VALENCIA / Nuno Coelho y Jan Lisiecki: pericia y ensueño
Valencia. Teatro Principal. 3-VI-2022. Orquesta de Valencia. Jan Lisiecki, piano. Director: Nuno Coelho. Obras de Josep Pons, Chopin, Sibelius.
Sonó crecida y mejorada la Orquestra de València. No solo por las positivas reformas acústicas acometidas en el escenario del Teatro Principal, que también, sino sobre todo por el sobresaliente trabajo del maestro lusitano Nuno Coelho (Oporto, 1989), quien ha corroborado en su debut en la capital del Turia ser uno de los grandes directores de orquesta nacidos en el último medio siglo en la soñada ‘Balsa de piedra” de Saramago. Detallista, preciso, elegante y dúctil, dejó respirar música y músicos con gesto claro y natural, que invitaba al concierto de las estéticas. Desde el clasicismo casi inédito del gerundense Josep Pons, nacido en 1770, exactamente el mismo año que Beethoven, al sinfonismo pleno de Sibelius, cuya Segunda sinfonía cerró el programa. En medio, el pianista canadiense Jan Lisiecki (1995) recreó con nervio, ideas y templado lirismo el Concierto en fa menor de Chopin.
El programa comenzó de la mejor manera, con la novedad de la Primera sinfonía, “Oriental”, de Pons, un descubrimiento que se encuadra en el loable empeño de la OV de dar a conocer el patrimonio musical propio. El compositor Josep Pons, que nada tiene que ver con el actual director titular del Liceu de Barcelona, llegó a Valencia en 1793, tras obtener con 23 años la plaza de maestro de capilla de la catedral, como explica con palabra fácil y certera David Rodríguez Cerdán en las notas al programa. Permaneció en la ciudad de Iturbi el resto de sus años. Y en ella compuso un variado catálogo que comprende, al menos, diez sinfonías. La primera, la escuchada el viernes, en dos movimientos que apenas rebasan los diez minutos, delata una inspiración de atractivo aliento y fácil melodismo, de filiación abiertamente clasicista y en absoluto ajena al influjo italianizante que dominaba la música española de la época. Página que merece un espacio en el descuidado sinfonismo español de la época. Ajeno a cualquier trámite, Coelho se enfrascó en los desconocidos pentagramas para animarlos y trabajarlos con calor, extrema pulcritud y efectividad.
Sobresaliente fue, igualmente, el trabajo desplegado por el flamante titular de la Sinfónica del Principado de Asturias en una sólida versión de la Segunda de Sibelius que mantuvo fuste y equilibrio en sus cuatro movimientos. El director portugués administró con pericia, saber y templada efusividad las tensiones y evoluciones. Evitó añadir ni un gramo de almíbar y desentrañó la partitura desde su voluptuosa naturaleza. Nada fue excesivo ni corto. El brillante desarrollo final mantuvo su línea creciente sin perder la realidad del conjunto. El trabajo de Coelho se manifestó igualmente en la pulida prestación orquestal, en la que destacó una cuerda inusualmente empastada y el empeño de las diferentes secciones en escucharse entre sí. ¡Así se hace orquesta!
La excelencia de la tarde se redondeó con una nueva interpretación chopiniano del veinteañero Lisiecki. Si en diciembre de 2016 tocó en el Palau de la Música el Concierto en Mi menor (acompañado entonces por la Filarmónica de Londres y Vladimir Jurowski), en esta ocasión ha sido el Concierto en Fa menor. Pianista virtuoso y expansivo, reconocido chopiniano, abordó el Maestoso inicial sin complejos ni melindres. Se olvidó del repelús de Chopin por los fortísimos, y metió caña, frenesí y velocidad. A pocos milímetros del desquicio; pero no: todo estaba regido y controlado por el artista que habita en el virtuoso. La marejada se templó en un aéreo segundo movimiento fraseado con efusión y decidida belleza cantable. El Allegro vivace final fue más vivace que allegro. Una opción, solvente y legítima como cualquier otra, más aún si es defendida, como es el caso, con sinceridad y un pianismo de la mejor factura.
Lisiecki certificó su categoría de artista y virtuoso en el regalo del delicado y poco escuchado Nocturno en Do menor, opus póstumo [KK 1233-1235]. Apenas 44 compases en los que el artista canadiense de origen polaco, de la mano de su medio paisano Chopin, paró el mundo durante tres minutos de ensueño. En la memoria queda también el esencial acompañamiento, cómplice, amigo y coprotagonista, dispensado por Nuno Coelho, quien realzó el acompañamiento sinfónico tantas veces cuestionado por maestros que solo leen corcheas y cía.
Justo Romero
(Foto: Live Music Valencia)