VALENCIA / Orquesta de Valencia: brillante final de “exilio”
Valencia. Palau de Les Arts. 15-VI-2023. Orquestra de Valencia. Director: Alexander Liebreich. Solista: Vikingur Ólafsson (piano). Obras de Dusapin, Mozart y Lutosławski.
La Orquestra de Valencia ha cerrado temporada de abono con brillante colofón. También sus cuatro años de “exilio” en el Palau de Les Arts, forzado por las obras de remodelación de su casa, el Palau de la Música, que reabrirá sus puertas el próximo octubre. De la mano de su titular, Alexander Liebreich, los profesores de la OV bordaron una versión valiente, luminosa, inspirada y de notable calidad instrumental del Concierto para orquesta de Witold Lutosławski, obra que ya interpretaron en marzo de 2008 con Yaron Traub, y luego, en febrero de 2019, bajo la dirección del suizo Baldur Brönnimann. Esta muy crecida versión, en la que se lucieron y todos y casi cada uno de los profesores de la formación valenciana, llegó redondeada con el estreno en España de Reverso, del francés Pascal Dusapin, y el Concierto para piano en do menor, nº 24, de Mozart. Como solista extraño, personal e inclasificable, el islandés Víkingur Ólafsson (Reikiavik, 1984).
Nacido ante el espejo del Concierto para orquesta de Bartók, Lutosławski crea entre 1950 y 1954 su propio concierto para orquesta desde la admiración a la obra maestra del húngaro. Tres movimientos de acuerdo a una estructura cuya convencionalidad queda limitada a su forma tripartita. Obra maestra absoluta, cerrada –como hiciera antes Brahms en su Cuarta sinfonía– con una passacaglia que, sin renunciar a un lenguaje novedoso y personal, se siente teñida de arcaicas resonancias y sugestiones. Liebreich, maestro efectivo e inspirador, abierto siempre a cualquier gran música, se volcó en una visión de perspicaces horizontes, leal a la letra y a la inconfundible manera creativa de quien fue y es uno de los nombres grandes de la música del siglo XX y de todos los siglos.
Imprescindible es también la figura de Pascal Dusapin (1955), quien recogió presencialmente el aplauso del público valenciano, que premió con calor la interpretación de Reverso, página de grandes proporciones, cuyos cerca de veinte minutos configuran el sexto y penúltimo título del ciclo Siete solos para orquesta, que el actual compositor en residencia de la Orquestra de Valencia escribió entre 1992 y 2009. A diferencia de Uncut –interpretada por la OV y Liebreich el pasado mes de noviembre–, aquí una densa y meliflua mole sonora flota en un espacio indeterminado, casi sin rumbo, extasiada en sí misma, en sonoridades amorfas que no parecen conducir a nada. Un mundo cerrado pero sin límites, que desemboca en un silencioso e inesperado largo final que quizá constituya el momento más iluminado y fascinante de estos pentagramas ensimismados y tan recreados en sí mismos.
En medio, enmarcado entre las músicas de Dusapin y Lutosławski, el eterno Mozart, revivido desde el teclado por Vikingur Ólafsson, pianista singular, de gestualidad incontenible, dueño de un cuerpo inmenso y atuendo de empleado del Banco Hispano Americano actualizado por Francis Montesinos o similar. Anécdotas y tonterías aparte, el islandés hace un Mozart con un toque esquizofrénico que no sienta nada bien a la música pura del salzburgués. Los pianísimos, que rozan el almíbar, son tan sugerentes y hermosos como huecos, mientras que los fuertes –generalmente fortísimos–, escapan de la horquilla mozartiana para salirse de estilo y forma. En medio, infinidad de registros y maneras, de deslavazadas gradaciones dinámicas, algo que, más que significar riqueza de ideas y detalles, acaba conformando un gazpacho estilístico, de exquisitos ingredientes, sí, pero de texturas irreconciliables que, en su sin ton ni son, desconfiguran cualquier línea estilística o expresiva.
Un Mozart singular e inclasificable, que prendió bien en el público que casi completó el aforo del Auditori del Palau de les Arts. Enaltecido por el cuidadoso acompañamiento de Liebreich –a quien Ólafsson, más atento al concertino y a la ayuda de concertino que a un podio al que apenas miró–, escuchó una viva y muy mayoritaria ovación. Habló al público con palabras tópicas, cantó y contó lo contento que estaba de venir “por primera vez” a València y su ilusión por volver. Blablabá… Y tocó de propina una transcripción pianística del Andante de la Cuarta sonata para órgano de Bach, firmada por August Stradal. La lenta introducción se emplazó en el paraíso, pero luego, pronto, en el desarrollo, las amplias sonoridades organísticas se antojaron más próximas a Rachmaninov que a Bach el Cantor. Y más y más aplausos.
Justo Romero
(fotos: Live Music Valencia)