VALENCIA / Un preliminar ‘exquisito’
Valencia. Palau de Les Arts. 28-X-2022. Maria João Pires, piano. Obras de Schubert y Debussy. • Centre Cultural La Beneficència. 29-X-2022. Juan Luis Gallego, violín. Santiago Juan, violín. David Fons, viola. David Apellániz, violonchelo. Luis Fernando Pérez, piano. Obras de Coll, Schumann y Shostakovich.
La segunda edición del Festival de Piano Iturbi de Valencia ha tenido un arranque “exquisito”. Por un lado, por su concierto inaugural, en el que una genial Maria João Pires ofreció, completamente volcada —dando incluso pisotones en el suelo— e inmutable ante los ruidos constantes de la sala, un recital extraordinario: las Sonatas para piano n° 13 D 664 (1819) y n° 21 D 960 (1828) de Schubert y la Suite bergamasque (1905) y el Arabesco nº 1 (1891) —este último ya como bis— de Debussy. Pero también, por otro lado, por el concierto que tuvo lugar a la mañana siguiente en la capilla de La Beneficència, en el cual un conjunto formado por Juan Luis Gimeno, Santiago Juan, David Fons, David Apellániz y Luis Fernando Pérez realizaron dos veces —porque lo repitieron al final, tras el caluroso abrazo del público— el estreno absoluto del Quinteto con piano ‘Las lógicas exquisitas’ (2022) de Francisco Coll (Valencia, 1985), que había sido encargo del festival, junto a los Quintetos con piano de Schumann (1842) y Shostakovich (1940).
El primer movimiento de la obra de Coll era una suerte de danza oblicua y grotesca. Su diseño, rítmicamente desfigurado hasta casi perderse entre las cuerdas, era sin embargo relativamente fácil de seguir en el piano. Aquí el valenciano demostraba una vez más su talento como ilusionista: no quedaba claro si evocaba un vals, un minueto del Clasicismo o el sonido de un sintetizador en un club nocturno. Probablemente lo era todo al mismo tiempo. Al cabo de unos tres o cuatro minutos, unos “clústers” pulsantes en el registro grave del piano daban paso en attacca a un contrastante segundo movimiento en el cual, por medio de una sugerente tercera menor que se replicaba por todos los instrumentos, Coll dejaba claro que todo aquello, en realidad, tenía que ver con la belleza y con el erotismo. Cuando Wagner escuchó por primera vez el Quinteto con piano de Schumann, le escribió una carta en la que le decía lo siguiente: “Veo cuál es el camino que quiere seguir y puedo asegurarle que es también el mío. Es la única posibilidad de salvación: la belleza”. En el caso de Coll, el mensaje está igual de claro, pues se trata de algo que lleva persiguiendo desde sus inicios —en Aqua Cinerea (2005, rev. 2019), por ejemplo, estaba también muy presente esa simbólica tercera menor—, si bien parece que lo lleva haciendo de manera más enfática en la última década.
Dice Milan Kundera que casi todos los grandes artistas tratan, en algún momento de sus carreras, de desprenderse de lo innecesario, tratando de abordar lo esencial, aquello que sólo él o ella puede decir. Quizás Coll se encuentre en ese preciso punto de su trayectoria. Su producción más reciente da cuenta de un acercamiento más profundo e introspectivo hacia las cosas; cada vez parece darle un espacio mayor a la intimidad, y con ello su música está ganando en claridad. Si antes muchas de sus obras parecían quedar “en caliente”, su música actual parece, por el contrario, mucho más definida, fruto de una madurez técnica, intelectual y personal adquirida. En ello ha jugado un papel fundamental, sin lugar a dudas, su aproximación a las formas de la tradición, particularmente en formatos de cámara, para los que lleva unos años escribiendo extensamente. El Quinteto con piano no ha sido sino una muestra más de esta tendencia. Siento curiosidad por ver cómo se propagará este cambio al resto de su producción —sinfónica, operística, etc.— en los años venideros. Por el momento, este ha sido un preliminar “exquisito”.
Jesús Castañer
Foto: © Contra vent i fusta