VALENCIA / Pinchazo mahleriano
Valencia. Palau de les Artes. 22-X-2019. Mahler, Sinfonía nº 3. Coro de mujeres del Orfeó Català (Buia Reixach i Feixes, directora). Escolanía de Nuestra Señora de los Desamparados (Luis Garrido, director). María José Montiel, mezzosoprano. Orquesta de Valencia. Director: Ramón Tebar.
Bien curtida en el repertorio mahleriano, la Orquesta de Valencia mantiene una estrecha y hermosa relación con la colosal Tercera sinfonía del compositor bohemio. Maestros como Christian Badea (diciembre 2005) o Frühbeck de Burgos (febrero 2011) dejaron huella con el triunfal fresco sinfónico mahleriano. También las últimas interpretaciones, en 2017 (primero en Alicante, el 31 de marzo, y el 1 de abril, en el Palau de la Música), rozaron un notable nivel bajo la dirección de Yaron Traub y la participación solista de la gran Waltraud Meier.
No ha corrido la misma suerte la monumental sinfonía en la gris audición ofrecida el martes por la Orquesta de Valencia en el prestado Auditori del Palau de les Arts (su sede del Palau de la Música está cerrada sine die). Sin embargo, no fueron los profesores del conjunto valenciano los responsables de tan sonoro pinchazo, sino la dirección distante, inerte y rutinaria de un fallido Ramón Tebar que parecía no darse cuenta de que ante sí, sobre el atril, tenía uno de los grandes y más deslumbrantes monumentos sinfónicos de la historia de la música.
Su trabajo se limitó a poco más que marcar entradas y tratar de dirigir el tráfico sonoro sin más. No entró en detalles y menos aún se involucró en las emociones, sentimientos, sensaciones e ilusiones que tan a flor de piel vuelca Mahler en su más extensa sinfonía. El director valenciano se mostró ajeno al “universo contenido” al que se refiere Fernando Morales en las notas al programa. Después de un inicio esperanzador, con la brillante llamada de las trompas, todo se desvaneció en una lectura que fue eso, una mera lectura: monótona, previsible y de énfasis estudiados más que sentidos. El más que excesivo tiempo muerto que Tebar decidió insertar entre el inmenso primer movimiento –más de media hora- y el segundo se reveló impostado, forzado y excesivo. Solo cuando en el ambiente reina la emoción y la conmoción que en absoluto existieron en el Auditori del Palau de les Arts tiene razón de ser semejante interrupción. Ni siquiera un mahleriano de la raigambre de Zubin Mehta, que interpretó una memorable versión en el mismo escenario –el 12 de junio de 2011- con su Orquesta de la Comunitat Valenciana-, se permitió tan forzado exceso.
Pegado siempre a la partitura, la batuta de Tebar se empeña en subrayar con ímpetu lo obvio, sin buscar más matices o perfiles. Sucumbe al pentagrama más que ser su dinamizador y mensajero. En los episodios lentos e introspectivos (cuarto y sexto movimientos), la ausencia de ideas y registros es disimulada por una gesticulación que trata de marcar –innecesariamente- cada una de las entradas instrumentales y vocales. Aspavientos que no van más allá de tratar –infructuosamente- de ensamblar, aunar y compensar lo que debería de haber sido hecho durante el periodo de ensayos.
Inmersa en el decadente tiempo que sufre tras la impuesta incorporación de Ramón Tebar como titular hace ya dos temporadas, la Orquesta de Valencia aguantó el tipo gracias a las calidades individuales de muchos de sus atriles. En el conjunto, faltó ensamblaje, equilibrio y trabajo seccional. La OV puede sonar tan bien como ya lo hizo en las pretéritas versiones con Badea, Frühbeck o incluso Traub. El protagonista de tan evidente declive tiene nombre y apellido: Ramón Tebar. Pero aún más que él, los políticos que decidieron tan desatinadamente imponerlo al frente de la OV sin encomendarse a dios ni al diablo.
En la fallida versión hay que destacar sin reservas la sobresaliente actuación del trompeta Raúl Junquera, que hizo cantar el Flüglelhorn (fliscorno) con tanta calidad instrumental como afinación y emoción, pese a estar absurdamente ubicado lejos de la orquesta y aún mucho más del público, en la parte más elevada del escenario, detrás incluso del coro. Sus intervenciones, valientes, arriesgadas y henchidas de calidad, supusieron momentos álgidos de un concierto en el que también destacaron el trombón de Rubén Toribio, el oboe de Roberto Turlo –estupendo en la melodía inicial del minueto-, el clarinete de José Vicente Herrera, la flauta de María Dolores Vivó, y, como siempre, los timbales de Javier Eguillor, ciertamente formidable en el final de la sinfonía, muy bien secundado por su colega Luis Osca y una precisa sección de percusión en que se lució Josep Furió en el solo de bombo del primer movimiento.
María José Montiel expresó desde su alma de mezzosoprano los versos extraídos del Zaratustra de Nietzsche y de las Canciones del muchacho de la trompa mágica (Knaben Wunderhorn), y aportó con su canto profundo los momentos de mayor riqueza y enjundia expresiva de tan fría noche. Inolvidable su intenso “Oh Mensch!” del principio del cuarto movimiento, que supuso el primer clímax mahleriano de la fría noche. Los niños de la Escolanía de Nuestra Señora de los Desamparados afinaron con alegría, ligereza y chispa popular el pegadizo “Bimm, bamm!”, mientras que las féminas del barcelonés Orfeo Català aportaron una vez más su conocida calidad. Baño de aplausos y bravos al final de un concierto en el que el público en absoluto logró ocupar las 1.490 butacas del Auditori del Palau de les Arts. Más por mérito del hábil Mahler -que quiso y supo cerrar con máxima brillantez su luminosa sinfonía-, que por la gris versión realmente escuchada.
Justo Romero
(Foto: Eva Ripoll – Palau de les Arts)