado. Esa aspereza fue la característica elegida por el intérprete, quien conoce bien la partitura y la ha interpretado, seguro, de varias formas muy diferentes, para definir toda la obra. Isserlis dejó muestras de su virtuosismo indiscutible y de su capacidad lírica expresiva, pero la interpretación que dejó en Valladolid, tan rocosa, con tal cantidad de ruido de golpeo, puede resultar excesiva en detrimento de un sonido más claro y definido. No es que no fuese una interpretación buena (quien sepa más afirmará con criterio que fue extraordinaria) pero sí discutible.
Beethoven, Segunda sinfonía, devolvió el “sonido Fischer” de la OSCyL, que, cuando no se relaja y mantiene a lo largo de toda la obra en cada uno de sus profesores la misma tensión que en el compas uno, es de auténtico lujo. Los segundos movimientos de Beethoven, de los que alguien dijo, ya en el diecinueve, que resultaban demasiado largos, esta temporada están siendo brevísimos, al igual que los scherzos, pequeñas joyas demasiado poco apreciadas. Cómo se agradece que Fischer no sea de los de tempos rapidísimos: al oído le da más tiempo para no perderse procesos internos y admirar grandes obras de arte como esta enérgica y radiante sinfonía en Re.
Enrique García Revilla