VALLADOLID / La OSCyL inaugura su temporada con récord de abonados
Valladolid. Auditorio Miguel Delibes. 26-09-2024. Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Leticia Moreno, violín; director: Thierry Fischer. Obras de Bizet, Sarasate, G. Ortiz y Falla.
La OSCyL abrió el curso en una línea ascendente acentuada en cuanto a número de abonados que, con dos conciertos por programa, está haciendo quedarse pequeño el enorme auditorio “Jesús López-Cobos” del Centro Cultural Miguel Delibes. Estupenda noticia esta para el público, para la Consejería de Cultura y, sobre todo, para la orquesta (cada uno de los músicos y gerencia), pues es una satisfacción ver la sala llena, a pesar de que un puñado de localidades esté ocupado por los ejércitos a sueldo del pérfido tosedor de conciertos, quien, como es sabido, paga a sus mercenarios para que disparen sus toses, como francotiradores apostados en lo oculto, en los momentos más delicados, con el fin de tratar de arruinar las interpretaciones. Algún día serán descubiertos y el público se tomará la venganza por su mano…
En lo estrictamente musical, la tarde quedó condicionada por la cancelación de urgencia por parte del guitarrista Pepe Romero, a quien enviamos nuestros deseos de salud para su familia. Una sustitución a lo grande trajo a Leticia Moreno para tocar la Fantasía sobre Carmen de Sarasate.
La primera suite de La arlesiana de Bizet tuvo un preludio de mucho carácter, como quien dice, para arrancar con fuerza la temporada. La musicalidad de Thierry Fischer buscó una interpretación muy nueva, cargada de intenciones y tensiones en los fraseos y golpes de arco, de contrastes en las intervenciones del viento y de frescura y originalidad, como si nunca se hubiera escuchado esta música antes. Bizet se revela (como siempre) como un finísimo orquestador en cuyas partituras no parece difícil lograr el equilibrio sonoro. El timbre del saxofón, como ejemplo, queda maravillosamente integrado entre trompas y madera, enriqueciendo a ambos.
Con la buena sensación inicial en mente, quedaba aún un concierto casi entero que defender. Leticia Moreno, que cuenta de antemano, por mérito ganado, con la simpatía del público de Castilla y León, nos recordó ese sonido suyo tan idiosincrásico con el que gusta de evitar el ruido blanco mediante la arcada suave y sedosa que hace de ella una violinista única. En su mano, la ornamentación puede gustar más o menos, eso queda como aspecto subjetivo, pero su manejo del arco es indiscutible. Al igual que hizo en febrero, regaló la delicadeza y sus personales matices de fraseo de la Nana de Falla de propina, esta vez no con arpa, sino con acompañamiento de piano y de un tosedor que marcó convenientemente la caída en la suavísima nota final.
La obra Kauyumari, de la compositora mejicana Gabriela Ortiz posee el interés del colorido variado en timbres, en solistas y secciones, pero al mismo tiempo el peligro de que la gestión del ritmo en todos los planos dé como resultado un discurso un tanto repetitivo. No estoy seguro de que esté en el círculo estético que mejor se adapte a las prestaciones de la OSCyL en las condiciones actuales. Con todo, la obra busca el efecto en el público y lo consigue, aunque sólo sea con sus bien diseñados crescendos y acelerandos.
Las dos suites de El sombrero de tres picos, de Falla fueron interpretadas con gusto y un trabajo bien cuidado. Quienes crecimos con la grabación en casete de Ataúlfo Argenta y la ONE, estamos muy condicionados a buscar que se entiendan perfectamente cada melodía y cada floreo tanto como que el discurso mantenga su empaque y no se precipite en tempo. En este sentido, Fischer cuidó sus solistas y, sobre todo, sus acompañamientos para favorecer coherente narración musical. Y ciertamente dejó una versión con la que hizo disfrutar al auditorio. No obstante, como punto de mejora, en la búsqueda de energía creciente desde la Farruca a la Jota final, la cantidad de sonido general provocó el temido desequilibrio entre secciones. La melodía y la danza deberían surgir cristalinas sobre los timbres y ritmos en los que tan a fondo trabajó Falla y, sin embargo, los platillazos, siempre al máximo, y el exceso de sonido en general con el que se encaró la apoteosis ocultaron en el final esas dos cualidades habituales de la OSCyL y de toda buena orquesta: claridad y equilibrio.
Enrique García Revilla