VALENCIA / Reinas de armas tomar
Valencia. Palau de les Arts. 10-XII-2023. Eleonora Buratto, Silvia Tro Santafé, Ismael Jordi, Manuel Fuentes, Carles Pachon, Laura Orueta. Cor de la Generalitat Valenciana. Orquestra de la Comunitat Valenciana. Dirección musical: Maurizio Benini. Directora de escena: Jetske Mijnssen. Donizetti: Maria Stuarda.
Prosigue el Palau de Les Arts su ambicioso proyecto de presentar en tres años la “Trilogía Tudor” de Donizetti. Si la temporada pasada fue Anna Bolena, en esta ocasión ha sido Maria Stuarda la que ha recalado en la escena valenciana con un reparto encabezado por el mismo trío de ases: la soprano Eleonora Buratto (Maria Stuarda), la mezzo valenciana Silvia Tro Santafé y el tenor jerezano Ismael Jordi, que en esta ocasión ha defendido el papel ambivalente del Conde de Leicester. El foso, llegaba avalado por una batuta de tanto predicamento belcantista como la de Maurizio Bellini. El sobresaliente nivel musical no encontró correspondencia en el escénico: una anodina y aburrida producción firmada por la holandesa Jetske Mijnssen, coproducida con la Dutch National Opera y el napolitano Teatro di San Carlo.
Benini cuidó voces, coro y orquesta con atención meticulosa al detalle y alto sentido concertante. Estilística y técnicamente, vocal y orquestalmente, Ha sido uno de los mejores donizettis que se pueden escuchar en la actualidad. La precisa obsesión del maestro italiano por atender escrupulosamente hasta el más mínimo detalle de una partitura que ama y conoce al dedillo, no impide que los anchurosos fraseos belcantistas se perciban exentos de cualquier encorsetamiento. El balance entre foso y orquesta, la brillante y bien reconocida calidad de la Orquestra de la Comunitat Valenciana y del Cor de la Generalitat, fueron elementos que se agregaron al fuste vocal de unos cantantes dueños del lenguaje belcantista y de sus sofisticados resortes técnicos.
Eleonora Buratto, que ya triunfó en Valencia la pasada temporada con su incandescente visión de Anna Bolena, ha vuelto a convencer a todos con su canto seguro, poderoso, de agudos valientes y bien pulidos, y un fiato casi a lo Caballé. Estuvo excelsa en su aria inicial –“O nube che lieve per l’aria”–, donde algún desajuste de entonación no logró nublar el empaque de su canto, aún belcantista, aunque apunta ya a repertorios de carácter puramente líricos. Lució plenitud en el punto culminante del extenso y célebre dúo con Elisabetta, y envolvió la escena de la confesión con sus muchas y mejores cualidades, con pianísimos afilados, frases sutilmente delineadas y la intención y sentido de cada palabra y modulación.
Silvia Tro Santafé, mezzo de altos y finos quilates, ha vuelto a triunfar en su tierra de modo inapelable con una encarnación de Elisabetta valiente, imperativa y rotunda, en la que los perfiles del poliédrico personaje asomaron y alternaron con fino sentido teatral. Habló, actuó y cantó de tú a tú con su “rival”, Eleonora Stuarda, con la que constituyó pareja de armas tomar. Amado y deseado por ambas, el Conde de Leicester fue ennoblecido por el canto perfecto y estilizado del tenor Ismael Jordi, en quien habita la escuela, profesionalidad, orgullo y sentido belcantista de su inolvidable maestro Alfredo Kraus.
Ismael Jordi se mostró sobresaliente durante los dos actos en su difícil papel a caballo entre las dos reinas rivales. A pesar de cierta cortedad en la proyección de su voz, el bajo crevillentino Manuel Fuentes configuró un convincente y cumplido Giorgi Talbot. En tan calibrado reparto, en absoluto desentonaron el bajo Cecil Carles Pachon (Talbot) y la Anna Kennedy de la mezzo Laura Orueta. Todos destacaron y se lucieron en el gran momento del sexteto –“È sempre la stessa”–, cuya inspiración casi roza los mejores momentos del sexteto de Lucia di Lammermoor.
Tan sobresaliente versión musical quedó enmarcada en una efectiva pero corta y pobre escenografía, ante la que la directora de escena –Jetske Mijnssen– se empeña muy tontamente en meter con calzador inoportunas escenas de ballet ajenas por completo a la dramaturgia de la ópera. Lo de la escena final, con la irrupción del Elisabetta rondando afectuosamente en el patíbulo a la Stuarda, es licencia tan improcedente como gratuita. Irrita la convencionalidad extrema del movimiento escénico, falto de cualquier destello de imaginación.
La discreta y casi inadvertida iluminación tampoco contribuye a subrayar la escena, mientras que el vestuario es tan convencional y previsible como todo lo demás. Por fortuna, Donizetti y sus estupendos intérpretes lograron imponer la música sobre esta producción que, aunque reciente, es vieja desde antes de nacer. El público aplaudió largo y tendido a todos los intérpretes, aunque con particular énfasis al trío protagonista y al maestro. ¡No era para menos!
Justo Romero
(fotos: Arts Fotografía)