VALLADOLID / La dificultad de construir una ‘Séptima’ de Mahler

Valladolid. Auditorio Miguel Delibes. 17-VI-2022. Mahler: Sinfonía nº 7. Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Director: Eliahu Inbal.
La cita del israelí Eliahu Inbal en el podio de la OSCyL para dirigir Mahler queda señalada en el calendario de pared de los abonados como uno de los conciertos ineludibles del año desde el momento mismo de la presentación de la temporada. En esta ocasión, sobre los atriles, la monumental séptima. Monumental y curiosa, por no decir extraña sinfonía. Setenta y cinco minutos de música con una orquestación en la que no siempre logra escucharse todo aquello que está escrito en la partitura y en la que hay lugar destacado para esos timbres tan originales que Mahler gustaba de emplear y cuya justificación en el discurso no suele quedar clara para el oyente. El empleo de cencerros y percusiones de tipo heterodoxo constituye uno de tantos sellos distintivos del genio como creador artístico y de una personalidad tendente a ciertos desequilibrios en mayor medida que un verdadero recurso necesario para la construcción y el desarrollo musical de una forma de sinfonía.
La partitura requiere un trabajo minucioso de disección debido, entre otras cosas, a la concepción camerística que plasmó el compositor en una plantilla de tan amplias proporciones, a la esencia de grupo en diálogo sobre la que se edifica una música arquitectural. Dio la impresión de que el asunto principal de la obra tardó en despegar, como si el extenso movimiento inicial hubiese servido de calentamiento en el que la OSCyL no se movía aún a pleno rendimiento. En efecto, no arrancó la sinfonía con el empaque en líneas generales, o quizá con la motivación que conocemos en sus profesores cuando Inbal se encuentra al frente. Ahora bien, según fue adquiriendo dimensión la colosal forma arquitectónica, se hicieron reconocibles los tres elementos que se retroalimentan en el modelado del arte: la obra en sí, el instrumento que la extrae de la partitura y la voluntad del artesano que se sabe capaz de pulir ese filón de oro bruto.
La cuerda, en concreto, comenzó desde la primera Nachtmusik a exhibir en bloque ese paso de arco suyo de suntuosidad aterciopelada que pudo echarse en falta en los unísonos del arranque. Los violines, ahora sí, motivados y conscientes de sí mismos como un único todo agente con aristas mínimas, se echaron a sus espaldas el descomunal sentido melódico de la sinfonía, tan personal en sus formas como rico en matices variados y sorpresivos, mientras que la sección de viento se ve construida más en encadenamiento de motivos breves en varios timbres que en la exposición de melodías. Con los profesores en caliente, cada uno bien metido en su papel de actor necesario, con un trabajo seccional concienzudo y los excepcionales solistas de viento en su nivel habitual (musical y de liderazgo), se llegó al rondó-finale con tal carga de energía y del sentido de lo espectacular, que el sentimiento de gozo que provoca semejante funcionamiento de una gran orquesta sinfónica nos hizo perdonar a Mahler por exigir demasiado de la inteligencia de los oyentes y por provocar que una orquesta de calidad como la OSCyL pueda no ser comprendida en ciertas partes de esta compleja séptima por algunos aficionados de a pie, como es el caso.
Enrique García Revilla
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