VALLADOLID / Antonio Méndez, todoterreno
Valladolid. Auditorio Miguel Delibes. 15-IV-2021. Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Lucas Macías, oboe. Director: Antonio Méndez. Obras de Beethoven, Mozart, Chaikovski.
El primero de los siete programas de la temporada de primavera de la OSCyL comenzó con un sentido minuto de silencio por Ricardo Moreno, percusionista de la formación desde 2000 hasta su reciente fallecimiento. Su puesto en la orquesta apareció iluminado por luz cenital y sus compañeros en pie le ofrecieron un recuerdo que, por algún complejo inexplicable, el público, en su mayoría, acompañó sentado en su butaca en lugar de hacerlo también en pie, como se ha hecho toda la vida en todo el mundo civilizado. Descansa en paz, compañero.
El mallorquín Antonio Méndez modeló desde el podio un sonido original en la OSCyL, con una firma muy distinta en cada obra programada. Dio la impresión de ser un artista sabio y completo, capaz de comunicar a su instrumento una idea musical convincente en cada estilo. Desde un punto de vista subjetivo y perfectamente discutible (por comparar con otros directores españoles), en la Leonora I, y en el Concierto para oboe, Beethoven y Mozart puede que no alcanzasen ese sonido de plata que consigue, por ejemplo, González-Monjas, o de finísimo cristal que sabe sacar Víctor Pablo a la OSCyL; quizá tampoco en la Cuarta de Chaikovski ponderó el sentido de ‘lo desmesurado’ como lo hizo recientemente Jaime Martín; pero, con todo ello y a cambio, Antonio Méndez estuvo a altísimo nivel de comunicación y expresividad en cada uno de los estilos interpretados.
Su Clasicismo es pulcro y equilibrado y su Romanticismo sabe desbordarse en expresividad sin caer en a afectación. Ese sentido de ascenso expresivo tan propio de Chaikovski, lo condujo Méndez con tino como quien pisa el acelerador de un Ferrari sabiendo que el tope final está aún lejos. Quizá, al verse con semejante potencia en sus manos pensó aquello de “¡Qué demonios!: si Chaikovski hubiera dispuesto de una orquesta como esta, también habría ido más allá en volumen y expresividad explosiva”. Al menos eso es lo que se vio: lo hiperbólico en un compositor que pide desbocamiento en sus crescendi y en sus cotas de expresión. Nada que reprochar, por tanto, a ese triple forte tan brutal y al paroxismo de un Romanticismo desmesurado. Sobresalientes, como siempre, las secciones de madera y metal, con el liderazgo del oboísta Sebastián Gimeno, y especialmente el trabajo de ensayo del scherzo pizzicato en la sinfonía.
Respecto a Lucas Macías, poco nuevo puede decirse a estas alturas. Un solista tan grande es también inevitablemente un director pleno de criterio. En este sentido, Macías no vino a exhibirse, sino a poner su sonido al servicio tanto de Mozart como de lo que la OSCyL y Méndez requerían de él. Es un gustazo enorme escuchar su fraseo y descubrir de qué manera sorpresiva (siempre mucho mejor de lo que uno espera) va a enlazar sus cadencias con el tutti.
Enrique García Revilla
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