VALENCIA / ‘Wozzeck’ agita Les Arts

Valencia. Palau de les Arts. 26-V-2022. Berg: Wozzeck. Peter Mattei, Eva-Maria Westbroek, Christopher Ventris, Tansel Akzeybek, Andreas Conrad, Franz Hawlata, Patrick Guetti, Yuriy Hadzetskyy, Alexandra Ionis (Margret), Adrián García, etcétera. Escolania de la Mare de Déu. Cor de la Generalitat Valenciana. Orquestra de la Comunitat Valenciana. Dirección musical: James Gaffigan. Dirección de escena: Andreas Kriegenburg.
Todas las incertidumbres se despejaron. Valencia y su melomanía se agitaron y rindieron ante la fuerza expresiva, ante el mensaje descarnado, áspero, agridulce y siempre actual, de Wozzeck, la ópera ‘maldita’ que Alban Berg, en los albores del dodecafonismo, en 1925, dio a conocer en el Berlín de entreguerras, de la mano de Erich Kleiber, el padre de dios. La producción, procedente de la Ópera de Baviera, donde se estrenó en 2008, no ha perdido un pelo de actualidad. Andreas Kriegenburg, figura del teatro alemán de nuestros días, ha optado por una visión que, más que limar extremos, enfatiza el mensaje más crudo y estremecedor de la obra maestra que Berg, autor también del libreto, crea a partir de Woyzeck, la inacabada colección de relatos en la que Georg Büchner cuenta la espeluznante historia de Franz Woyzeck, un castigado soldado raso de una pequeña ciudad, de cualquier pequeña ciudad. En Mariúpol o en una escuela en Texas. En Guantánamo o en Abu Ghraib.
Berg, aliado con Büchner, traza una reflexión sobre la miseria y el dolor como núcleos fundadores, pero ocultos, de cualquier poder. En democracia y en dictadura. La eterna canción. A partir de ello, Kriegenburg sigue el relato y el hilo argumental con fidelidad y sin paños calientes. En su conjunto, el espectáculo derrocha sensibilidad, lucidez y virtuosismo teatrales. La superficie del escenario, toda ella cubierta de agua; la expresionista negritud de casi todo; el escueto uso de cualquier elemento escenográfico… Un discurso minimalista y sin rodeos, en el que todo conduce a centrar el argumento en su meollo dramático. Como también el vestuario, grotesco y original de Andrea Scharaad, que caricaturiza y resalta la ridiculez o crueldad de algunos personajes, como el gordinflón y tetudo Capitán, o la pinta de autómata del terrible Doktor, convertido en una especie de sideral Doctor Jekyll.
Vapuleado por todo y todos, Wozzeck queda convertido en un paria, en un despojo humano. De alguna manera, cualquiera, usted, yo y el otro, somos él. El impacto es enorme. Kriegenburg ha escuchado la música, la partitura de Berg, para amalgamar la escena con un pentagrama que es inexorable e imprescindible. Como en la logradísima imagen final, con Wozzeck muerto, en posición fetal: la blancura del cadáver contrasta con el inmenso e intenso fondo negro. En ese momento de enorme dramatismo, la llegada de su hijo, que se sienta como si tal cosa sobre la cadera del cuerpo inerte, impacta incluso más por su belleza plástica que por su abrumador sentido dramático. Música y drama. Büchner, Berg y Kriegenburg rompen el lugar común de “Prima la musica e poi le parole”. Música y escena. Escena y música. La ópera, espectáculo total.
El estudiado movimiento escénico es realzado por la sutil iluminación de Stefan Bolliger, que convierte la escueta escenografía en un universo casi fantasmagórico, en el que los personajes aparecen y desparecen de modo imperceptible, sobre un oscuro escenario completamente cubierto de una película de agua que embarra el ambiente fantasmagórico y tenebroso. En tan inmenso espacio, se mueve, levita, un gigantesco cubo volante, que es casa de Wozzeck, pero también clínica del Doktor, cuartel del Capitán o nido de amor entre Wozzeck, su esposa la puta Marie, o el repugnante Tambor Mayor.
Un habitáculo mágico —como la casita del Holandés bayreuthiano de Dieter Dorn, pero a lo grande— en el que también vive, deambula, juega y sufre el Hijo de Marie (excepcionalmente encarnado por el joven Adrián García). El virtuosismo técnico, la perfección con la que funciona la aparentemente sencilla pero compleja y sofisticada escenografía, habla del mejor teatro alemán, pero también de la cualificada excelencia del equipo técnico del Palau de les Arts.
Si la excelencia marcó la escena, no lo fue menos en el capítulo musical. James Gaffigan, en su primer trabajo operístico en el teatro del que es director musical, se volcó en una visión intensa, asfixiante, de desgarrador sentido expresivo, en consonancia con la descarnada propuesta escénica y, sobre todo, con la obra de arte que tenía sobre el atril. Su debut operístico en Valencia no ha podido ser más prometedor. La Orquestra de la Comunitat Valenciana volvió a ser un manantial del mejor sinfonismo. Espectacular en todas y cada una de sus secciones. Opulenta, brillante, perfecta, empastada y matizadora hasta lo indecible.
La excelencia sin reservas reinó igualmente en el ámbito vocal. Más que encarnar a Franz Wozzeck, el barítono sueco Peter Mattei se mete en su sufrida piel para transfigurarse en él. El desgarro inapelable es tan intenso como su forma de abordar y solventar las enormes exigencias vocales. Eva-Maria Westbroek, que retornaba al Palau de les Arts tras sus inolvidables Sieglindes de La Valquiria con Zubin Mehta, cargó de fuerza, descaro, desgarro, dolor, veracidad, contundencia y ternura el personaje de Marie, cuyas angustias, dolores y desdichas encontraron en la actriz que habita en la soprano holandesa la horma de su zapato. Su inmensa actuación estuvo a tono con una interpretación vocal de referencia.
Christopher Ventris, que ya conmovió en el Palau de les Arts en 2008, cuando protagonizó Parsifal con Lorin Maazel, fue un deslumbrante y diabólico Tambor Mayor. Con fuerza vocal, proyección teatral y superlativo histrionismo destacó el obesamente caracterizado Capitán del tenor Andreas Conrad. El veterano Franz Hawlata atendió el papel del Doktor con voz no tan poderosa pero similar empaque escénico. A tono con el sobresaliente nivel general, los demás protagonistas del largo reparto, incluidos el Andres de Tansel Akzeybek y la grotescamente caracterizada y bien cantada Margret de Alexandra Ionis.
El Cor de la Generalitat volvió a brindar una de sus grandes noches en una ópera plagada de compromiso y exigencias de todo tipo. Brillaron con fuerza los bien entonados chavales de la Escolania de la Mare de Déu dels Desemparats, que lidera y prepara Luis Garrido. La orquestina de escena mantuvo el sobresaliente nivel general. Fue una representación redonda e impactante, en la que todos los elementos, sin excepción, fueron sobresalientes. También el público, que, salvo unos pocos despistados que se marcharon al concluir el primer acto, mantuvo un silencio emotivo y revelador durante toda la función. La entusiasta ovación final, certificaba la grande de lo que acaba de suceder. Una de las mejores representaciones operísticas que ha vivido quien escribe.
Justo Romero
(Fotos: Miguel Lorenzo y Mikel Ponce / Palau de les Arts)
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