VALENCIA / ¡Qué tristeza!

Valencia. Palau de les Arts. 18-VI-2020. Vientos de la Orquestra de la Comunitat Valenciana. Obras de Donizetti, Gounod y Beethoven.
Trescientas personas distanciadamente esparcidas entre la platea y los palcos del Palau de le Arts de Valencia fueron testigos el jueves del concierto protagonizado por un grupo de vientos de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, en el que se escucharon obras cualitativamente tan dispares como la estupenda Pequeña sinfonía para instrumentos de viento de Gounod (con diferencia lo mejor del programa), la vacua Sinfonía para vientos de Donizetti y la discreta y más que descompensada adaptación de la Séptima sinfonía de Beethoven que para vientos perpetró el discreto arreglista bohemio Wenzel Sedlák. Entre los atriles, casi todos ellos valencianos, tocaron algunas de las figuras de la OCV, como la flautista Magdalena Martínez, el clarinetista Joan Enric Lluna, el fagot Salvador Sanchis o, en fin, el trompa Bernardo Cifres.
Fue una velada en la que hubo calidad, tablas y oficio instrumental, pero faltó sentido camerístico, equilibrio y un criterio que liderara y unificara las sensibilidades de cada uno de los diez solistas que había sobre el escenario. El programa exigía a todas luces una batuta, sobre todo si se asume que, pequeñas o grandes, las tres composiciones que lo integraban eran sinfonías. Acaso por esta ausencia de una sensibilidad rectora y maestra, en la Séptima de Beethoven-Sedlák el balance instrumental fue más desajustado de lo admisible. Aunque cierto es que el problema nuclear radica en la propia y deficiente transcripción, la versión era manifiestamente mejorable en mucho detalles, como el de las trompas, que no pueden sonar como si estuvieran tocando dentro de una orquesta sinfónica cuando por compañeros de atril apenas tienen un grupito de cámara. Por otra parte, algo se hubiera disimulado el desequilibrado resultado final si, como es costumbre, al reducido grupo instrumental se hubiera sumado el soporte rítmico de un timbalero. Tampoco hubo acuerdo en algunos finales de acordes, donde la ausencia de un concertador provocó que no todos los músicos cortaran el sonido a la vez, como ocurrió ostensiblemente en el delicado acorde final del Allegretto.
El momento de mayor calado de la velada llegó en la Pequeña sinfonía para instrumentos de viento de Gounod, que, aunque en realidad sea un noneto, de pequeña no tiene más que el nombre. Música importante, inspirada y bien escrita, estrenada en 1885, y muy representativa del inconfundible sello romántico y religioso de la última fase de su creador. A la sobresaliente factura del pentagrama se sumó la calidad instrumental de una lectura en la que brillaron sus nueve protagonistas, con especial relieve la flautista Magdalena Martínez.
La falta del imprescindible programa de mano provocó el despiste de un público poco ducho, que perdido entre movimiento y movimiento de cada “sinfonía” no se reservó ni un aplauso. Exactamente a la misma hora que estos contados músicos de la Orquestra de la Comunitat Valenciana tocaban la Pequeña sinfonía de vientos de Gounod, ellos mismos tendrían que estar interpretando en el foso, junto con el resto de sus compañeros y en la misma sala, el estreno del Faust de este mismo compositor bajo la dirección del más que veterano Michel Plasson. Gounod es siempre Gounod, pero… ¡Qué tristeza!