VALENCIA / ‘Pan y Toros’: retrato de la vieja y ¿eterna? España

Valencia. Palau de les Arts. 4-XI-2023. Ruth Iniesta, Borja Quiza, Carol García, José Julián Frontal, Milagros Martín, Enrique Viana, Amparo Navarro, Pedro Mari Sánchez, Carlos Daza… Cor de la Generalitat Valenciana. Orquestra de la Comunitat Valenciana. Dirección musical: Guillermo García Calvo. Dirección de escena: Juan Echanove. Barbieri: Pan y Toros.
Recaló en el Palau de Les Arts la producción de Pan y Toros estrenada el pasado año –octubre 2022– en el Teatro de La Zarzuela. El montaje escénico, inspirado y centrado en pinturas negras de Goya, lleva la firma de Juan Echanove, mientras que la dirección musical corre a cargo de Guillermo García Calvo, quien ya dirigió el estreno de la producción en Madrid. Ahora, los colores y registros de la Orquestra de la Comunitat Valenciana han otorgado renovada opulencia y brillo a la estupenda orquestación de Barbieri. Ambientada en la turbulenta España de Calos IV y Godoy, con personajes como Goya y Jovellanos, y el eterno conflicto entre liberales y conservadores como tema de fondo, el libreto de José Picón y la música inspirada de Barbieri convierten esta zarzuela grande en tres actos en obra maestra del género lírico español. También en uno de los retratos más corrosivos y reales de la España de entonces, de hoy y parece que de siempre.
Al hilo de la presencia importante del liberal Goya en la trama, Juan Echanove recurre a sus pinturas negras para configurar un imagen en blanco y negro que ambienta un drama crítico y realista de la época, hasta el punto de que la mismísima Isabel II prohibiera Pan y Toros solo tres años después de su exitoso estreno en el madrileño Teatro de la Zarzuela, el 22 de diciembre de 1864. Echanove se adentra con devoción, conocimiento y olfato dramático en el conflicto que centra la zarzuela. Focaliza todo en Goya, en su España en blanco y negro, y trata de no caer en casticismo y tópicos. Lo consigue solo a medias: la respuesta al tópico se convierte ella misma en cómplice de él. Finalmente, el actor y director hace espejos y reflejos: abanicos modernillos de rojo puticlub, trajes de torero de diseño o unas ingenuas castañuelas que en su castañeteo recurrente abaratan y disturban el decurso dramático. Al final, en el tercer acto, y como si Echanove se percatara de lo cansino de mantener el asunto de las pinturas negras como permanente marco escenográfico, se produce un giro de 180 grados que transforma el lenguaje estético y escénico y rompe abruptamente el discurso para desembocar en un entorno coloreado y definitivamente convencional.
Musicalmente lo mejor fueron la Orquestra de la Comunitat Valenciana y el Cor de la Generalitat, a pesar de un comienzo destemplado y hasta desafinado en el que el coro valenciano no pareció ser lo que es. Guillermo García Calvo (Madrid, 1978) subrayó, realzó y otorgó empaque a la fina escritura de Barbieri, tan deudora del universo belcantista. Cuajó una versión de cuidado carácter coral y sinfónico, en la que el director madrileño, titular desde 2019 del Teatro de la Zarzuela, revalidó su abolengo lírico, forjado tras tantos años en la Deutsche Oper berlinesa y en la Ópera de Viena, y en su labor como “Generalmusikdirektor” del Teatro de Chemnitz (Alemania). Fue una dirección cuidadosa, atenta al detalle y de taxativa solvencia, como puso de manifiesto en el gran concertante del segundo acto, en el que concilió con pericia los desiguales elementos que tenía ante sí.
En el reparto vocal –casi tan multitudinario como el de Los Maestros Cantores o El caballero de la rosa– brillaron la vocalidad rotunda y presencia escénica del siempre efectivo barítono Borja Quiza, quien configuró un Capitán Peñaranda cuajado de nobleza y pundonor. El barítono gallego conoce sus mejores cualidades y los recovecos del personaje, y los proyecta con clarividente eficacia. Aragonesa como Goya, la soprano Ruth Iniesta envolvió a Doña Pepita con sus mejores agilidades belcantistas con su versátil registro de lírico-ligera. Lo lució y mucho en al gran dúo con la Princesa de Luzán, bien encarnada por la mezzo barcelonesa Carol García, que no desaprovechó la ocasión de brillar en la romanza “Este santo escapulario”. Ambas parecieron casi casi emular a la Caballé y la Bumbry en este dúo de tanta inspiración belcantista, cercano y quizá deudor del de Norma y Adalgisa en el segundo acto de la ópera de Bellini.
El preclaro personaje de Goya fue asumido por el veterano barítono José Julián Frontal, que con sus evidentes cualidades vocales y actorales lo envolvió de carácter y relieve. También con su declamación sobresaliente, enfatizada sin jamás pasarse. La soprano Amparo Navarro lució su alcurnia lírica en una Duquesa de nobles acentos, mientras que Enrique Viana, tenor de tan diversos valores, cargó de chispa y agudeza las más agudas y fastidiosas aristas del abate Ciruela. El actor Pedro Mari Sánchez fue un caricaturesco Corregidor, y la veterana Milagros Martín cuajó con desparpajo y fondo los diálogos y monólogos de “La Tirana”. El barítono Carlos Daza defendió con arrojo taurino al torero Pepe-Hillo.
Fallida escena final, con la intervención de Jovellanos, discretamente defendida por Ángel Burgos, en plan Hans Sachs en el imponente monólogo final de Los Maestros cantores de Núremberg. Bien labrado éxito de todos, con largos y calurosos aplausos del público que se quedó hasta el final, ya que tras casi tres horas de representación, bastantes espectadores se habían marchado en el único entreacto. Igual pensaron que iban a escuchar La alegría de la huerta. Picón y Barbieri no se equivocaron al trazar su retrato de la vieja y ¿eterna? España.
Justo Romero
(fotos: Miguel Lorenzo)