VALENCIA / Una ‘Flauta’ espectacular y sorprendente
Valencia. Palau de les Arts. 6-VI-2024. Giovanni Sala, Serena Sáenz, Gyula Orendt, Rainelle Krause, Matthew Rose, Brenton Ryan, etcétera. Cor de la Generalitat Valenciana. Orquestra de la Comunitat Valenciana. Dirección musical: James Gaffigan. Director de escena: Simon McBurney. Mozart: La flauta mágica.
“Espectacular y sorprendente”. No exagera el Palau de les Arts al “vender” así la producción de La flauta mágica que ha elegido para clausurar temporada. Hasta el Himno de Valencia suena en este montaje que, estrenado hace ya 12 años en Ámsterdam y actualizado, no ha perdido ni un punto de oportunidad ni atractivo. Se trata de una de las producciones más aplaudidas de los últimos años. Un montaje triunfador, que derrocha talento escénico, fino trabajo y una realización virtuosística que deslumbra y atrapa, capaz de poner en evidencia las mejores cualidades y posibilidades de un centro lírico de primer rango como es el Palau de Les Arts. La gente, que abarrotó la Sala Principal, se lo pasó bomba y el éxito fue tan espectacular como el montaje en su feliz reposición valenciana.
Y lo curioso del asunto es que el director de escena Simon McBurney no aporta nada nuevo. Todo son efectos y conceptos archiconocidos, un batiburrillo de ideas y recursos muy vistos, pero que él (y su “reponedora” en Valencia, Annemiek van Elst) emplea y administra con pericia, oportunidad, contagiosa sensibilidad y un ritmo dramático que no decae ni un segundo, y que acaba por atrapar y fascinar al espectador. Hay momentos de evidente belleza plástica, como cuando Tamino y Pamina quedan suspendidos en el espacio ajenos a la gravedad. También oportunos efectos acústicos ‒con la realización de los mismos integrada en el espectáculo‒, proyecciones y dibujos en directo, y mucho movimiento, con la orquesta incorporada a la escena, sobre un foso elevado hasta permitir el continuo trasiego de instrumentistas y cantantes por ambos espacios.
Por la platea también deambulan unos y otros, con Papageno papagueneando entre las butacas, y Sarastro, que en su primera intervención sermonea al público para convertirse en mezcla pintoresca del Don Fernando de Fidelio y Tonio/Taddeo en el prólogo de Pagliacci. La escena de las Tres Damas con Tamino recuerda demasiado la de las Hijas del Rin con Alberich: las primeras hambrientas de hombre y las segundas de burla. Todo suena déjà vu, y, sin embargo, uno sale fascinado y feliz al final de la definitivamente “espectacular y sorprendente” representación, en la que nada es lo que parece. El vestuario, ad hoc, parece empeñado en enfrentarse al perfil de cada personaje.
Musicalmente, y en consonancia con la escena, fue una noche redonda, a pesar de que no hubiera ningún cantante realmente excepcional, aunque casi todos sí notables y hasta sobresalientes. Entre estos últimos, el tenor Giovanni Sala (que ya triunfó en Les Arts como Macduff y Don Ottavio) se llevó el gato al agua con un Tamino de pulcro canto mozartiano, cuidadosamente fraseado y entonado desde una vocalidad limpia y cristalina. Elevó la temperatura emocional de la noche en su aria “Dies Bildnis ist bezaubernd schön”. Encontró el amor de su vida en la Pamina de Serena Sáenz, soprano barcelonesa de inteligente carrera internacional, cuya prestancia vocal y énfasis artístico evocan, desde su naturaleza ligera, la Pamina inolvidable de Pilar Lorengar. Como la eterna zaragozana, Saénz cargó de candor, añoranza y amor el gran momento “Ach ich fühl’s, es ist verschwunden!”.
Triunfó también y en toda regla el barítono húngaro-rumano Gyula Orendt como Papageno, papel que cargó de chispa, gracia, estilo y buen canto. También cargó toda la noche con una impertinente escalera de operario chapucero. La soprano Rainelle Krause se lució en las dos endiabladas arias que Mozart regala a la aviesa Reina de la noche. En la primera –“O zittre nicht, mein lieber Sohn”- algún fa sobreagudo raspado no deslució el conjunto, mientras que en la segunda –“Der Hölle Rache”- coloratura y agudos se mostraron más precisos y ligeros. Arrancó la mayor ovación de la noche, y eso a pesar de que la instalaron en una silla de ruedas, cual Cassandre de Les Troyans fureros.
Poco ayudado por el concepto escénico, al Sarastro de Matthew Rose le faltó empaque, nobleza y proyección. Sobresalientes sin peros las conjuntadas y afinadas Damas de Antonella Zanetti, Laura Fleur y Luzia Tietze. Nada que ver con los desentonados y velados tres niños del Trinity Boys Choir. Brenton Ryan, tenor de reconocida carrera, defendió un anodino y nada negro Monostatos, mientras que la gallega Iria Goti cumplió como simpática Papagena.
Más que sobresaliente, la Orquestra de la Comunitat Valenciana mostró su excepcionalidad y dúctil calidad con un Mozart articulado, vivo, preciso y luminoso, de tanto empaque solista como de conjunto. Sus excelencias pueden ejemplificarse en las soberbias intervenciones de Magdalena Martínez, flautista cuajada de experiencia y talento. Ella y su instrumento mágico se convirtieron, gracias al concepto escénico, pero, sobre todo, al calibre de la solista valenciana, en pilar clave de la función. Con tiempos convencionales y cuidando el en esta ocasión nada fácil balance foso/escena, el director musical James Gaffigan no tocó el cielo mozartiano ‒ni siquiera el masónico y sus 33‒ pero derrochó competencia, solvencia, oficio y buen hacer. No es poco en tiempo de papanatas. Un espectáculo que, detalles aparte, nadie debería perderse. Ni siquiera el aficionado que escribe al crítico: “En cuanto a la muy vistosa y divertida producción de anoche, una vez conocida (y es importante conocerla) vista una vez, ya es suficiente”. Pues eso.
Justo Romero
(fotos: Arts Fotografía)